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Entrevista de Andrea Tornielli a Monseñor Antonio Staglianò, presidente de la Pontificia Academia de Teología Entrevista de Andrea Tornielli a Monseñor Antonio Staglianò, presidente de la Pontificia Academia de Teología 

La indulgencia jubilar, lluvia abundante de misericordia sobre todos

Las razones teológicas de las indulgencias, Andrea Tornielli en diálogo con monseñor Antonio Staglianò

Maria Milvia Morciano - Ciudad del Vaticano

«No solo plena y muy amplia, sino plenísima», non solum plenam, et largiorem immo plenissimam en el original latino: así se define la indulgencia centenaria en la bula Antiquorum habet fide relatio, del Jubileo de 1300, el primer jubileo de la Iglesia católica, proclamado por el Papa Bonifacio VIII. Hay tres adjetivos in crescendo - plena, muy amplia y plenísima - que subrayan intencionadamente su excepcionalidad respecto a los indultos anteriores, ligados a las Cruzadas, a los franciscanos y, por tanto, al Jubileo de L'Aquila, establecido en la bula de 1294 por el pontífice predecesor, Celestino V. Bonifacio VIII apeló a los apóstoles Pedro y Pablo y, a través de su protección, reivindicó su poder para poder conceder la remisión total de los pecados, basándose en las palabras de los Evangelios, y en particular en el pasaje de Mateo, 16:9: «Todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo».

Para obtener la indulgencia, los romanos deben visitar las basílicas 30 veces en 30 días consecutivos, los extranjeros 15 veces en 15 días estando «verdaderamente arrepentidos y confesados». Bonifacio estableció la cadencia simbólica de 100 años, pero ya 50 años después se proclamó un segundo jubileo bajo el pontificado de Clemente VI y el motivo fue precisamente ofrecer a todas las generaciones la oportunidad de vivir un Año Santo -y por tanto una indulgencia- durante su vida.

En el plano histórico podríamos detenernos largamente, pero es necesario dar un paso atrás y preguntarnos en primer lugar: ¿qué es una indulgencia?

Volver al estado original y puro del bautismo

Andrea Tornielli, director editorial de los medios de comunicación vaticanos, y monseñor Antonio Staglianò, presidente de la Pontificia Academia de Teología, se plantean esta pregunta -qué es una indulgencia- porque se trata de una palabra con un «significado indefinido, poco claro, comprensible en lengua italiana -actitud indulgente, ser indulgente-, pero que para la doctrina de la Iglesia tiene un significado particular, técnico. La indulgencia fue también fuente de controversias, combatidas en el pasado, porque, al fin y al cabo, una de las razones de Lutero para atacar al Papa y a la Iglesia de Roma era su concepción mercantilista, según la cual pagando se obtenía el perdón y la redención». Tornielli continúa observando que «la indulgencia significa la posibilidad de que no sólo se cancele el pecado como tal, porque esto sucede con el perdón, sino que también se cancelen las consecuencias que el pecado provoca en nuestra persona». En efecto, el Jubileo es una gran ocasión porque mediante el cumplimiento de condiciones particulares -confesarse, pasar por la Puerta Santa, visitar una basílica, rezar por el Papa- se puede obtener no sólo el perdón, sino incluso volver al estado de gracia del bautismo. Es como si se diera un gran golpe de esponja, un lavado total».

