Lombardi: el Papa Ratzinger nunca intentó ocultar el mal en la Iglesia
Gabriella Ceraso - Pope
"Me impresionó su sinceridad, su intensidad y su profundidad". El padre Federico Lombardi, anterior director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, comenta la carta publicada por el Papa emérito.
¿Qué le ha llamado la atención de esta carta?
R. - Me impresionó su sinceridad, su intensidad y su profundidad. Como dice en el texto de la carta, pasó por un período doloroso en el que hizo un examen de conciencia, de sí mismo: sobre su vida, sobre su comportamiento, sobre la situación de la Iglesia hoy. Reflexionó sobre ello. La carta es el resultado de un tiempo profundo, doloroso, de examen sincero ante Dios. Es una persona anciana, que sabe que va hacia el encuentro con el Señor y, por tanto, hacia el juicio de Dios, y esto muestra la gran sinceridad y profundidad del texto y de la forma en que vive esta respuesta que da, después de un período que fue ciertamente de reflexión y sufrimiento para él, pero también de gran debate en la Iglesia, de confusión, de desconcierto... Él da su testimonio, una ayuda para ver con verdad, con objetividad y con sinceridad y serenidad, la situación y las perspectivas.
¿Cuál es el significado del pedido de perdón contenido en la carta?
El Papa emérito se coloca en una situación que vive cada día, celebrando la Eucaristía. Al principio de la misa está esta petición de perdón antes de encontrarse con el Señor, y siempre la vive muy profundamente. Y esto implica toda su reflexión sobre su situación personal y sobre la situación de la Iglesia, en la que se siente involucrado. Así que da gran intensidad a estas palabras que hemos repetido innumerables veces: mi culpa, mi culpa, mi grandísima culpa. Intenta ver con total claridad cuál es esa gran culpa en la que él también se siente implicado, en solidaridad con toda la Iglesia. Y precisa que se trata, en este tiempo y en su tiempo de reflexión, de la grandísima culpa que comporta todo el asunto de los abusos sexuales. Él realiza esta reflexión penitencial delante de las mismas víctimas de los abusos. Evoca los encuentros que ha tenido con las víctimas y su conocimiento cada vez más profundo de la gravedad del sufrimiento de las víctimas y de las consecuencias de estos abusos. Expresa, con gran sinceridad y de forma muy explícita, vergüenza, dolor, un sincero pedido de perdón. Son expresiones que también hemos escuchado en los últimos años en boca del Papa Francisco, y que también vuelven a calar hondo en quien repasa un poco toda su historia sobre el tema de los abusos, desde sus primeras experiencias en la diócesis de Múnich hasta la responsabilidad que tuvo en Roma, hasta el mismo pontificado. Esta reflexión suya no debe considerarse abstracta y genérica, sino concreta: se refiere a la falta de atención a las víctimas, al dormir de los discípulos ante el sufrimiento de Jesús, que naturalmente incluye también el sufrimiento de las víctimas; a la falta de compromiso suficiente para combatir esta lacra y estos crímenes... Así que hace referencias muy precisas a esta realidad, no desarrolla un discurso abstracto y genérico. Por tanto, su pedido de perdón es también, en definitiva, un pedido de oración para él, dirigido a Dios pero también a sus hermanos, por tanto a las víctimas como tales y a toda la comunidad de la Iglesia que se siente involucrada en esta gran falta ante Dios. Es una cuestión muy amplia en la que se siente implicado y ve toda la realidad de la gravedad de este asunto como algo de lo que hay que pedir perdón, purificarse y comprometerse con todas las fuerzas a cambiar de actitud y ser más fieles a las exigencias del Evangelio.
El Papa emérito ha sido acusado de haber mentido sobre su participación en la reunión de enero de 1980, cuando se decidió aceptar a un sacerdote abusador en la diócesis de Munich. ¿Qué ha pasado?
