Ante los pobres no se hace retórica, se tiene sentido de la humanidad
Antonella Palermo – Ciudad del Vaticano
"Un río de pobreza fluye por nuestras ciudades y se hace cada vez más grande hasta desbordarse": ésta es la inquietante imagen con la que se abre el Mensaje para la séptima Jornada Mundial de los Pobres presentado este 13 de junio.
Monseñor Rino Fisichella, pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, lo ilustra a Pope subrayando cómo los pobres no son un número, sino un rostro, al que hay que acercarse, acoger, apoyar, no sólo con ayudas económicas, sino alimentando una amistad y una sensibilidad cultural de proximidad en todos los ambientes, empezando por las agendas de los responsables políticos.
Excelencia, en el Mensaje para la séptima Jornada Mundial de los Pobres, se elige la historia de Tobías, un personaje bíblico quizá poco conocido, para reafirmar que ante los pobres no se puede utilizar la indiferencia, ni la retórica, ni la deslegitimación de la caridad, ni la ilusión…
En efecto, no olvidemos que el Papa nos está dando este Mensaje mientras se encuentra en la cama de un hospital y, por tanto, comparte el sufrimiento con tantas otras personas pobres. El Mensaje que nos da es muy actual porque, en primer lugar, nos dice que es el testamento que un padre deja a su hijo y, por tanto, hay esta transmisión de contenidos importantes que no podemos olvidar.
Y entre estos, nos dice, está la atención a los pobres, que no es una atención retórica. Es una atención que toca a cada persona, siguiendo el ejemplo de Jesús que respondía a cada enfermo que se le acercaba, y por tanto a las multitudes, mirando la profunda necesidad que tenían. Aquí, ante los pobres – nos dice el Papa – no hay retórica. Los pobres no son un número estadístico, son personas que ante todo desean nuestra cercanía y sentido de humanidad.
En el Mensaje leemos que el momento histórico que vivimos hace enmudecer a los que viven en la pobreza. ¿Por qué ocurre esto?
El Papa dice que se da demasiado volumen a otros temas: las finanzas, la economía, el entretenimiento. Y así, frente a estos temas, se pone sordina a lo que puede molestar, a lo que sacude la conciencia, a lo que obliga también a cambiar de vida y a considerar lo que es esencial en la vida de las personas.
Por un lado, diría yo, el Papa nos provoca una vez más a tocar el sentido profundo de la vida. No es casualidad que varias veces el Pontífice diga que los pobres nos evangelizan. Esta expresión no significa otra cosa que los pobres nos hacen ver y tocar lo esencial de la vida. Sobre esto no se puede poner el silenciador porque está en juego nuestra existencia personal.
El Mensaje contiene también la advertencia de un "compromiso político y legislativo serio y eficaz". Concretamente, ¿cuáles podrían ser las propuestas, en este sentido, para que se haga realidad el deseo de la Pacem in Terris, cuyo 60 aniversario estamos celebrando?
Yo diría que esto debería ser doble. Me temo que muchas veces las acciones gubernamentales, legislativas, sólo se centran en la ayuda financiera y económica. Es un primer paso, es importante porque la indigencia, la pobreza también viene determinada por no poder llegar a fin de mes, como dice explícitamente el Mensaje. Pero es sólo una parte.
Hay otra parte que se relaciona más con una dimensión cultural, a saber, la necesidad, incluso a través de la ley, de cambiar la mentalidad, de cambiar lo que a menudo es la actitud de indiferencia o desprecio que luego conduce a la marginación. Se trata de un fenómeno cultural.
Por lo tanto, antes de preocuparnos por lo que es una ley financiera con la que pensamos dar una ayuda material, que luego se acabará, y muchas veces se acaba muy rápido porque es una ayuda demasiado contingente, nos olvidamos de que hay una educación, una formación y esto debe hacerse en todos los lugares: debe hacerse en la escuela, debe hacerse en la familia, debe hacerse donde hay un lugar de encuentro, donde las personas crecen juntas. A nivel legislativo, creo que también podemos y debemos intervenir sobre esta formación que devuelve la dignidad a cada persona.
Así que de los pobres no hay que tener miedo...
No, no debemos tener miedo de los pobres. Del pobre debemos tener necesidad nosotros. Debemos redescubrir que los pobres son una necesidad que nos pertenece porque nos hacen descubrir la humanidad profunda que tantas veces se olvida o se arrincona y ya no nos permite vivir la vida de manera profunda, esencial y también, diría yo, llena de alegría y de responsabilidad.
El Mensaje aborda explícitamente la cuestión del trabajo con todos los problemas no resueltos que afectan al aumento de la pobreza, a la creación de nuevos pobres también. En su opinión, ¿está suficientemente incluido como prioridad en las agendas de los líderes políticos de hoy?
Me temo que no. Me alegra que el Papa haya querido insistir precisamente en esta categoría, porque todavía hay demasiadas perplejidades y demasiadas timideces en el mundo del trabajo. Basta pensar en las muertes en el lugar de trabajo que afectan a todo el mundo y tocan de cerca precisamente porque no hay reglas, o no se respetan, y obviamente las víctimas son también las más inocentes.
Con este llamamiento, el Papa no hace más que provocarnos una vez más a mirar hacia esas categorías más débiles, sin las cuales no tendríamos la exigencia de expresar mejor la vida y la sociedad en la que vivimos. Los trabajadores, el mundo del trabajo, no son un apéndice, son un motor para un país, y esto hay que tenerlo en cuenta porque nos lleva a reconsiderar una responsabilidad social que me parece cada vez más ausente debido a la imposición de esos derechos individuales que luego llevan a la indiferencia con respecto a la responsabilidad social.
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