Un don de la Iglesia

Monseñor Staglianò continúa explicando el significado espiritual de la indulgencia, que «está vinculada a la misericordia de Dios, que desciende abundantemente a la vida de los seres humanos. Y como la misericordia de Dios es Dios mismo, entra en la vida humana y la cambia. La indulgencia es una misericordia que, como lluvia abundante, desciende a la existencia del hombre y lo transforma, orientándolo al bien, al amor, a la fraternidad, es decir, a la recuperación de sí mismo y de la propia humanidad que en el pecado se había perdido en cierta medida». El presidente de la Pontificia Academia de Teología prosigue: «Con el pecado destruimos la imagen, la semejanza de Dios que nos ha creado. Así destruimos la belleza de la humanidad que Él sueña, mirándonos. Por lo tanto, la indulgencia es ante todo un don que la Iglesia da, porque, como leemos en los Evangelios, la Iglesia tiene el poder de atar y desatar, y así otorgar esta misericordia de Dios que nos ha sido merecida por nuestro Señor Jesucristo y los santos del cielo, con un efecto benéfico en la vida de los seres humanos que recuperan su humanidad, porque al pecar destruyen su relación con los demás y con Dios, el intercambio del bien espiritual de la amistad, la fraternidad y el amor con el egoísmo de tener para uno mismo y no mirar el sufrimiento de los demás. En cierto modo, este aspecto del mercantilismo es plausible, cuando se piensa en ello, porque la idea mercantil, aunque elevada a nivel de bienes del espíritu, un poco permanece», concluye el obispo.

“Lucrar” las indulgencias

«Ahora se usa mucho menos, pero en un tiempo se decía que la indulgencia “se lucra”. Según la doctrina de la Iglesia, la posibilidad de conceder esta cancelación de la pena, causada por nuestro pecado, se produce precisamente porque hay bienes espirituales que se ponen en circulación en la comunión de los santos que nos une a los que estamos de este lado con los que están del otro. La idea del mercado ha permanecido, pero «¿es posible entenderla en sentido positivo?», pregunta Andrea Tornielli al obispo, que responde: «Vivimos en una sociedad centrada en el mercado, en el negocio, es más, algunos dicen que el dinero se ha convertido ya en el generador simbólico de todos los valores, de modo que no se hace nada si no es por dinero, y como se dice también en lenguaje popular: “Sin dinero no se cantan ni las misas". Esta relación entre experiencia espiritual, incluso sacramental, y dinero, es una relación que siempre ha existido en la Iglesia, de hecho en la antigüedad cuando uno se confesaba, había tablas y quizás hasta tarifas sobre los castigos; se generaba una cosa extraña que obviamente no salía bien, pero que hoy podemos entender bajo una nueva luz: la idea de que los ricos que se confesaban y luego debían, para recibir la absolución, realizar ciertos actos de purificación y sacrificio, a veces bastante onerosos, pagaban a los pobres para que los hicieran por ellos, y este uso estaba hasta cierto punto permitido. Hay algo de mercantilismo en este aspecto, pero va en la dirección de la solidaridad, es decir, también permite vivir a los pobres. Refiriéndose a este uso en el cristianismo primitivo, Lutero tenía sin duda razón al decir que en algunos casos el mercantilismo era objetivamente exagerado. Sin embargo, puede existir la idea de un mercado que sea compartir, solidaridad, participación mutua en los bienes espirituales de los que tienen más y pueden dar más».

Intercambio de bienes espirituales, mística de la comunión

Andrea Tornielli reflexiona sobre el hecho de que «hay que alejarse de la consideración comercial de las indulgencias ligadas a una materia material o al dinero, y que se trata en cambio de una idea de intercambio de bienes espirituales, que son los méritos de Jesús, de María y de los santos, canonizados y no canonizados, cuyos bienes se ponen en circulación y ayudan a los vivos a obtener el perdón y la restauración de la gracia bautismal, y que pueden ayudar también a los difuntos en su camino de purificación». En efecto, otro aspecto de la indulgencia es que se puede obtener para uno mismo, pero también para un difunto, un pariente, un amigo, para los que ya no están con nosotros. Este aspecto de la circulación de los bienes espirituales y de la liberación del castigo, incluso para quien lo está descontando, pertenece en definitiva a una lógica comercial, pero muy bella, porque es realmente el mercado del compartir, donde quien tiene más, porque ha sido más santo, ayuda a quien es pecador, a quien está más necesitado». Y monseñor Staglianò añade que es «una cosa extraordinariamente bella que forma parte de la mística de la comunión. Por ejemplo, se piden indulgencias para un pariente, por papá, por mamá, por los hermanos: esta idea de parentesco se encuentra dentro de un contexto histórico salvífico, que remite a la experiencia originaria del jubileo judío en el que después de 50 años el pariente debía, incluso interviniendo económicamente, redimir la tierra, los bienes de su pariente más próximo o incluso su libertad si la había perdido. Y esto como pariente. En este sentido también Yahvé, Dios, el Goel, redime a Israel.

