Guerra, rearme, menos ayuda internacional: las consecuencias para ?frica
Andrea Tornielli
La guerra que comenzó con la invasión rusa de Ucrania se ha cobrado hasta ahora cientos de miles de víctimas y ha devastado gran parte del país. Pero el conflicto que estalló en el corazón de Europa también ha traído otras consecuencias a un mundo que luchaba por recuperarse tras la emergencia de Covid, especialmente en África, un continente ya asolado por males como la corrupción endémica y una deuda pública que ha alcanzado niveles insostenibles. El marco de inestabilidad mundial ha provocado una carrera hacia el rearme, que en algunos casos ha ido acompañada de una reducción de los fondos destinados a ayudar a los países en desarrollo. En el tercer aniversario de la guerra, recordamos también a estas víctimas colaterales gracias a los testimonios del personal sanitario y los operadores de los Médicos con África CUAMM, la primera organización italiana que trabaja para promover y proteger la salud de las poblaciones africanas.
«El nexo con las guerras, y en particular con la guerra de Ucrania, se debe principalmente a que el conflicto ha empeorado el cuadro inflacionista», explica Giovanni Putoto, responsable de programación e investigación operativa del CUAMM, que se encuentra actualmente en Mozambique. «Lo que no vemos - prosigue - y lo que quizás se da por sentado es que en África los Estados no tienen capacidad fiscal para proteger a las familias y a las empresas, y eso se ha visto en la inflación provocada por la guerra de Ucrania con el aumento de los precios de las materias primas». Putoto, que recorre a lo largo y ancho el continente negro, cita como ejemplo el caso de Sierra Leona: «Debido a la subida de los precios del combustible, la utilización de la red nacional de unas 90 ambulancias se ha reducido casi a la mitad. Trabajan cuando va bien dos semanas al mes».
La inflación y la deuda pública pesan terriblemente sobre los presupuestos de los Estados africanos. «Aquí, en Mozambique, el 73% del gasto público se destina a salarios, y no son salarios generosos, ni el personal es superior a la población. El 20% para pagar los intereses de la deuda. Sólo el 7%, es decir, nada, se gasta en los gastos corrientes de sanidad, educación y otros servicios públicos. El resultado es que falta algodón, falta alcohol, faltan jeringuillas y, por desgracia, a menudo faltan medicamentos esenciales en los hospitales.
La decisión de la nueva administración estadounidense de suprimir la agencia USAID para la ayuda internacional se sumó a este escenario ya de por sí precario. «Se ha mantenido la financiación de los medicamentos -explica Putoto- pero se ha despedido a todo el personal y se ha mandado a 5.000 personas a casa en Etiopía. Los medicamentos salvavidas están garantizados, pero falta todo el aparato para su gestión, el personal, que es mayoritariamente local». El responsable de programación del CUAMM recuerda que «Etiopía está en default, Mozambique tiene enormes dificultades. La deuda se ha triplicado con respecto a hace 20 años. El Ministerio de Sanidad tiene que someterse a las imposiciones del Ministerio de Economía y no contrata personal. El año pasado en todo Mozambique para 27 millones de habitantes se contrataron 24 médicos. Atribuir esta situación únicamente a la guerra de Ucrania sería incorrecto. Pero no es erróneo afirmar que ese conflicto ha contribuido al deterioro general de la situación en África».
Los gobiernos africanos siempre han gastado mucho en armamento, ahora el panorama de inestabilidad mundial, con la carrera armamentística de los países occidentales, ha relegado a un segundo plano no sólo las políticas de protección del medio ambiente, sino también las de cooperación. El caso estadounidense de las últimas semanas es el más clamoroso, pero no el único: «El Reino Unido ha reducido su ayuda internacional en un 50%: fue el país que más apoyó a Sierra Leona con intervenciones financiadas directamente por la agencia de ayuda a las estructuras del gobierno británico. El Reino Unido fue también el país que más apoyó a Sudán del Sur: ahora se ha desmantelado un sistema que, a pesar de sus limitaciones, había contribuido de forma importante a apoyar la red de servicios sanitarios y que se conocía como el “Health pooled fund”».
