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Una imagen del Aula de la Curia jesuita donde se celebra el segundo Foro Teológico-Pastoral sobre el Primado Petrino y la Sinodalidad Una imagen del Aula de la Curia jesuita donde se celebra el segundo Foro Teológico-Pastoral sobre el Primado Petrino y la Sinodalidad 

Vitali: ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para que la Iglesia sea una?

El consultor y docente experto en eclesiología intervino en el IV Foro Teológico-Pastoral de la Asamblea que se está celebrando en el Vaticano: el proceso sinodal en curso está entregando a la Iglesia un nuevo y original ejercicio del primado, que corresponde al modelo de la Iglesia como comunión de Iglesias que no puede reducirse a meras circunscripciones territoriales.

Antonella Palermo - Ciudad del Vaticano

Profundizar en algunos aspectos de la relación entre la autoridad del Obispo de Roma, «principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles» (), y el Sínodo de los Obispos, organismo fundado en 1965 por Pablo VI. La ocasión fue el foro teológico-pastoral organizado en el marco de los trabajos de la Asamblea sinodal, que se celebró ayer por la tarde, 16 de octubre, en la Curia general de los jesuitas, en Roma.

Del cesaropapismo a la papolatría

El tema del ministerio petrino, en la dinámica circular de sinodalidad-colegialidad-primacía, es abordado por el teólogo P. Dario Vitali, profesor de Eclesiología en la Pontificia Universidad Gregoriana y consultor del Sínodo de los Obispos. Partiendo del presupuesto hermenéutico de que «a todo modelo de Iglesia corresponde un modelo de ministerio, y todo modelo de ministerio revela un modelo correlativo de Iglesia», el teólogo ilustró la evolución histórica de esta relación distinguiendo el camino de la Iglesia en tres fases, a lo largo de tres milenios: una primera en la que se puede hablar de sinodalidad sin primacía; una segunda, en la Iglesia latina, de primacía sin sinodalidad; una tercera, «esperemos, de sinodalidad y primacía».

En una Iglesia concebida como communio Ecclesiarum, donde la unidad última a nivel institucional era la articulación del cuerpo eclesial en patriarcados, las Iglesias del primer milenio reconocían una primacía no tanto del Obispo de Roma, sino de la Iglesia de Roma. Por su antigüedad, su gloria (Pedro y Pablo habían muerto aquí) y su fidelidad a la doctrina apostólica, la Sedes Romana era reconocida, explica Vitali, como la última instancia en la resolución de conflictos. La instancia sinodal por excelencia era el concilio ecuménico, representación visual de la Ecclesia tota, ya que cada obispo re-presentaba su Iglesia, y juntos re-presentaban la Catholica.

«Era el emperador, y no el Papa, quien convocaba los concilios - recuerda - y él era el verdadero principio de unidad de la Iglesia, como cabeza del pueblo cristiano». Don Vitali prosigue su excurso señalando cómo el papado reaccionó contra el desenlace extremo del cesaropapismo en Occidente, cambiando profundamente el modelo de Iglesia, reclamando de hecho un papel de guía universal, por el mandato de Cristo a Pedro: se pasó de la sedes a la sedens, de la Iglesia de Roma al Romano Pontífice. El Obispo de Roma tenía un poder de jurisdicción sobre todas las Iglesias y la Iglesia dejó de ser la communio Ecclesiarum. «El desequilibrio llevó a la teología apologética a desarrollar lo que Congar llamó papolatría -subraya el sacerdote-, con un modelo de Iglesia visible piramidal, jerárquica, monárquica, que era el espejo perfecto de la figura y función del Sumo Pontífice».

