Madre Angelini: Las Laudes de la mañana iluminan el camino del Sínodo
Publicamos la introducción a las Laudes del lunes 2 de octubre de la madre Ignazia Angelini en el retiro espiritual al que están participando los miembros, delegados fraternos y enviados especiales del Sínodo de los Obispos en la Fraterna Domus de Sacrofano. A la oración siguió, a las 9.15 horas, sobre el tema “Friendship - Amistad"; a las 11.30 horas, tendrá lugar la cuarta meditación sobre el tema "Conversación en el camino de Emaús". Esta tarde, a las 20.00 horas, todos los presentes participarán en la misa, presidida por monseñor Anthony Randazzo, obispo de St-Jérôme-Mont-Laurier (Canadá) y precedida de una introducción también a cargo de la madre Angelini.
Madre Ignazia Angelini
"Bendito sea el Señor" (Lc 1,68): cada día, para la Iglesia orante, la jornada se abre, cantada, con la bendición. Y este tono dado por la celebración marca la pauta del tiempo que, al ritmo de los días, comienza.
La bendición con la que celebramos el comienzo de un día siempre nuevo es un acto subversivo. Con ella, evangelizamos los días, redimiéndolos - en caso de que se muestren ensombrecidos por espíritus "malignos" (Ef 5,16). Si se interioriza, la bendición ilumina también el camino sinodal.
Incluso un acontecimiento tan significativo como la Iglesia reunida en Sínodo -pausa de verdad, de conversión,de diálogo- está llamado, de hecho, a recibir, a asumir el pasi y el propio ritmo cotidiano del misterio que celebra, inserto entre el Benedictus de las Laudes matutinas y el Magnificat vespertino. Entre la bendición por la visita del Señor -incesantemente liberadora- y el asombro ante la mayor grandeza del Señor Dios, que reúne a los pobres, a los hambrientos, a muchos y a los diferentes. Pienso que estamos llamados a exponernos radicalmente a estas dos luces generadoras en los días venideros, para extraer de ellas visión y orientación.
Cada mañana, la Iglesia en camin, en primer lugar, bendice. Nunca, nunca deberá debe perder de vista esta consigna. La aprendió de Jesús, varias veces (Mt 11,25-27; Lc 10,21-22) y hasta la bendición última -en el Cenáculo (Mt 26,26) y más allá de la resurrección (Lc 24,50-51)-. La bendición recoge y condensa como en una síntesis suprema cada palabra de Jesús, cada rito memorial mediante el cual Él permanece en su Iglesia.
Este comienzo de asamblea sinodal está llamado, me parece, a este ejercicio elemental de fe: asumir la bendición como tono de fondo, para cada día de confrontación sinodal. Para cada salida discreta del mutismo.
Después de la incredulidad y el mutismo que habían petrificado y suspendido el servicio cultual de Zacarías en el templo, la bendición del sacerdote había quedado suspendida: ya no podía bendecir al pueblo que esperaba (Lc 1,21-22). Pero ahora el acontecimiento del nacimiento del "puer, vocatus propheta" disuelve el mutismo, la incredulidad, pone fin a la noche ¿Y para nosotros?
Bendecir, me parece, es la actitud sinodal básica desde que existe el pueblo de Dios: "porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición" (1 Pe 3,9). Como consideramos ayer a propósito de los Salmos, tal actitud presupone un acontecimiento en la vida del individuo, que amplía lo estrecho y se abre a lo muchos: del individuo se refracta, pasa contagiando a toda la asamblea: "Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos". (Sal 33,4).
La Iglesia en sus comienzos hizo una elección cargada de futuro (pero preguntémonos: ¿hasta qué punto se vivirá realmente hoy?) al recibir de la oración y asumir el Benedictus como vademécum y estilo de su propia llamada a ser "homo vivens, gloria Dei" (Ireneo, Adversus haereses, IV, 20,7). Bendiciendo comienza el nuevo día como un tiempo confiado a su libertad; desde el principio adquiere la perspicacia para leer los acontecimientos propios y del mundo a la luz de la gracia. ¿Esa elección del comienzo se vivirá realmente hoy?
