Muerte de un indigente que se refugiaba bajo la columnata
Amedeo Lomonaco ¨C Ciudad del Vaticano
Son poco más de las 10.30 de la mañana. Mi mirada se posa en los distintos lugares de la Plaza de San Pedro, como de costumbre, perdida en las curvas de la columnata de Bernini, pero de repente se ve atrapada por una escena que no es inmediatamente comprensible. Veo agentes de la policía y una cinta amarilla que restringe el paso de los peatones. Entonces, mirando más allá de esa franja, la imagen borrosa se vuelve clara: vislumbro entre las siluetas de los agentes el cuerpo de un hombre tumbado y envuelto en una manta térmica dorada.
Es un indigente que ha muerto, probablemente también por las bajas temperaturas de estos días. La señal de la cruz es el saludo que puedo dar a ese hombre, uno de los pobres que entre los propileos de la columnata intentan resguardarse del frío y la intemperie. Al ampliar la mirada, veo también a dos sacerdotes y una monja en oración.
Se ha colocado una vela junto a ese cuerpo. Una pequeña luz que rompe la indiferencia de los que pasan, apresuradamente, sin ver al pueblo de los invisibles que sobrevive, a menudo entre penurias y dificultades, en nuestras ciudades junto a nuestros pasos.
El dolor del Papa
El hombre que ha muerto hoy tiene un rostro y un nombre. El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, respondiendo a las preguntas de los periodistas, informó que era Burkhard Scheffler, nacido en 1961 en Alemania.
"Vivía en la calle en Roma, y lo asistía el Dicasterio para la Caridad. Por desgracia, las últimas noches de frío y lluvia contribuyeron a agravar la fragilidad de su estado".
"En su oración ¨C añadió Matteo Bruni ¨C el Papa Francisco recuerda a Burkhard y a todos los que se ven obligados a vivir sin hogar, en Roma y en todo el mundo, e invita a los fieles a unirse a él. El limosnero apostólico, el cardenal Krajewski, que se encuentra en Asís realizando una peregrinación, encomienda a Burkhard a la intercesión de San Francisco¡±.
A ese hombre, cuyo nombre conozco ahora, lo había visto probablemente en los últimos días bajo la columnata. A menudo tenía un libro en las manos y leía en voz alta con un marcado acento alemán. Lo veía absorto en sus pensamientos y concentrado en su lectura. Tenía pocas posesiones, pero los libros nunca faltaban junto a las mantas y los cartones. Quizá con su imaginación intentaba escapar de los márgenes a los que lo habían arrastrado los acontecimientos de su vida.
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