Hay también una referencia en la carta del Papa emérito y luego hay una explicación más detallada en un anexo que se publica, firmado por los consultores, por los expertos legales que ayudaron al Papa en su respuesta a las acusaciones, tanto en la primera respuesta que dieron, como ahora en una posición sintética y concluyente sobre este asunto. Hubo un error en la primera respuesta -una larga respuesta de 82 páginas- que se dio a quienes estaban redactando el Informe: decía que el Papa no había asistido a ninguna reunión. Pocos días después de la publicación del Informe, el mismo Papa -el Papa emérito, siempre- hizo, naturalmente, una declaración en la que decía: "No, no es cierto: yo asistí a esta reunión, y pediré una explicación de cómo se produjo este error, que ha causado una cierta -digamos- confusión, por supuesto, y un cierto eco".
Y en el anexo, los que redactaron esta respuesta explican cómo sucedió esto dentro del proceso de redacción de esta larga respuesta. Explican, sin embargo, que esto no afecta a la sustancia del hecho de que el arzobispo -entonces Ratzinger- no conocía la realidad de la acusación de abusos contra este sacerdote y que, por tanto, el error es fruto de un descuido en la redacción, pero no algo que se hubiera escrito conscientemente para negar una presencia (que en todo caso resultaba en el protocolo de la reunión y en otras situaciones) y que, por tanto, no había razón para negar. Aquí, ahora, no entraría en demasiados detalles. La cuestión es la siguiente: el Papa emérito sufrió esta acusación que se le hizo de ser un mentiroso, de haber mentido a sabiendas sobre situaciones concretas. No sólo, sino que en el conjunto del Informe las acusaciones devienen en que fue un encubridor consciente de los abusadores y, por tanto, en que tuvo falta de atención y desprecio por el sufrimiento de las víctimas. Entonces el Papa emérito responde: "No, no soy un mentiroso. Esta acusación me ha causado un gran sufrimiento, pero doy fe de que no soy un mentiroso". Debo decir, incluso personalmente, que estoy absolutamente convencido, creo que es justo que reivindique su veracidad. Porque es una característica de su personalidad y de su comportamiento a lo largo de su vida, de la que también puedo dar testimonio, al haber vivido cerca de él como colaborador durante varios años: el servicio a la verdad estuvo siempre en primer lugar. Nunca trató de ocultar lo que podría ser doloroso de reconocer para la Iglesia; nunca trató de dar una imagen falsa de la realidad de la Iglesia o de lo que está sucediendo. Así que creo absolutamente que no se puede dudar en absoluto de su veracidad. Y como él lo atestigua, creo que es justo acogerlo con confianza y convicción.
¿Cree que esta carta puede tener algún significado para la Iglesia en estos momentos difíciles?
Ciertamente, esta carta manifiesta una actitud penitencial muy profunda y sincera de implicación y participación en el sufrimiento de las víctimas, pero también en todo lo que ha supuesto, no sólo para las víctimas, sino también para la comunidad eclesial. Y esta actitud penitencial sincera ante Dios es -creo- un gran testimonio cristiano que nos da. Hay un último aspecto, sin embargo, que quiso expresar en la carta y que me parece importante, y es que aunque es justo reconocer la gravedad de la culpa -muy grave- y el peso de sus consecuencias también sobre nosotros, espiritualmente, no debemos perder la esperanza. Él, sintiendo que se enfrenta al juicio de Dios, que es inminente, al final de su vida, dice: "Pero en esta situación, yo, sin embargo, por cuanto pueda tener miedo o temor frente al juicio, siento la cercanía de Jesucristo como amigo, como hermano, y siento que la gracia de Dios me ayudará a pasar incluso por la puerta de la muerte y a encontrarme con el Señor". He aquí: el hecho de vivir una situación de gran humillación, de gran sufrimiento de la Iglesia junto a las víctimas y a partir de lo ocurrido, no debe hacernos desesperar. Debemos seguir dirigiendo nuestra mirada también a la gracia del Señor, y confiar en Él.
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