Czerny a los refugiados ucranianos: "Les traigo el abrazo del Papa"
Petr Vacík - Ko?ice
Pocos días después de su viaje a Hungría, el cardenal Michael Czerny volvió a llevar el mensaje de cercanía y esperanza que el Papa Francisco le ha entregado, llegando a la frontera entre Eslovaquia y Ucrania. El primer día, ayer, el cardenal se reunió en Ko?ice con los obispos greco-católicos y latinos de las diócesis de la parte oriental de Eslovaquia, y después, junto con el arzobispo Cyril Vasi?, eparca de Ko?ice, visitó la frontera con Ucrania en Vy?né Nemecké, donde hay centros de primera acogida para las personas que huyen de Ucrania y se dirigen a otros lugares.
El dolor en los relatos
"Vengo de Kiev", "vengo de Kharkiv", "soy de Donetsk": así comienza cada historia de los refugiados con los que se encuentra el cardenal Czerny. A cada uno de ellos le repite palabras de apoyo, de oración y de ánimo. La gente le escucha, sus ojos hablan de miedo, de horror ante lo que han visto, de incertidumbre pero también de esperanza. Una mujer y sus hijos desean cruzar la frontera, ella tiene palabras de agradecimiento para el cardenal. Habla sin cesar, como si el flujo de su narración pudiera barrer el dolor que arrastra. Cuando pasa un chico con una capucha en la cabeza, con las ojeras claramente visibles, ella le invita a unirse a ellos, pero él camina hacia su colchón solo, con lágrimas en los ojos. No tiene fuerza.
La oración por la paz
En la catedral de Uzhgorod, ciudad del oeste de Ucrania, la gente reza junta, los presentes piden a Dios el fin de la guerra. Madres con sus hijos, mujeres ancianas, policías, obispos se arrodillan repetidamente durante la Divina Liturgia pidiendo la paz. A través de esta muerte", dice un religioso, "Dios traerá la resurrección. Los primeros signos ya son visibles, porque los cristianos de diferentes confesiones ya están viviendo aquí un periodo de increíble unidad".
En fila para escapar
La siguiente parada del cardenal Czerny es en el centro deportivo de Uzhgorod, donde varios pabellones deportivos se han convertido en enormes dormitorios. La ciudad acoge a los refugiados que se dirigen a la frontera eslovaca. Se quedan aquí unos días para recuperar fuerzas. Los padres, por ejemplo, traen a sus familias y luego dejan a sus esposas e hijos en la frontera para regresar. Es un lugar doloroso porque prevalece la desesperación, la impotencia, el recuerdo de lo que se ha dejado atrás. Sensaciones que chocan con la despreocupación de los niños que corren por el pabellón deportivo lleno de colchones. Se puede ver cómo se cuelga la ropa para que se seque en el equipamiento deportivo. En la frontera, hay una fila inmóvil de familias, en su mayoría sólo madres con hijos. Ocasionalmente una abuela en silla de ruedas. Poco a poco, familia tras familia, los guardias fronterizos ucranianos les dejaron entrar en Eslovaquia. En un gran caldero, están cocinando patatas para la gente de la calle. Pasan decenas de horas en la cola. Hay incertidumbre y miedo en sus rostros. El cardenal Czerny sonríe y tranquiliza a esta triste humanidad, les asegura las oraciones y la cercanía del Papa, así como los esfuerzos diplomáticos de la Santa Sede para poner fin a la guerra.
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