Una actitud contraria a la bendición es la de la razón calculadora e instrumental, que persigue el beneficio ciego. La razón calculadora mira la realidad para buscar su dominio mediante conjeturas y estrategias. La razón calculadora se jacta de la posesión arrogante de la verdad y es inasequible a la confrontación. La razón calculadora instrumentaliza al otro, las situaciones, la creación. Quiere dominar a toda costa, incluso con pretextos sagrados, y no sabe bendecir.
El Benedictus ofrece, con una estupenda densidad simbólica, el inicio del camino. De sacerdote incrédulo y, por tanto, mudo, incapaz de bendecir al pueblo, Zacarías es transformado por el Espíritu en profeta que bendice exultante. Bendice por la visita transformadora de Dios. Bendice por el "puer, vocatus propheta", el niño hecho sumo profeta (Mt 11,11; 21,23-27). El profeta es niño por excelencia: ya lo vemos en Jeremías, el ser humano hecho por gracia de lo Alto es joven, se percibe radiantemente necesitado de ayuda para ser profeta: un ojo que ve -desde el corazón de Dios- presente, pasado y futuro, lo invisible salvo a los ojos del corazón que escucha.
Sólo quien recibe el corazón de puer es profeta. No para prever el futuro, sino para ver el presente con su sensorium infalible, ya alerta en la oscuridad del vientre materno. Es el corazón de puer el que permite bendecir aun perteneciendo a un mundo humillado por la decadencia.
Bendecir a Dios, que de manera misteriosa realiza prodigios, devuelve cada día un alma a la Iglesia, marcada por expectación e inercia, mudez y esterilidad, por muchas arrugas de incredulidad. Él restituye un alma en el tiempo - y más allá del tiempo (Ap 14:3; 15:3-4).
Urge apropiarse de esta forma de Iglesia que es la bendición, incluso en los caminos sinodales; sólo así es posible avanzar "por el camino de la paz" (Lc 1,79).
El deseo enternecido de un padre anciano a su hijo recién nacido - "et tu puer" (1.76) - es puesto por la liturgia en los labios de la iglesia en camino. Y la historia de cada día se abre de nuevo con una confesión de alabanza, porque - éste es el pasaje decisivo - "Dios ha visitado" (1.68). Ha cumplido su episkopé, una visita solícita, una visita fecunda, una visita de juicio e invitación a la conversión; una visita de misericordia. La episkopé -la visita del Señor- no debe perderse nunca de vista en los pasos del Sínodo. ¿Qué otra cosa podrían ser estos arduos pasos del camino sinodal hasta ahora dados, sino el lugar y el momento de su visita?
Al mismo niño saludado por el canto paterno se le confía la tarea profética de "caminar adelante", de anticipar el Astro que surge desde lo alto. "Et tu, puer": el futuro Precursor, el hombre rudo del desierto, es identificado como profeta en su calidad de 'puer'. Pues bien, creo que la Iglesia sinodal, cantando el Benedictus, puede reconocerse llamada a identificarse con el 'puer' destinado a un espacio relacional más amplio que su parentesco: él prepara el camino para el viaje de los pueblos -de Israel y de todos los que yacen en las tinieblas. Él camina y abre el camino, como revela el mismo Evangelio de hoy.
"Per viscera misericordiae Dei nostri": el camino en el que está comprometida la Iglesia es interpretado por el Cántico a la manera de un camino a través del seno, el seno de la misericordia de Dios. Nosotros, miramos hacia nosotros mismos y en todas direcciones, miremos donde miremos, nos movamos como nos movamos, en cualquier dirección que nos desviemos, percibimos una cierta inquietud. Pues bien, el cántico nos revela que estamos atravesando el vientre de un nuevo nacimiento. Es de la misericordia que surge en la nueva mañana, la paz.
Salida de las tinieblas, de la sombra de la muerte. Es la luz del día que surge para no volver a ocultarse, y es esa luz la que surge para explicarnos cómo las tinieblas eran ya de un modo extraordinariamente fecundo y pacífico una revelación de la misericordia, del seno generador del Dios vivo.
¿Sabrán los pasos del camino sinodal registrarse en la longitud de onda de la bendición matutina?
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