Gugerotti: El cardenalato es una gran responsabilidad, no por la gloria sino por la sangre
Antonella Palermo ¨C Ciudad del Vaticano
El veronés Claudio Gugerotti figura entre los 21 nuevos cardenales anunciados por el Papa Francisco para el próximo Consistorio del 30 de septiembre. Prefecto del dicasterio para las Iglesias Orientales desde enero de este año, ha sido nuncio apostólico en varios países de tradición cristiana oriental: desde 2002 en Georgia, Armenia y Azerbaiyán; en 2011 en Bielorrusia; en Ucrania de 2015 a 2020 (el país con más católicos de rito oriental), y después en Gran Bretaña. A continuación, la entrevista concedida a Pope.
Su nombramiento se produce poco después de su regreso al Vaticano como Prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales. ¿Cómo lo recibió?
Me llegó de forma bastante inesperada. No estaba escuchando el Ángelus, en un momento dado el teléfono explotó [de mensajes] y no entendía la causa. Todos decían 'felicidades, felicidades'. Pensé que tal vez había olvidado mi onomástico... Luego lo comprendí.
Lo vivo sobre todo como una responsabilidad que me parece especialmente significativa, pero también pesada, porque el púrpura no es el púrpura de la gloria, es el púrpura de la sangre. Y he visto mucha sangre en mi misión de nuncio. He visto a tanta gente rendir su tributo a Cristo con sangre, e incluso simplemente la violencia que ha sobrecogido a tantas personas y que ha tomado esta forma.
Ahora me exige el Papa la disposición, y antes lo hizo Dios, de ser fiel a la Iglesia y al Papa hasta dar la vida, si es necesario.
De hecho, me he identificado mucho con las palabras del Patriarca latino de Jerusalén. Además, la competencia del Dicasterio no es sólo sobre Oriente Medio, sino sobre Etiopía, Eritrea, Ucrania. Todas las zonas, o casi todas, que viven actualmente sucesos particularmente sangrientos, que no es casualidad que les afectan, en el sentido de que el Oriente cristiano ha sido siempre una reserva de fidelidad a Cristo hasta el martirio. Pensemos en lo que fueron las grandes Iglesias orientales, hoy reducidas a poquísimas personas. Y no por azar, sino porque la violencia de los hombres y de las culturas las ha llevado casi a la desaparición. Por eso, está casi en el ADN de las Iglesias orientales este vínculo tan profundo con el testimonio martirial.
Entonces, ¿le parece bien que el Papa Francisco haya creado una Comisión de Nuevos Mártires con vistas al Jubileo?
Ciertamente. Es la continuación de una intuición que fue de Juan Pablo II en su momento, que aportó una gran novedad a la Iglesia y que ahora, en términos aún más radicales, nos lleva a esa unión, a esa comunión en el martirio que es verdaderamente un misterio escondido en Dios porque supera todos los límites y las barreras entre las Iglesias, entre las religiones. En este caso especialmente entre confesiones cristianas. Es una unión ya realizada en la sangre. Por eso esta institución me ha impresionado mucho y me ha edificado mucho y a la que, si soy llamado a ello, colaboraré de todo corazón.
La suya es también una púrpura que encaja en el escenario de la misión de paz del Papa, primero en Kiev y luego en Moscú. ¿Cómo ve el resultado de las conversaciones y reuniones del cardenal Zuppi y, más en general, la vía diplomática que la Santa Sede está siguiendo para ayudar a crear vías de paz en la guerra de Ucrania?
Lo que puedo decir con toda claridad es que el Papa Francisco siempre ha buscado y deseado la paz más allá de toda posibilidad razonable, y esto se deriva de su profunda fe, la fe que va más allá de la razón. Y el amor está antes y después de la razón. Recordemos que cuando yo era nuncio en Ucrania, el Papa Francisco hizo aquella colecta que recaudó 16 millones de euros para los que entonces ya estaban desplazados en el Dombás y que a mí me tocó gestionar yendo a comprobar personalmente que hasta 800 mil personas se beneficiaban de la ayuda que el Papa y los católicos en Europa habían podido enviar. Hay una continuidad constante que se remonta a la época del origen de la Unión Soviética cuando el Papa enviaba convoyes humanitarios enteros al recién nacido imperio soviético, llamémoslo así, independientemente de la ideología. Es decir, la política de los Papas siempre ha sido y sigue siendo una política de esperanza más allá de la esperanza. Nuestra diplomacia no es una diplomacia de cálculos, es una diplomacia de utopías posibles.
