Una futura santa italiana y dos beatos mártires de Espa?a
Alessandro De Carolis - Ciudad del Vaticano
La límpida vocación de una mujer decidida a seguirla más allá de los obstáculos de su familia. Las historias de coraje de otros dos españoles que durante la guerra civil no renegaron del Evangelio ante el cañón de un fusil. La elección de una consagrada para quedarse en segundo lugar por considerarlo más apto para servir y dirimir desavenencias. Los Decretos aprobados esta mañana por el Papa en la audiencia con el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, ponen en primer plano las historias de cuatro nuevos testigos de la fe.
Elena Guerra, futura santa
La primera historia es la de Elena Guerra, la próxima santa, que vivió entre 1835 y 1914. Toscana de Lucca, donde comenzó y terminó su vida, nació en el seno de una familia noble que la educó en los valores cristianos y ya a los veinte años mostró sensibilidad hacia las experiencias de tipo comunitario. Dio vida primero al "Giardinetto di Maria" (Jardincito de María) y después a las "Amicizie spirituali" (Amistades espirituales), dos formas de agregación femenina laica que permitían a las jóvenes disfrutar de ayuda espiritual mutua. Durante una visita a Roma con su padre, se conmovió al ver a Pío IX y decidió consagrarse. Su familia se opuso, pero ella no desistió y la forma de vida religiosa que inició se convirtió en la raíz de la Congregación de las Hermanas de Santa Zita para la educación cultural y religiosa de la juventud, que fundó en 1882. Los últimos años de la vida de la beata se vieron amargados por desencuentros con algunas hermanas, que la acusaban de mala gestión, hasta el punto que Elena, anciana y enferma, decidió entonces dejar sus funciones de superiora. Juan XXIII la proclamó Beata en 1959.
Los mártires de España
Desde España, en cambio, surgen las historias de otros dos hombres, futuros beatos, que durante la Guerra Civil española, como tantos otros, desafiaron el odio anticristiano y la ferocidad persecutoria de las milicias republicanas con el rostro abierto y la coherencia de la fe. Se trata de un sacerdote diocesano, Gaetano Clausellas Ballvé, nacido en 1863, originario de Sabadell, y de un laico y padre de familia, Antonio Tort Reixachs, nacido en 1895 cerca de Barcelona. Ambos fueron asesinados en 1936. El primero, capellán de una residencia de ancianos, fue capturado por milicianos el 14 de agosto de 1936 y fusilado por la espalda al amanecer del día siguiente. El laico, padre de 11 hijos, muy devoto de la Eucaristía y de Nuestra Señora, y sobre todo "culpable" de haber dado refugio en su casa a religiosos, fue asaltado por hombres armados, que saquearon la casa, desfiguraron las imágenes sagradas, lo torturaron en un convento convertido en cárcel y luego lo fusilaron la noche del 3 al 4 de diciembre cerca del cementerio de Montcada.
De Apulia a Roma con mansedumbre
Los Decretos aprobados por el Papa reconocen también las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Teresa Lanfranco (nacida Annunziata Addolorata), apuliana de Gallipoli, fallecida a los 69 años en Roma en 1989. Su modesta familia, entretejida de valores cristianos, la preparó en cierto modo para el encuentro decisivo, que tuvo lugar en 1937, cuando conoció a la beata Elisa Martínez, que acababa de fundar un Instituto de vida religiosa dedicado al apostolado parroquial y a la formación de las jóvenes. Teresa entró en la comunidad de Botrugno, en la zona de Lecce, convirtiéndose desde ese momento en fiel colaboradora de la fundadora. Después de la Segunda Guerra Mundial, la monja se trasladó con su noviciado a la Casa General de Roma, y dentro de la comunidad llevó a cabo una constante labor de pacificación y mediación, ofreciendo una contribución particular cuando en los años sesenta el Instituto experimentó una grave crisis interna, debido a la rebelión de algunas hermanas. En 1987, la Beata Elisa Martínez dejó el cargo de Superiora General por motivos de salud, pero Teresa, aunque fue elegida en su lugar, no aceptó, prefiriendo seguir siendo vicaria de la recién elegida. Además de la Virgen, la unía una particular devoción a san José, a quien consideraba el santo de la Providencia y a quien se encomendaba constantemente.
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