Sumergirse en un río de bien para recuperar las aguas del mal

La muerte de nuestro Señor Jesucristo también se interpreta como un rescate, y desgraciadamente incluso entre los Padres de la Iglesia había surgido la teoría de los llamados «derechos del diablo», según los cuales, habiendo conseguido hacer pecar a Adán, había adquirido derechos sobre él y si Dios quería redimir a Adán de sus garras tendría que pagar como de hecho pagó con el sacrificio de su Hijo. Son ideas teológicamente poco sólidas, pero consideradas en su esencia, expresan la idea de un estrecho parentesco entre Dios e Israel. Ante la esclavitud de Israel, Dios no puede sino intervenir, pues es el Goel, es decir, un pariente cercano. En el sacrificio de la cruz se manifiesta el extraordinario parentesco entre el hombre y Dios. Somos hijos de Dios y, en consecuencia, Dios se interesa por nosotros y quiere devolvernos la libertad. En la comunión de los santos podemos, mediante la oración y las obras de caridad, contribuir a la resolución corporal de nuestros parientes y amigos, de tantas personas que tal vez en su camino hacia el cielo todavía necesitan purificación. Esta ayuda puede venir también de nosotros, si hacemos también en su nombre el bien requerido: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al desesperado. Es como sumergirse en un río de bien, de amor, de la misericordia de Cristo muerto en la cruz y recuperar todas las aguas envenenadas por el mal del que somos capaces los seres humanos.

El primer paso de Dios

«Retomando la imagen del agua, del lavado, del río -dice Tornielli-, el jubileo tiene la característica de la puerta -que es Cristo mismo- que se abre para permitir que las personas pasen a través de ella. Junto con la indulgencia, es una gran ocasión para la misericordia. Hoy, para obtenerla, basta con visitar una vez una basílica jubilar, rezar, confesarse y comulgar. Es como si esta idea del agua que llueve sobre todos fuera una posibilidad ofrecida con una manga muy ancha, es como si Dios se desviviera por inundarnos, por abrazarnos con su misericordia con un paso que él mueve primero. Ciertamente, nos pide que, al menos, nos quitemos los "impermeables"».

La fe no es magia

Antonio Staglianò advierte sobre los riesgos de una mala comprensión de la indulgencia: «Para comprender en profundidad la cuestión de la espiritualidad y de la fe, debemos pensar que no basta con hacer gestos de manera casi mágica, como pasar por la Puerta Santa o un gesto de caridad, como si fueran elementos mecánicos de causa y efecto. La fe no es mágica, es sacramental, lo que significa que toca mi cuerpo porque toca el cuerpo de Cristo que se presenta en el sacramento y se enraíza en una profunda experiencia interior de conversión. Uno tiene que decidir en lo más profundo de su corazón el santo viaje hacia el amor perdonador y redentor de Dios. El decir lucrar las indulgencias es un modo de decir que puede mantenerse siempre que esté arraigado en la profunda convicción de querer cambiar la propia vida. ¿Y cómo cambiar de vida si no quiero perdonar a los demás, si permanezco encerrado en mí mismo, si reclamo el derecho a la venganza?

Testigos de una vida nueva

Si dejo que el perdón de Dios cave en mi corazón y me quite el corazón de piedra para acoger el corazón de carne que me da la misericordia de Dios y aprender a perdonar a mi hermano, permitiéndome recibir esta agua abundante de la misericordia de Dios de manera intensa, ahí es donde me desnudo y me dejo empapar. Me quito el camuflaje, me saco del búnker en el que me había metido con mi egoísmo, mi egocentrismo, y me abro a una vida nueva. Entonces puedo decir que gano muchas indulgencias. Pero, ciertamente, esto, el lenguaje del ganar, de la relación con las cosas, con el dinero, con la cantidad, ya no funciona porque se convierte en la mística de la comunión. Con mi vida y mi testimonio de caridad me convierto en testigo, para quien no cree, de que existe la posibilidad de renacer y resucitar, de que me he hecho nuevo. Si el otro ve en mí el mismo rostro radiante con el que Moisés bajó de su encuentro con Dios, tal vez acabe creyendo que hay un camino posible también para él».

