El drama de Gaza contado al Papa: "Ahora no nos queda nada"
Beatrice Guarrera
"No somos sólo números". Hasta hace cuatro días, Suhair Anastas vivía en la ciudad de Gaza, refugiada en la parroquia latina de la Sagrada Familia. Esta mañana estaba en el Vaticano, en el grupo de palestinos que se con el Papa Francisco al margen de la audiencia general de los miércoles. "He conseguido salir de Gaza, junto con mi hija de 16 años, gracias a mi pasaporte canadiense", explica Suhair, "y en el encuentro que hemos tenido esta mañana con el Papa, cada uno de nosotros ha contado lo que había vivido. Cada uno tenía historias diferentes, pero todas terminaban igual: la gente en Gaza está muriendo".
La palestina explica que fue una de las "afortunadas" en poder refugiarse en una iglesia, que "de todas formas no era un lugar seguro": "En casa no hay lugares seguros. Te vas a dormir y no sabes si te despertarás a la mañana siguiente. Es una experiencia horrible. Cuando dejas a todo el mundo allí, detrás de ti, te sientes realmente culpable". Fue precisamente el sentimiento de culpa y el miedo al peligro en el camino lo que retrasó su salida de la ciudad de Gaza, a pesar de que a principios de noviembre había obtenido permiso para viajar hacia el sur, llegar al paso fronterizo de Rafah y luego a Egipto. Una vez tomada la decisión de partir, el viaje fue un infierno: "Éramos siete personas, incluidos un niño de siete años y otro de uno. Primero condujimos durante mucho tiempo. Luego empezamos a caminar, mientras oíamos a nuestro alrededor combates, bombas, disparos. Pero no podíamos hacer nada, sólo caminar y mantener en alto la bandera blanca. Era aterrador. El niño de siete años no paraba de preguntar: "Mamá, ¿vamos a morir?". Y la madre respondía: "No, no vamos a morir. Sigue caminando y todo irá bien. Estoy contenta de que hayamos conseguido salir, pero hay gente que sigue allí".
Allí, en la destruida y asediada ciudad de Gaza, allí, en la iglesia latina donde Suhair y su hija también se habían refugiado desde el 13 de octubre. "Nadie podía salir de los confines de la iglesia, porque no era seguro", relata la mujer, "sólo dos o tres personas podían salir a buscar víveres". Suhair y todos los miembros del grupo de palestinos recibidos por el Papa perdieron amigos y familiares a causa de los bombardeos israelíes. Lo más duro", dice Suhair, "es no saber lo que ocurre a tu alrededor. A veces piensas que si te pasa algo, tu familia ni siquiera se enterará". En cambio, su familia la espera en Jordania, donde viven sus otros dos hijos, estudiantes universitarios. "Sueño con una vida segura. Ahora no tenemos nada. No tenemos planes de futuro después de todo lo que hemos vivido. A todo el mundo le gustaría lo mejor para sus hijos y espero que sea posible. Espero que sea posible volver a Gaza".
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