¿Cree que algunos comentarios fueron demasiado simplistas?
Exacto. La percepción es que haciendo cuentas sobre lo que puede ser útil para acabar pronto con ello, acabamos con todo el mecanismo de conocimiento de ese mundo y su complejidad. Cuando la caída del Muro de Berlín provocó el gran entusiasmo por la libertad recién encontrada, nos detuvimos ahí. No fuimos a ver lo que ocurrió al día siguiente, cuando la gente perdió todo el dinero que tenía en el banco y se vio obligada a hacer cola durante horas para conseguir un trozo de pan. Es una situación reciente que destapó los nervios de los pueblos soviéticos y creó un resurgimiento, quizá también porque el régimen había mantenido muy reprimido este sentimiento, el resurgimiento del nacionalismo, los conflictos, las dificultades económicas, el fenómeno de los oligarcas. Son situaciones muy complejas...
Usted ha estado estos días en Bielorrusia como enviado especial del Papa Francisco para las celebraciones del 25 aniversario de la coronación del icono milagroso de Nuestra Señora de Budslau. ¿Qué se lleva de esta visita?
Una maravillosa celebración de un pueblo que sufre en silencio y que ha encontrado en su fe una fuerza de testimonio tan evidente, a nuestros ojos, de reencontrar su sonrisa en torno a esta humilde efigie de la Virgen María, que para ellos es el signo de su identidad y de su esperanza. Diez mil personas, viniendo a pie, a través de bosques, lagos, caminos difíciles y encontrando la solidaridad en todos los que les rodean y poniéndose de rodillas para caminar los últimos tramos fue para mí una lección especial en una zona que está rodeada de gente que lucha entre sí. Sobre todo, esas miradas llorosas por la cercanía del Papa, por el alivio que sienten al no sentirse olvidados. Les conté la historia de una ancianita de Bielorrusia que estaba tan cerca del Papa, a pesar de que él nunca la había conocido salvo por las fotografías que hicieron. que durante seis años el Papa preguntara cómo estaba esta señora.
Con mucha esperanza. No sé lo que hará el Espíritu Santo porque las iniciativas de los hombres son siempre una preparación. El Espíritu Santo nos sorprende como sorprendió en el Concilio Vaticano II y en muchos otros acontecimientos de la historia. Recordemos que no nos celebramos a nosotros mismos, ni nuestros éxitos, ni nuestras preparaciones, sino nuestra disponibilidad de corazón a la inspiración del Espíritu. Cada ocasión en la que el Espíritu puede soplar más visiblemente en abundancia se convierte en una fiesta de la Iglesia. Así es como yo lo afrento. Y este Consistorio, casi como el inicio del sínodo, no es más que un recordatorio hacia nosotros, los nuevos cardenales, para que caminemos en el espíritu de un sínodo y de una sinodalidad que constituyen la naturaleza propia de la Iglesia como comunión.
¿Alcanzaremos la armonía tan deseada por el Papa Francisco, una armonía plena entre los cristianos de Oriente y Occidente?
Hace un mes estuve en Alejandría, Egipto, como miembro de la Comisión Teológica Mixta entre católicos y ortodoxos. Puedo asegurar que el clima a nivel personal es muy bueno. Por supuesto, una cosa es la cercanía personal y otra la carga histórica de los acontecimientos que han caracterizado nuestras relaciones. Necesitamos que la fuerza del contacto personal sea tan poderosa y esté tan llena de amor que pueda superar todas estas cargas, todos estos lastres que nos impiden abrazarnos en público como lo hacemos en privado.
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