Los disparos, el miedo, la oración y el ó
Andrea Tornielli
Las imágenes aún hoy nos perturban, cuarenta años después. El hombre vestido de blanco, de unos sesenta años todavía en la plenitud de su vigor físico, levanta y abraza contra sí a una niña de rizos rubios a la que sus padres entregan para que le dé su bendición. Inmediatamente después hubo disparos, incredulidad, el Papa derrumbado en brazos de su secretario, la camioneta blanca entrando a toda velocidad en el Vaticano. Luego, la carrera hacia el Policlínico Gemelli, las oraciones de los fieles conmocionados de todo el mundo, la esperanza que se reaviva tras una larga y complicada operación.
Pero las imágenes más impactantes del documental realizado cuatro años después de aquel acontecimiento son aquellas en las que la ventana del estudio papal se encuadra vacía y la voz del Pontífice se transmite por radio a los fieles en la Plaza. El Papa Wojtyla nunca faltó a una cita dominical y no lo hizo ni siquiera aquel 17 de mayo de 1981, para el primer Regina Coeli después del atentado, cuando con una voz débil grabada desde su cama de hospital, dijo: "Rezo por el hermano que me ha disparado, al que he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, Sacerdote y Víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo".
Las primeras palabras del Papa, herido casi de muerte, fueron de perdón para su agresor. Y este mensaje llegó al corazón del mundo entero con más fuerza aún el 27 de diciembre de 1983, cuando Juan Pablo II, el Papa autor de la encíclica , cruzó el umbral de la cárcel de Rebibbia para entrar en la celda de Alí Agca, y abrazar al joven que quería asesinarle.
En este documental se encuentran todas las imágenes de ese momento. Sin audio, porque a nadie se le permitió acercarse y escuchar lo que el Pontífice y su agresor se dijeron. Son imágenes impactantes y conmovedoras, que nos devuelven al corazón del cristianismo y hacen concretamente visible lo que el segundo Sucesor de Karol Wojtyla, el Papa Francisco, dijo a los obispos mexicanos reunidos en la Catedral de la Ciudad de México el 23 de febrero de 2016:
"La única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Lo que encanta y atrae, lo que doblega y conquista, lo que abre y libera de las cadenas no es la fuerza de los instrumentos ni la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia".
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