Gallagher: la diplomacia de la Santa Sede, "un hospital de campa?a"
Salvatore Cernuzio - Ciudad del Vaticano
El arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, ilustra detalladamente la vocación y la naturaleza, los instrumentos y las relaciones, las actividades y los modos de acción de la milenaria diplomacia vaticana. Lo hizo en un encuentro organizado el martes 12 de noviembre por el Centro de Estudios Diplomáticos de la Universidad Católica de Lublin (KUL), en Lublin, Polonia.
En una extensa lección magistral, Gallagher se refirió a la "diplomacia de la Santa Sede en el mundo contemporáneo". En su discurso, esbozó la situación actual de la actividad diplomática de la Santa Sede partiendo de la historia, para llegar después a las décadas de trabajo dedicadas a «tender puentes, buscar el diálogo con todos, emplear al máximo la humildad y la paciencia para desenredar nudos aparentemente inextricables, esforzándose por coser los signos más tenues de buena voluntad de las partes en conflicto para iniciar procesos de paz».
La pontificia es, en definitiva, una «diplomacia de la misericordia», entendida como un «auténtico compromiso político de solidaridad, con vistas a promover el bien común». No un objetivo abstracto, sino la puesta en marcha de acciones concretas como la condonación de la deuda externa y la promoción de políticas de cooperación y desarrollo o la exaltación de la dignidad de la persona humana, «incluso frente a delitos graves» como la pena de muerte.
El Papa, el primer diplomático
Ante los estudiantes de la KUL, Gallagher pasó a explicar con detalle la estructura y los actores de la diplomacia papal, es decir, la función de las Nunciaturas Apostólicas, la presencia del Papa en contextos con culturas y tradiciones religiosas diferentes, o el papel de los Delegados Apostólicos como representantes estables ante las Iglesias locales, cuando no se han establecido relaciones diplomáticas. Esta red «amplia y bien definida» está dirigida por la Secretaría de Estado, explicó el arzobispo, pero «el primer diplomático es el propio Papa».
El pontificado de Juan Pablo II y «las cuestiones relativas a Europa del Este» lo han demostrado ampliamente, pero aún hoy es evidente «el impacto que el Papa Francisco tiene en la escena internacional». Hacia él «gira el mundo» y «son sus palabras y sus acciones las que inspiran y animan la actividad diplomática de la Santa Sede», señaló el representante vaticano.
A través de exhortaciones y oraciones, encuentros y encíclicas, y sobre todo con sus viajes a todos los rincones del planeta, «el Papa ejerce incansablemente su autoridad moral», «afronta situaciones de injusticia, tiende la mano a personas abandonadas, advierte contra prácticas nocivas que ponen en peligro nuestro mundo y nuestro futuro».
En esta misión, el Papa no está solo, sino que se hace acompañar de diversas instituciones de la Iglesia católica y, en algunos casos, de enviados especiales, como el cardenal Matteo Zuppi para la guerra de Ucrania. A veces, son los propios obispos locales los que entablan «diálogos y negociaciones con los líderes locales» y sobre el terreno está siempre el Nuncio, que tiene «la responsabilidad» de mantener las relaciones con las Iglesias locales y los distintos integrantes del gobierno.
Esfuerzos en la resolución de conflictos
A continuación, el discurso se centró en los escenarios actuales de guerras, pero también de desafíos y políticas sociales, en los que se articula la labor de la diplomacia papal, llevada a cabo lejos de los titulares y los focos.
En primer lugar, la Sede Apostólica es activa en la resolución de conflictos: Ucrania, Oriente Medio, África, el Cáucaso, en todos los escenarios la Santa Sede actúa «super partes», «interviene para apoyar una idea de paz que sea fruto de relaciones justas, del respeto de las normas internacionales y de la protección de los derechos humanos fundamentales». Sobre todo, dijo Gallagher, «la Santa Sede actúa en el plano humanitario para apoyar, por ejemplo, los esfuerzos por renovar la vida social en lugares remotos y a menudo olvidados, o para facilitar la reunificación familiar de los menores y el intercambio de prisioneros, heridos y cuerpos de los caídos entre Rusia y Ucrania».
La Santa Sede «no cesa de reiterar que el principio de humanidad» no puede ni debe ser «comprometido en nombre de las necesidades militares, golpeando indiscriminadamente a la población civil», remarcó el prelado. Por ello se muestra favorable a los debates y negociaciones internacionales sobre el desarme.
Derecho a la vida
Otro campo de acción es la promoción y protección de los derechos humanos, de ahí «el derecho a la vida y la inviolabilidad de toda persona», la defensa del «carácter sagrado de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural». «Al defender estos derechos, la Santa Sede no sólo establece una norma moral, sino que también desencadena debates vitales en la escena mundial», dijo monseñor Gallagher, criticando a los países o bloques de países que «tratan de imponer una visión de los derechos humanos, la naturaleza y la dignidad que no se corresponde con las enseñanzas de la Iglesia».