Nos ponemos en contacto por teléfono con Alessandra Cattani, que lleva 18 años trabajando con el CUAMM y desde hace cinco meses está en el hospital de Rumbek, la capital del Estado de los Lagos (Buhayrat) de Sudán del Sur. Es cirujana, pero trabaja en la maternidad porque no hay ginecólogo. «El hospital es el último recurso, la gente viene aquí después de meses de confiar en los curanderos tradicionales... Incluso esta mañana ha venido un niño que se había caído de un árbol de mango con un hemoperitoneo por rotura del bazo: le he explicado que hay que operarlo porque tiene mucha sangre en el vientre. Pero los padres no me creyeron y acudieron al curandero tradicional. Ayer llegó un niño que fue mordido por una serpiente el pasado julio y tiene gangrena en la pierna: intentamos salvarla limpiándola sin amputarla. Pero después de esta limpieza, él también huyó donde el curandero tradicional».
«Como hospital -añade Cattani-, hemos sufrido los numerosos retrasos en el pago de los salarios. Ya cuando la ayuda internacional era mayor el panorama era problemático por la corrupción, ahora la situación empeorará. Nuestras enfermeras han sufrido un retraso de cinco a seis meses en el pago de los salarios. Esto ha provocado una serie de huelgas con consecuencias dramáticas. El pasado mes de diciembre cerraron el hospital, nos obligaron a irnos a casa para que no trabajáramos en su lugar... Los bebés de neonatología fueron enviados a casa, incluso los que dependían de oxígeno por graves problemas respiratorios. Varios bebés murieron. Una noche me llamaron por una urgencia y vino un padre con un bebé en brazos: me dijo que se estaba muriendo porque la pediatría estaba cerrada y le dijeron que se fuera a casa porque allí ya no había médicos que atendieran a nadie».
La preocupación por los recortes en la ayuda también procede de Etiopía, que con sus 120 millones de habitantes es uno de los países con la proporción más baja de personal sanitario por habitante. En Wolisso, a poco más de cien kilómetros de Addis Abeba, trabaja en el CUAMM el internista Flavio Bobbio. El hospital, propiedad de la Iglesia católica etíope, atendió en 2024 un total de 72.090 visitas entre urgencias y consultas externas; 10.162 ingresos, 2.397 intervenciones quirúrgicas, 3.453 partos y 689 cesáreas. «Con el cierre de USAID -explica- hay preocupación porque es probable que se despida a mucha gente y muchas ONG locales o incluso internacionales tendrán grandes problemas. Existe un riesgo para los programas de apoyo en la lucha contra el sida, la tuberculosis, la malaria, todos ellos garantizados también en nuestro hospital y para los que recibimos gratuitamente medicamentos y reagentes del gobierno. Este sistema podría atascarse, lo que también tendría consecuencias importantes tanto para el hospital como, sobre todo, para los pacientes, que verían bloqueado el apoyo a su tratamiento».
El personal del Ministerio de Sanidad etíope también está trabajando con el apoyo recibido de Estados Unidos. «Habrá que ver -concluye Bobbio- si este sistema se bloquea. También se puede garantizar el apoyo de los medicamentos esenciales, pero los propios medicamentos necesitan luego toda la logística para ser llevados a su destino, almacenados y distribuidos adecuadamente. Por eso, los recortes en la ayuda a la cooperación internacional tienen un importante impacto negativo en realidades ya de por sí muy frágiles».
«La guerra con sus consecuencias afecta en primer lugar porque si gastas dinero en armas no lo utilizas para escuelas y hospitales -observa don Dante Carraro, director del CUAMM, que acaba de regresar de Sudán del Sur- pero también afecta al corazón de las personas y acaba fragilizándolo todo. Pienso también en nuestros voluntarios: se corre el riesgo de dejar de percibir como importante el pequeño ladrillo que cada uno pone a diario para construir el bien. Sin embargo, son estos ladrillos de bien los que desbaratan la lógica de la guerra, de la cerrazón, del ocuparse de sus propios asuntos».
«Acabo de volver de Sudán del Sur -explica el sacerdote de Padua- del hospital de Rumbek, junto al que hemos puesto en marcha una escuela de parteras: en enero hubo 80 nuevas graduaciones. Jóvenes que han estudiado y, en lugar de pensar sólo en cómo huir, se convierten en un motor para construir un pedacito de paz en su país. Estos pequeños ladrillos de bien son el único camino, y nos permiten seguir teniendo esperanza».
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