Renovación y reconciliación: Luciani y el Jubileo de 1975
Stefania Falasca
El Año Santo de la renovación y de la reconciliación, el 25º Jubileo de la historia de la Iglesia, fue proclamado por Pablo VI en 1975, diez años después de la conclusión del Concilio Vaticano II.
Así comentaba Albino Luciani, el futuro Juan Pablo I, en un discurso titulado Año Santo para una Iglesia que se reforma, pronunciado en Vicenza el 27 de enero de 1974.
Se trata de un texto mecanografiado inédito, con correcciones y añadidos a pie de página, perteneciente a los documentos de su archivo privado (Apal) – hoy propiedad de la Fundación Vaticana Juan Pablo I – en el que el entonces patriarca de Venecia y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en una reflexión de gran actualidad, ponía de relieve las prerrogativas de aquel Jubileo. Empezando por el lema:
Y continuaba explicando qué es la renovación en el contexto de la reforma de la Iglesia pedida por el Vaticano II, que es, decía, «como Jano: de dos caras. Con una cara mira al pasado, con la otra al futuro. Hacia el pasado, para que todas las incrustaciones inadecuadas a los nuevos tiempos, conserven lo que Cristo quiso incólume. Al futuro, para preservar el Evangelio, además de la alegría, la nota de novedad. Evangelio, en efecto, es noticia alegre que estimula a actuar, no noticia gris que inmoviliza, petrifica y crea aire de museo. Este criterio – señalaba Luciani –se aplica también al Año Santo. Que es una institución humana, pero que hunde sus raíces en algunas verdades divinas, y perdura en la Iglesia desde hace más de seis siglos».
Y entonces se preguntaba: «¿Cómo celebrarlo hoy sin desvirtuarlo? En primer lugar – explicaba – debe seguir siendo ante todo un hecho religioso, que cambia los corazones, restableciendo la amistad con Dios y reconciliando a cada uno con sus hermanos. Si esto está ahí, es más fácil que venga lo demás: es decir, que vengan las obras de caridad, de justicia y de solidaridad».
Además, recomendaba para incentivar el trabajo con caridad y dedicación eficaces en el Año Santo, abrir la Biblia y meditar algunos pasajes, pasajes válidos para todos los tiempos, pero de modo especial para un Año Santo que – proseguía – cae en un tiempo de demasiadas y graves desigualdades, problemas sociales, heridas a la dignidad de la persona humana.
Y después de hacer un excursus sobre los Jubileos a lo largo de los siglos, empezando por el de 1300 convocado por Bonifacio VIII, volvía al de 1975 y se preguntaba:
A continuación, subrayaba las diferencias con los Jubileos del pasado: «Hubo un tiempo en que se tomó a Roma como modelo». Se repetía en la periferia lo que, más o menos, se había hecho en el centro. Ahora – explicaba Luciani – se parte de la periferia: ya lo había dicho el Concilio, citando a Pío XII:
Luego las indulgencias: «En el pasado, la peregrinación y la indulgencia aparecían en la cumbre. Ahora la renovación, la reconciliación, las buenas obras aparecen en la cima. Viene después la indulgencia, condicionada a las obras cumplidas. Antes había pompa; ahora se recomiendan la sencillez, el contenido y el estilo de la auténtica penitencia». Y el sentido de comunión, rezar por los demás:
Para Luciani, en los últimos Jubileos, peregrinación y excursión se habían fundido a veces y se había intentado conciliar turismo y penitencia, pero el «viaje jubilar es figura del otro viaje: el de toda nuestra vida – dijo – es toda la Iglesia la que peregrina, desde siempre, incluso fuera del Año Santo: Cristo es el guía, empuja al Espíritu Santo, señala hacia la patria del Paraíso. «Yo soy el Camino» dice Cristo y advierte: mis discípulos «no son de este mundo. No tenemos una ciudad estable aquí abajo – completa San Pablo – pero buscamos la ciudad que vendrá. Somos refugiados en Dios: somos extranjeros y peregrinos en la tierra».
Y, por último, el punto sobre la unidad. «¿Cómo proyectará la Iglesia sobre el mundo la luz recibida de Cristo si antes no se siente una familia unida? ¿Cómo va a predicar la reconciliación si antes no se esfuerza por activarla en su interior? Una última reflexión, por tanto, se refiere también a la finalidad ecuménica del Jubileo. Una reflexión que también está muy presente en la Bula de convocación del actual Jubileo. El Beato Juan Pablo I, entonces Patriarca, escribió así al respecto:
Monyer de Prilly, obispo de Châlons, en Francia, tenía este espíritu, «incluso en el siglo XIX, cuando se encontró frente a un pobre judío. Éste había recibido veinte francos del obispo, pero luego tuvo escrúpulos y se los devolvió. Temo – decía – que no pueda quedarme con este dinero, porque quizá usted me lo haya dado creyendo que soy cristiano y, en cambio, soy judío».
El obispo respondió: «Es verdad, creía que eras católico. Pero todos los hombres son hijos de Dios. Los primeros veinte francos te los di en nombre del Hijo. Aquí tienes otros veinte en nombre del Padre. El Jubileo nos lo recuerda: todos somos hijos del mismo Padre».
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