«Desgraciadamente, en algunos casos, la concesión de ayuda humanitaria internacional y de fondos para el desarrollo está condicionada por la voluntad de un país de adoptar estas ideologías», dijo el prelado. En la misma línea, hizo hincapié en el esfuerzo constante por una atención sanitaria adecuada para todos. Sin embargo, subrayó que ello no excluye el rechazo de «algunos conceptos controvertidos, como los derechos a la salud sexual y reproductiva, en la medida en que han evolucionado hacia una agenda ideológica global, incluido el llamado “derecho al aborto” que desafía explícitamente las normas morales y legales».
Libertad religiosa
A su vez, aludió a la libertad religiosa, recordando la aportación de uno de los más distinguidos profesores de la Universidad de Lublin, Juan Pablo II. En la época del Papa polaco, pero también en nuestros días, la religión es «instrumentalizada para alimentar controversias políticas», y esto ha llevado a formas «crueles» de discriminación, violencia y guerra. Frente a estos desafíos, la Santa Sede subraya siempre la importancia de «reconocer la dimensión pública de la libertad religiosa, respetando al mismo tiempo la legítima autonomía y laicidad del Estado, construida sobre un sano diálogo entre el Estado y las comunidades religiosas, que no son rivales sino socios», afirmó el arzobispo.
Casa común, cultura del descarte, tecnologías e IA
Siguió una enumeración de los otros ámbitos en los que actúa la diplomacia papal y en los que el énfasis del magisterio de Francisco es fuerte: el cuidado de la casa común, la lucha contra la «cultura del descarte» que «denosta la dignidad humana valorando a las personas exclusivamente en función de su utilidad», el impacto del progreso tecnológico y la globalización en la fuerza de trabajo, y el temor a la inteligencia artificial que, «si no se contextualiza y regula adecuadamente, podría tener graves implicaciones y consecuencias éticas para la humanidad». También hubo una referencia a las migraciones, por lo que Gallagher reiteró el compromiso de la Santa Sede y de la Iglesia católica para encontrar soluciones adecuadas a un fenómeno que -según estadísticas recientes- afecta a casi 120 millones de personas que huyen de persecuciones, guerras, conflictos y pobreza. En este sentido, subrayó el prelado, la Santa Sede defiende políticas económicas justas y hace todo lo posible para erradicar la pobreza y trata de promover la fraternidad humana como antídoto contra la «globalización de la indiferencia».
La «plaga tóxica» de la trata de seres humanos
Así pues, la labor de la Santa Sede en la lucha contra la trata de seres humanos y otras formas de esclavitud moderna es firme. «El Papa Francisco», dijo Gallagher, «es universalmente reconocido como una voz moral líder en la lucha contra la trata». En más de una ocasión, el Papa ha alzado su voz en defensa de las personas que son «engañadas, agredidas, a menudo vendidas varias veces con diferentes fines y, al final, asesinadas o, en cualquier caso, dañadas física y mentalmente». Para combatir eficazmente esta «plaga tóxica», la Santa Sede insta a los gobiernos a «bloquear sus afluentes y abordar sus causas profundas, como la pobreza extrema, la corrupción, la injusticia y la exclusión económica».
Ser un signo de esperanza
En definitiva, concluyó Paul Richard Gallagher, ante un panorama desolador que el Papa no dejó de calificar de «tercera guerra mundial a pedazos», la Santa Sede y las instancias de la diplomacia están unidas en la tarea de «ser un signo de esperanza». En esta perspectiva, la diplomacia papal «se convierte en un instrumento al servicio de la convivencia humana y en una voz que reafirma en toda ocasión posible la aspiración común a la estabilidad, a la seguridad y a la paz».
Acuerdos y concordatos
De nuevo en la lección magistral, el Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones realizó algunas aclaraciones sobre la diplomacia bilateral mantenida por la Santa Sede con diversos países a través de concordatos o acuerdos, «fundamentales, por una parte, para defender a las Iglesias locales de cualquier injerencia indebida del Estado en materia eclesial y, por otra, para comprometerse con los Estados en cuestiones de interés común, con el fin de garantizar una cooperación eficaz en el ámbito social y religioso». En este sentido, Gallagher recordó también los acuerdos firmados -como signo de «particular atención a las necesidades de las Iglesias locales y al bienestar de todos los pueblos»- con países con los que aún no existen relaciones diplomáticas «completas». El ejemplo más llamativo es el Acuerdo provisional con la República Popular China para el nombramiento de obispos, prorrogado por un período de cuatro años, así como el Acuerdo sobre el estatuto del representante papal residente en Vietnam.
"Soft power"
Además, desde 1949, es decir, desde que fue acreditada como observador permanente ante la FAO, la Santa Sede «ha intensificado progresivamente su compromiso y su contribución a toda la familia de naciones, mediante su participación en numerosas organizaciones internacionales», como observador o miembro de pleno derecho. Esta participación le permite «actuar principalmente como una fuerza de liderazgo ético» y «trascender la diplomacia convencional», garantizando «independencia de alianzas y bloques políticos» y fomentando en su lugar la cooperación y la mediación. Por este motivo, subrayó Gallagher, la Santa Sede puede desempeñar «el papel de un mediador fiable, fundamental para abordar conflictos y promover el diálogo sobre cuestiones globales». Es decir, puede «tender puentes allí donde otros sólo ven divisiones insalvables».
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