La comunidad está muy afectada pero unida y fuerte, recen
Antonella Palermo – Ciudad del Vaticano
Fue una intensa vigilia por la paz en el Vaticano la que marcó la víspera de los trabajos de la 79ª asamblea general de los obispos italianos. El corazón estuvo especialmente puesto en el futuro de Tierra Santa, de donde llegó un videomensaje del cardenal Pierbattista Pizzaballa, quien desde el pasado jueves visita la pequeña y atribulada comunidad de Gaza.
Palabras del cardenal Pierbattista Pizzaballa
En las palabras del patriarca de Jerusalén, que grabó el vídeo en el despacho del párroco, agradeció a la Conferencia Episcopal Italiana su cercanía a la pequeña comunidad que dijo haber encontrado “muy afectada, incluso concretamente, con varios muertos, pero muy unida y muy fuerte”. El cardenal experimenta “mucho dolor y sufrimiento, pero no rabia ni rencor”.
Señaló que "en ciertos momentos no se pueden resolver los problemas, pero hay que estar ahí. Estar ahí y decir que estamos ahí”. El cardenal Pizzaballa aseguró:
Y agradeció especialmente al cardenal Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), su decisión de visitar Tierra Santa en junio:
Por último, la invitación a rezar: Recen por nosotros y seguiremos, en la medida de lo posible, a pesar de todo, en esta circunstancia rezando y dándoles las gracias".
Que María nos ayude a ser testigos y artífices de paz
La procesión de los prelados junto con las religiosas y un grupo de laicos comenzó en la entrada del Santo Oficio con las palabras de Zuppi:
La súplica a María se expresó en cantos, letanías y oraciones. La procesión pasó por delante del Aula Pablo VI, bajo el arco de campanas, y entró en la Plaza de San Pedro. Los pies en ese atrio desnudo, implorante incluso en el travertino. La entrada a la basílica estuvo marcada por el sonido del órgano, tan solemne y tan sentido. “Madre, nuestra confianza” fue el canto que resonó con fuerza. Se pidió consuelo, apoyo, guía en una época oscura. Desde el altar de la cátedra, el cardenal Zuppi se dirigió al Padre; en la tumba de Pedro, se elevó el grito de paz que une a los prelados con el Papa Francisco: en el centro estaba el deseo de fraternidad.
Se invocó la preciosa intercesión de la Virgen, “para que, libres de toda discordia y violencia, podamos gozar de tu paz”. La lectura del pasaje de la visita del ángel Gabriel a María, en el relato del apóstol Lucas, inició el rezo del Rosario meditado. Cada uno puntuó los Misterios de la Alegría con las coronillas procedentes de Tierra Santa, fruto de esa artesanía que corre el riesgo de extinguirse con el recrudecimiento de la guerra.
La Iglesia es una madre. ¡Shalom, paz, salam!
En las palabras que el jefe de los obispos pronunció al final de la oración, la repetición fue: “La Iglesia es una madre”. Como tal, no puede rendirse a la terrible lógica del mal. “La Iglesia es una madre que lleva en su corazón el indecible sufrimiento de tantas madres que desean ser consoladas. La Iglesia es una madre que nos lleva bajo cada cruz levantada por la locura del hombre. Ver llorar a esta Madre, estar con Ella nos ayuda a llorar y a ver bien el dolor para que se convierta en invocación", dijo el cardenal Zuppi.
Y añadió: “María sabe que la esperanza tiene un precio”; y constató cómo el mal “se sirve de la complicidad de tantos y de la inercia de tantos que piensan que siempre tienen tiempo”. María ve el sufrimiento de tantos niños y nos muestra que los pequeños día y noche claman por la paz. “La dulce insistencia de la oración con María – añadió Zuppi – nos hace insistentes en buscar el camino de la paz para reconstruir la familia humana”. Asimismo citó lo que dijo el Papa en Verona el sábado pasado: nadie existe sin los demás.
Invocó también al paráclito para que consuele, ilumine y nos haga fuertes para reconstruir la fraternidad que el mal intenta dividir. La vigilia terminó con la invocación, por parte de toda la asamblea, de la paz en hebreo y también en árabe. “¡Nunca más la guerra!” resonó en la basílica. “Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos une sea siempre hermano, y el estilo de nuestras vidas sea: ¡shalom, paz, salam! Amén”.
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