Misericordia que abraza

«El mensaje del Jubileo de la Misericordia, de la puerta abierta a la reconciliación, de la capacidad de perdonar sucede en un tiempo en el que estamos luchando, cada vez más en guerra, donde el lenguaje del odio en las redes sociales y la tragedia de las bombas que causan tantas víctimas civiles e inocentes nos hablan, por el contrario, de una actitud exactamente opuesta al perdón», constata Tornielli, y continúa: «Sin embargo, es bueno subrayar que la propia decisión de convertirse no es una condición previa para poder encontrar la misericordia. Siempre pienso en aquella escena del Evangelio de Jesús sobre Zaqueo, que sentía curiosidad, pero quería mantenerse alejado. No se nos dice si estaba en camino penitencial y por qué fue mirado, amado, llamado e incluso Jesús le dijo: "Voy a comer a tu casa". Fue abrazado por la misericordia. Al fin y al cabo, nosotros necesitamos esta lluvia de misericordia. Porque sentirnos amados y abrazados como nunca lo hemos sido nos hace reconocer lo que somos, es decir, pobres pecadores. Es la propia misericordia de Dios la que nos saca del búnker».

La misericordia de Dios que siempre ha existido y es para todos

El presidente de la Pontificia Academia de Teología recuerda que «la imagen de la lluvia cayendo abundantemente a cántaros, por cierto, una imagen evangélica, porque Jesús dice que Dios hace llover sobre justos e injustos, podría hacernos cambiar de perspectiva sobre la cuestión de la obtención de indulgencias por la misericordia de Dios. Estamos acostumbrados a pensar en la misericordia de Dios que recibimos captándola desde el lado humano: “Soy creyente, soy bautizado, cometo pecados y, por tanto, necesito ser perdonado. Entonces voy al sacerdote, me confieso y recibo la misericordia de Dios, el perdón de mis pecados a través del acto sacramental”. Pero no funciona así para todos. Sólo funciona si nos situamos en la perspectiva de que el agua abundante de la misericordia de Dios desciende sobre todos, no sólo sobre los creyentes y los cristianos, sobre todos. Porque esta agua abundante de la misericordia de Dios existía antes de Abraham, antes de Adán, antes de que el mundo fuera. En el Concilio de Nicea fueron excomulgados todos los que decían que Jesús “no estaba cuando no estaba”. Jesús de Nazaret, que es la misericordia de Dios derramada sobre la humanidad, estaba allí “incluso” cuando no estaba, porque Jesús es anterior al mundo».

«Activar» la misericordia

«Cristo es la misericordia que desciende abundantemente sobre todos, incluso sobre Adán. Entonces, ¿cómo es que los seres humanos reciben esta misericordia? Precisamente, depende del ser humano -dice Staglianò-, porque si estás dentro de la vida cristiana y, por tanto, sabes que estás habitado por el Espíritu Santo, sabes que hay en ti una profunda energía de bondad, que con el pecado te has negado a ti mismo y a los demás, comprendes que ahora debes activarla, así que empiezas a hacer penitencia, a salir de tu egoísmo, a controlarte más a ti mismo y a tus instintos, a dirigir también esta energía de bondad, no sólo entre tus parientes, entre tus amigos, sino a extenderla universalmente, incluso amando a tus enemigos. Eres tú quien, haciendo el bien de este modo, te alejas de esa condición que el Evangelio llama pecado contra el Espíritu Santo, que no puede ser perdonado. No porque Dios no lo perdone, sino porque yo me pongo en la condición de no poder recibir la misericordia de Dios. El pecado contra el Espíritu Santo es esa tentación a la que pedimos en el Padrenuestro que Dios no nos abandone. Y San Agustín lo explica muy bien cuando dice que esa tentación es ponerte en la condición de no querer perdonar a tu hermano, porque si no quieres perdonar, aunque Dios te esté enviando toda esa agua de misericordia, no entra en tu vida, porque te has encerrado en el búnker del odio, del resentimiento, del "no me abro", del no querer perdonar».

