Hace once años el Papa Francisco iniciaba su ministerio petrino
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
“Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio”. Hace once años, en la misa de inauguración de su ministerio petrino, el Papa Francisco pronunciaba esta frase que luego se convertiría en un leitmotiv de su Pontificado. En la fiesta de san José, patrono de la Iglesia universal, ya se podían entrever algunas líneas sobre su modo de concebir la misión que seis días antes le había sido confiada. Una tarea que comporta un poder, pero para el que se “debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz”.
Francisco asumía una misión para la que debía abrir los brazos y custodiar a todo el Pueblo de Dios, acogiendo con afecto y ternura a toda la humanidad, en especial a los más pobres y vulnerables de la sociedad. En estos once años, el Papa piensa constantemente en quienes menos tienen, en las víctimas de la violencia, de las guerras, de las injusticias, entre otras realidades dolorosas. No solo les dedica palabras, videomensajes, oraciones, sino también abrazos, caricias, encuentros. Les regala su tiempo, su escucha atenta y activa. Los más desfavorecidos, aquellos que viven en las “periferias existenciales”, como él mismo las llama, están en el centro de sus desvelos y los acompaña de múltiples formas, entre ellas, tendiendo puentes de diálogo con los líderes políticos y sociales, encargados de la toma de decisiones.
En su prédica, Bergoglio pedía “ver la luz de la esperanza” y “dar nosotros mismos esperanza” ante tantos cúmulos de cielo gris, refiriéndose a las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Un cielo gris teñido por el ruido de las armas, que en este período Francisco ha pedido una y otra vez callar, invitando a los responsables de las naciones a escuchar el grito de la gente que clama la paz.
“La esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios”, subrayaba el Pontífice. Estas palabras resuenan ahora con un vigor especial mientras la Iglesia transita el Año de la Oración preparándonos para el Jubileo de 2025, que llevará el lema “Peregrinos de esperanza”.
En aquella jornada, Francisco nos exhortaba a ser custodios de la creación, del designio de Dios inscripto en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente, y a no permitir el avance de los signos de destrucción y muerte. Era una de las primeras instancias en las que dirigía esta invitación a quienes ocupaban puestos estratégicos en el ámbito económico, político o social, pero también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Hoy nos lo sigue , llamándonos a caminar sinodalmente, en comunión y compromiso, a embellecer el mundo que habitamos con el propio aporte, modificando nuestros hábitos personales, familiares y comunitarios.
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