La colegialidad, si sólo es «afectiva», es débil

Con el Concilio Vaticano II surge la cuestión de la colegialidad: se reafirma la doctrina de la institución, perpetuidad, valor y naturaleza del sagrado primado del Romano Pontífice y de su Magisterio infalible, observa el padre Vitali, y se afirma la intención de declarar públicamente y de explicitar la doctrina sobre los obispos. «Sin embargo, el modelo sigue siendo el de una Iglesia universal, hasta el punto -afirma el profesor- de que la falta de ejercicio de la colegialidad en el período postconciliar es una prueba fehaciente de que un modelo universal de Iglesia no soporta dos sujetos de «plena y suprema autoridad sobre toda la Iglesia». Lo demuestra el hecho de que tras el Concilio se impuso una visión débil de la colegialidad, la de la colegialidad afectiva, que de hecho se tradujo en una forma reforzada del ejercicio de la primacía». Sin embargo, la Lumen gentium «constituye un corte claro y definitivo a la concepción del ministerio petrino basado en la primacía de jurisdicción», insiste el padre Dario Vitali. La cuestión es que, si se considera al obispo no el vicario del Papa, sino de Cristo mismo en su Iglesia, «esto es irreductible a una circunscripción territorial de la Iglesia, pero se trata de una Iglesia particular -subraya Vitali-, es decir, una “portio Populi Dei” en la que está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica».

En las Iglesias particulares está la «única» Iglesia católica

Según el profesor, «el proceso sinodal en curso está entregando a la Iglesia un nuevo y original ejercicio del primado» que corresponde al modelo de la Iglesia como comunión de Iglesias. Es el Obispo de Roma, como principio de unidad de la Iglesia, quien convoca a todas las Iglesias a la acción sinodal. Y «no se trata -se precisa- de una mera función notarial», significa más bien que «no es la primera, la última, la única instancia; si acaso, la primera, cuando inicia los procesos; la última, cuando los concluye». En esta relación circular de unidad y diversidad, el Papa se coloca del lado de la unidad: obispo de la Iglesia particular de Roma, con todas sus peculiaridades, está al servicio de la unidad de la Iglesia, como garante de la comunión de las Iglesias. «Esta lectura -concluye Vitali-, más que una novedad, es la recepción fiel del principio de catolicidad formulado por el Concilio», donde se afirma que « dentro de la comunión eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, (diversidad, por razón de lugares, culturas, etc.), permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla» (LG 13).

Demasiados obispos sin pueblo

Recuerda la constitución por parte de Pablo VI del organismo del Sínodo, del que se dio cuenta que se convertiría en un verdadero «cuerpo deliberativo». El papel del obispo de Roma es ratificar las decisiones del Sínodo. Clifford retoma este punto en el Instrumentum laboris (n 41) donde se subraya que la comunión de los fieles es al mismo tiempo la comunión de las Iglesias. «La Iglesia está en el obispo y el obispo está en la Iglesia», reitera el conferenciante, señalando una contradicción basada en el hecho de que hoy casi la mitad de los obispos católicos (eméritos, auxiliares, nuncios, obispos de curia...) no son pastores de ninguna Iglesia. Servir a Iglesias inexistentes, señala, no es coherente con su papel en el cuerpo sinodal, por lo que es importante «restablecer el vínculo entre el obispo y una Iglesia local existente». También cita el Documento de Chieti de la Comisión teológica mixta ortodoxa-católica, que sitúa claramente la primacía a la luz de la enseñanza de Cristo: quien quiera ser el primero, será el último de los siervos. Concluye que los recientes avances en la práctica sinodal en diversos contextos de todo el mundo reflejan una tendencia a no hacer hincapié en la primacía del Obispo de Roma, sino a desplazar el centro de atención hacia la dimensión de la colegialidad.

Por una sana descentralización en la Iglesia

Desde Valladolid, el padre José San José Prisco, de la Hermandad de sacerdotes operarios diocesanos, Decano de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Salamanca, se detiene en cómo desarrollar una sana descentralización en la Iglesia, vinculada al principio de subsidiariedad. «Ya en el 67 se afirmó este principio rector para avanzar en la reforma del derecho canónico», subraya. Prisco insiste también en la necesidad de devolver a las diócesis la característica de no ser «meras circunscripciones administrativas». El Concilio, recuerda, enseña que los obispos reciben su tarea de gobierno directamente de Cristo y pide que los obispos sean considerados vicarios de Cristo y no del Romano Pontífice: esto, subraya, no es un peligro para la Iglesia. Se trata de encontrar una armonía entre dos sujetos (Papa y obispos) para garantizar la unidad sin ahogar la diversidad y para que la pluralidad no sea fuente de división sino de consolidación de la comunión eclesial, de modo que ninguno aniquile al otro.

Aunque el Código de Derecho Canónico de 1983, concluye el sacerdote español, no ha aclarado cuál es la delimitación real de lo reservado al Papa, y existe el motu proprio Competentias quasdam decernere que confía ciertas competencias a obispos y superiores religiosos, la comunión de las Iglesias requiere mecanismos de consulta e intercambio. El respeto de las competencias de los obispos locales no debe conducir a la anarquía.