El poder revolucionario del perdón

Staglianò continúa: «En cambio, el perdón tiene una carga revolucionaria por la que creo que el próximo Jubileo, en referencia a estos frentes de guerra en el mundo, y en particular a Ucrania, pero también a la tierra de Jesús, Palestina, podría tener un gran significado político revolucionario, y decir político revolucionario no significa menos místico, decir social no significa menos espiritual, porque el Verbo se hizo carne, el cielo se dio la vuelta, así que toda la espiritualidad del mundo se convierte también en transformación de la historia, de la sociedad, de la civilización. Piensa en el odio que se está generando en estas guerras. Estos pueblos y naciones se están haciendo cosas que son objetivamente imperdonables. Sobre el perdón no hace falta disertar. El perdón cristiano no es una definición de diccionario, tiene en cambio un contenido específico, un significado claro y hermoso. Es lo que se ve en Cristo crucificado: "Me dan muerte y esto es imperdonable, pero yo os perdono". Ya Jacques Derrida decía "Si hay perdón, perdona lo imperdonable, porque si no perdonas lo imperdonable, ¿qué perdón es?". Esta es la experiencia profundamente cristiana. Dios perdona a los seres humanos que matan a su Hijo, porque para Dios el asesinato de su Hijo es imperdonable. Pero si Dios perdona, tiene una carga revolucionaria. Sólo hay un camino. No es la diplomacia la que puede resolver la paz en Ucrania y Palestina. La diplomacia puede llegar, con razón, a un pacto de no beligerancia, quién sabe cómo, por cuánto tiempo. La verdadera paz, como señala el Papa Francisco, sólo se daría si estos pueblos se perdonan».

Caminar más ligeros, más perdonados

Volviendo al significado de la indulgencia plenaria, Tornielli recuerda el concepto de que «es algo distinto, algo más especial, respecto a la confesión, el sacramento de la reconciliación que nos reúne con Dios cada vez que hemos pecado; cada vez que nos confesamos volvemos a la gracia de Dios, reconciliados, pero los pecados que hemos cometido dejan secuelas que nos afectan a nosotros, a nuestro ser. La indulgencia entra precisamente en esto, es como restablecer la vestidura perfectamente blanca del momento de nuestro bautismo y es un don especial, vinculado a momentos particulares, y no sólo al Jubileo, sino también a ciertas bendiciones urbi et orbi del Papa y por las que, en las condiciones que la Iglesia enseña y prescribe, es posible obtener esta indulgencia para nosotros y para nuestros familiares y amigos, para los difuntos a los que deseamos de alguna manera transferir este don que nos es posible gracias a una comunión de bienes que nos une a los que estamos de este lado de los que están del otro lado, y por tanto a nosotros que todavía caminamos trabajosamente, y a los que ya están en el Paraíso, y a los que ya son santos, pero que nos proporcionan instrumentos para ayudarnos a caminar más ligeros, más perdonados y más misericordiados», concluye el director editorial del Dicasterio para los Medios de Comunicación del Vaticano.

Circulación de bienes espirituales entre nuestro mundo y el más allá

Por último, monseñor Staglianò toca un tema complejo, que en la historia de la Iglesia ha sido una de las cuestiones cruciales en la aplicación de las indulgencias y que concierne a las almas del purgatorio: «Es posible que de los que ya están en el Paraíso, como en una especie de retroalimentación extraordinaria, desciendan sobre nosotros los bienes espirituales y el gozo eterno que es la misericordia. De nosotros, a su vez, puede fluir un río de bien, de caridad, de obras de amor hacia los que han fallecido y no están en el Cielo. Es posible, con nuestras oraciones, sobre todo con nuestras obras de caridad y de bien, no sólo ayudar a los pobres que necesitan comer, beber y vestirse, sino también ayudar al proceso de resurrección corporal de uno de nuestros hermanos purificados, de aquellos que todavía se están purificando y que llegará al paraíso».

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08 mayo 2024, 11:11