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El cardenal Parolin durante la conferencia “La Universidad católica por el bien del país: un siglo de compromiso educativo y cultural” El cardenal Parolin durante la conferencia “La Universidad católica por el bien del país: un siglo de compromiso educativo y cultural” 

Responder con el corazón abierto a los interrogantes de nuestro tiempo

En su intervención en la conferencia “La Universidad católica por el bien del país: un siglo de compromiso educativo y cultural”, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de Su Santidad, repasó la contribución dada a la sociedad italiana y a la Iglesia. Una reflexión entrelazada con el magisterio de los Papas y la historia del mundo

Benedetta Capelli – Ciudad del Vaticano

La universidad Católica del Sagrado Corazón, inaugurada el 7 de diciembre de 1921, ya tiene un siglo. Recordar un aniversario tan importante se convierte en un deber por la contribución que ha hecho a la sociedad italiana y a pocas semanas de la beatificación de Armida Barelli, cofundadora del ateneo. Esta iniciativa, titulada “La Universidad católica por el bien del país: un siglo de compromiso educativo y cultural”, que tuvo lugar ayer en Milán, cierra el ciclo de conferencias para las celebraciones del centenario.

El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, ofreció una amplia reflexión en la que recorrió la historia de “la Católica”, que hoy cuenta con doce facultades, cinco campus y más de cien carreras, entrelazándola con la historia y el magisterio de los Papas que la han apoyado y estimulado. Asimismo, se detuvo en el término "Universidad Católica", entendiendo el adjetivo "católico" como el refuerzo de una visión universal. En 1919, el padre Agostino Gemelli, recordó el purpurado, hacía un llamamiento porque consideraba que "una universidad propia es una necesidad urgente", sobre todo si se quiere ejercer una influencia en la vida cultural italiana.

Fomentar la relación con la modernidad

Parolin habló del apoyo decisivo de los Pontífices a “la Católica”, que recogió entonces el espíritu del Concilio Vaticano II con la Gravissimum educationis proclamando la importancia de la educación en la vida del hombre y su impacto en el progreso. Se trataba, pues, según explicó el cardenal, de una voluntad de confrontar la modernidad y la Iglesia "en el papel de interlocutor privilegiado respecto a toda instancia de lo humano".

"Contraponer el rigor de la ciencia a las caricaturas del cientificismo, favorecer la relación con la modernidad sin ceder a la tentación del modernismo": éste es, según el secretario de Estado, el rasgo inicial del camino de la Universidad Católica, representado también por un particular servicio a la Iglesia, el de no apagar la curiosidad intelectual, manteniendo viva la inquietud espiritual.

Lugar de la reelaboración crítica

En el transcurso del tiempo que llevó a la protesta del 68, “la Católica” fue un primer lugar de revuelta, pero también un lugar "en el que la negociación de la fe con el presente se restableció en un nuevo nivel, sin dejar nunca de adherirse a las premisas de la tradición", dijo. Realmente, en la época de la crisis, el ateneo, explicó Parolin, "se posicionó como punto de referencia y como lugar de reelaboración crítica respecto a las formulaciones que ya no podían ser recibidas pasivamente, ni resueltas mecánicamente en un contexto en vertiginosa evolución". De ahí el otro aspecto particular del católico: la asunción consciente del riesgo en el diálogo con la modernidad, que se dirigía a explorar "las premisas científicas, antropológicas y teológicas sobre las que descansa la búsqueda de la verdad y la plausibilidad de la fe". "Creer, subrayó el secretario de Estado, significa encontrar en cada época, y por tanto también en la que nos toca vivir, motivos de gratitud y esperanza por la obra de Dios entre nosotros".

Una cultura del descarte que nos hiere

En la Constitución Apostólica Ex corde ecclesiae, promulgada por Juan Pablo II en 1990, encontramos la síntesis del perfil académico, una comunidad libre y autónoma "que, de manera rigurosa y crítica, contribuye a la protección y al desarrollo de la dignidad humana y del patrimonio cultural a través de la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales e internacionales".

En las décadas de los años 80 y 90, las convulsiones políticas reconfiguran la geopolítica mundial, mientras la universidad sigue investigando lo contemporáneo. A partir del 2000, "domina el rechazo y la exclusión del otro, un otro que de vez en cuando se presenta bajo la forma del pobre, del extranjero, del emigrante. Como si, en este cambio de época, cada uno de nosotros no pudiera encontrarse, más o menos repentinamente, sufriendo la herida del despojo, del exilio y de la errancia. Como si, por decirlo de otro modo, la cultura del descarte no nos hiriera a todos".

"El hambre de pensamiento"

Parolin recuerda también a Benedicto XVI y la misión primordial de la universidad, a la que había llamado al inaugurar el curso académico 2005-2006: "Hacer ciencia en el horizonte de una racionalidad distinta de la ampliamente dominante hoy, según una razón abierta a lo trascendente, a Dios". Una "fe razonable", mientras Francisco insiste en los "resultados inalienables de la investigación científica moderna". "No hay pensamiento de Dios, y por tanto no hay fe, en ausencia de pensamiento. Así se puede resumir, explicó el cardenal, la contribución que la universidad Católica del Sagrado Corazón ha dado y sigue dando a la sociedad y a la Iglesia. Hay hambre de pensamiento en nuestro tiempo".

Una cuestión de corazón

"Precisamente del corazón de la Iglesia brota, como su precioso tesoro, un lugar 'consagrado' al diálogo con las ciencias y los distintos ámbitos del saber", "en salida" para encontrarse con el otro, pero con su propio pensamiento. "Una comunidad abierta al mundo sin miedo", según el pensamiento de Francisco, para buscar respuestas. El miedo, dijo Parolin, está en el mundo actual ligado a la pandemia, la crisis financiera, la guerra en el corazón de Europa. Es necesario ofrecer la esperanza, "la principal virtud de un corazón sabio, el precioso don de una fe enraizada en la interioridad". Un corazón que es el "lugar secreto donde reside la verdad de cada persona". "Se podría decir que una universidad católica es siempre y en todo caso una universidad del Corazón: mejor, del Sagrado Corazón. Porque, añadió el cardenal, nada es más universal e íntimo que el corazón, y ninguna devoción exalta mejor este sentimiento que la del Sagrado Corazón, tan querida por la cofundadora, la beata Armida Barelli". Un corazón que no se asusta: éste es el don que la universidad Católica puede hacer a los creyentes: "la belleza y el esfuerzo de un corazón sin miedo, un corazón inquieto y abierto, disponible para cuestionar y feliz en la acogida".

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19 mayo 2022, 13:11