Una Iglesia de puertas abiertas

El australiano Timothy Costelloe, arzobispo de Perth y presidente de la Conferencia Episcopal Australiana, destaca lo positivo de abrir las puertas en este Sínodo a sacerdotes, mujeres y laicos como miembros con pleno derecho a voto y ya no colocados en la última fila, como ocurría en el pasado. «Nos muestra la igualdad y la unidad de todos. La unidad es comunión de mente y de corazón, de espíritu y de acción, y de fe al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia». Una de las preguntas que se plantea es: ¿dispone el Sínodo, tanto como institución permanente como cuando está reunido en asamblea, de los recursos necesarios para cumplir su tarea? Alaba el método de la conversación en el espíritu que «sirve para liberarse de prejuicios». Y precisa: «El Sínodo debe pasar de un enfoque competitivo a un espíritu de escucha, porque de este modo será una ayuda real y eficaz para el Papa». Y concluye haciendo algunas sugerencias prácticas: ¿debería reestructurarse la oficina del Sínodo en favor de las Iglesias locales? ¿Cómo? ¿Los informes podrían convertirse en documentos para publicar?

¿A qué estamos dispuestos a renunciar para que la Iglesia sea una?

En el espacio reservado a las preguntas del público, intervino también el obispo de Chieti, monseñor Bruno Forti, en su calidad de miembro de la comisión mixta internacional entre las Iglesias ortodoxa y católica, que elaboró el documento de Rávena y el de Chieti, ya mencionados. El documento de Chieti, recuerda, constituyó un momento muy intenso y elevado de puesta en común y apertura, mientras que en Alejandría el componente ortodoxo (los rusos y serbios estaban ausentes debido a los acontecimientos políticos) mostró resistencia a la idea de una aceptación del protos aplicado también al Obispo de Roma. ¿Cómo se puede resolver esta cuestión ecuménica para que el obispo de Roma tenga un papel como último recurso de la comunión, como ocurría en los concilios de las antiguas Iglesias? El teólogo Vitali responde planteando una pregunta: «¿A qué estamos dispuestos a renunciar para que la Iglesia sea una?».

La proliferación de obispos auxiliares: ¿son necesarios?

Monseñor Alain Faubert, de Quebec, aborda la cuestión de las llamadas diócesis sin pueblo. ¿Cómo volver atrás? De hecho, Clifford señala que no habría necesidad de ordenar más miembros en la Curia, «hemos creado una situación anómala». Vitali señala que hay 3.000 diócesis con más de 6.000 obispos. Cuando se introdujeron los obispos titulares eran necesarios para gestionar la ayuda, 'tan vasta que se convirtió en un tumor'. Por tanto, la mitad son obispos residenciales, de la otra mitad, la mitad son eméritos, el resto son titulares. Proliferan los obispos auxiliares, ¿son necesarios? La cuestión es si la tradición es válida o no, y si en la tradición el obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el obispo, entonces debemos empezar a decir que hay una diferencia entre los obispos que tienen personas y los que no.

Querer la sinodalidad no se concilia con querer la guerra

Entre las peticiones de los presentes está la de un teólogo de Missouri que pide una mejor selección de los obispos ya que muchos «no han promovido el Sínodo, algunos ni siquiera saben lo que significa la sinodalidad». Y menciona situaciones de abuso de poder en América que han traumatizado a los jóvenes. Preguntado finalmente por las implicaciones antropológicas de las intervenciones en el foro, el padre Vitali responde: «Si el pueblo está llamado a caminar junto, no lo hace como masa informe sino como Iglesia y, por tanto, necesita un líder que pueda ejercer el poder en una forma extraordinaria de comunión que realice, allí donde está, el Evangelio del tiempo según las situaciones y las culturas». Y concluye recordando lo que considera, en el discurso del Papa Francisco por el 50 aniversario del Sínodo, un pasaje raramente citado en el que el Papa dice que la sinodalidad es un estandarte entre los pueblos y un testimonio de una humanidad que a menudo reclama un modo de solidaridad, justicia y paz, pero luego entrega su destino a quienes producen en cambio guerras.

 

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17 octubre 2024, 13:01