Francisco en Marsella: Un hijo a los pies de la "Buena Madre"
Sebastián Sansón Ferrari - Enviado a Marsella (Francia)
Cada vez que ocurre un acontecimiento feliz o doloroso, todo marsellés, de cualquier religión, sube la colina para encomendarse a la Virgen María, la Virgen de la Guardia, a la que en esta ciudad del sur de Francia veneran como la "Buena Madre" (la Bonne Mère). Esto fue precisamente lo que hizo el Santo Padre apenas llegado a Marsella este viernes 22 de septiembre. Su primera actividad pública fue una oración mariana con el clero diocesano en este templo cuyo nombre representa un símbolo de esperanza y protección de los marineros, los pescadores y los marselleses, siendo uno de los edificios más emblemáticos.
Este es, al mismo tiempo, otro gesto más que refleja la profunda devoción del Papa Francisco a la Santísima Virgen, a quien confía cada uno de sus viajes apostólicos con la visita a la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Situado al sur del Puerto Viejo, sobre un pico de piedra caliza de 162 metros de altura, la Basílica de Nuestra Señora de la Guardia se ha engalanado para la ocasión con las banderas de países del Mediterráneo. Pero no solo los marselleses acuden a la Buena Madre, como bien acotó el Cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella, durante sus palabras de bienvenida al Obispo de Roma. Es más, en el santuario rezaba San Carlos de Foucauld cada vez que pasaba por Marsella, antes o después de sus numerosas travesías por el Mediterráneo. También la pequeña Teresa de Lisieux, en su peregrinación a la Ciudad Eterna, vino a contar a la Virgen su proyecto de pedir al Papa que la autorizara a entrar en el Carmelo pese a su corta edad.
Y en este mismo lugar el joven abad polaco Karol Wojtyla, cuando era estudiante en Roma, venía a celebrar la Eucaristía justo antes de ir al presbiterio donde vivía Jacques Loew, este dominico que fue el primer sacerdote obrero de Francia, contratado como estibador en el puerto de Marsella.
Francisco estaba feliz y entusiasmado por encontrarse con el Santo Pueblo Fiel de Dios que peregrina en estas tierras. La gente se estaba preparando con gran ahínco para esta venida del Pontífice argentino, a través de la puesta en marcha de múltiples iniciativas, entre ellas, una novena para encomendar los frutos del histórico viaje papal y de los "Encuentros Mediterráneos".
La espera de la visita del Papa no fue en vano, pues además los fieles prepararon un regalo muy especial para Bergoglio. Dado que en la mayor parte de sus intervenciones públicas pide que recen por él, al Rector de la Basílica, el Padre Olivier Spinosa, se le ocurrió pedir a los habitantes que oraran por el Sucesor de Pedro y dejar constancia escrita de algunas de sus oraciones en un corazón, similar a los que adornan las paredes de la basílica. Un presente como expresión de afecto y gratitud entregado por la diócesis que fue la primera en el mundo en ser consagrada al Sagrado Corazón durante la epidemia de peste del 1º de noviembre de 1720.
Tras la plegaria a la Madre del Cielo, Francisco se dirigió hacia el memorial de marinos y migrantes desaparecidos en el mar, frente al que dirigió un breve momento de recogimiento con líderes de diversas confesiones religiosas. Este monumento consiste en la cruz de Camarga, que simboliza la caridad por el corazón, la fe por la cruz, y la esperanza por el ancla.
El Papa estuvo acompañado por responsables de la asociación interreligiosa . Fundada en 1990, reúne a los líderes religiosos de la ciudad y a sus delegados en torno al alcalde de Marsella.
Por último, Francisco se retiró al Arzobispado a descansar, pues este sábado 23 de septiembre tendrá una jornada intensa, con el cierre oficial de los "Encuentros del Mediterráneo" y con la santa misa en el Estadio Velódromo, precedida de un recorrido en el papamóvil por la avenida del Prado, donde la diócesis espera unos 100.000 fieles. Para la eucaristía se prevé la asistencia de unas 67.000 personas aproximadamente, 800 coristas, 700 sacerdotes y 150 obispos.
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