Ruffini: el Papa en Lampedusa nos ense?ó a mirar con el corazón, sin eslóganes
Andrea De Angelis - Ciudad del Vaticano
"La memoria nos permite comprender el presente, cuando hablamos de migraciones estamos llamados a no simplificar, a rechazar los eslóganes fáciles, comprometiéndonos a ver con el corazón e ir más allá de cualquier programa, respondiendo a las urgencias de la historia". Así se expresa Paolo Ruffini, prefecto del Dicastero per la Comunicazione, que se encuentra en Lampedusa para participar en la conferencia "De la guerra a las migraciones, recuento de la crisis y de la Europa que viene", prevista para el sábado 8 de julio en el aeropuerto de la isla. En el marco de la octava edición del Premio Internacional de Periodismo Cristiana Matano, el acto se celebra en el décimo aniversario del viaje del Papa a Lampedusa, el primero de su pontificado. Un viaje imprevisto, en el que Francisco dio una señal tangible de lo que iba a ser un tema central de su magisterio, y aquí comienza el recuerdo de Ruffini.
¿Qué nos dijo Francisco con este viaje hace diez años?
Podemos decir que el Papa Francisco nos ha acostumbrado y también nos ha enseñado con su ejemplo que no todo tiene que estar planificado. Nuestras vidas deben estar marcadas por la capacidad de ver, de escuchar con el corazón. Esto vale para todos los que tienen que informar de lo que ven, no sólo para nosotros los periodistas. Escuchar y ver con el corazón significa ser capaz de seguir lo que sucede aunque no esté previsto. Es la parábola del buen samaritano: tienes que hacer una cosa, te encuentras con otra que te cuestiona, te interpela, te hiere. El Papa habló en Lampedusa de "una espina en el corazón". Francisco dio este sentido al pontificado: muchas cosas no estaban previstas, sino que dependían de la urgencia de los acontecimientos. Lo que sucede no siempre se puede planificar, los hechos son superiores a las ideas.
Mirando diez años atrás, hoy es fácil comprender cómo aquel viaje marcó el magisterio de Francisco sobre los migrantes, "números y nunca personas", como en el Mediterráneo, definido repetidamente "un cementerio". ¿A quién interpela hoy la voz del Papa, por quién es escuchada, a qué conciencias se dirige?
Se suele decir que la voz del Papa clama en el desierto, pero en realidad todos le escuchamos. Sin embargo, no siempre estamos a la altura de lo que oímos. Es el destino de los profetas, pero lo que se siembra permanece y los frutos llegan con el tiempo. Unos escuchan más, otros menos. Si nos fijamos en el magisterio de los predecesores de Francisco, esta es una constante. Pienso, por ejemplo, en el discurso de Pablo VI a los periodistas católicos sobre la guerra, pronunciado en 1966. Habló de su propuesta de paz en relación con Vietnam. Dijo que algunas cosas no se entendían, parecían extrañas, un pacifismo utópico, pero reivindicó su derecho a presentar un testimonio claro, el de quien dice al mundo que la paz es posible, pero requiere paciencia. Diez años después, más o menos, terminó la guerra de Vietnam. Hay un tiempo para la siembra y un tiempo para la cosecha. La pregunta sobre quién escucha entonces es justa, y debe plantearse a nosotros: ¿cuánto le escuchamos, creyentes y no creyentes? Creo, repito, que todos le escuchamos, conocemos sus palabras sobre la necesidad de comprender que los procesos en marcha conciernen a la guerra, la economía, la ecología. Todo está entrelazado, incluso la cuestión migratoria lo está. Si tomamos las cosas por partes estaremos en una guerra por partes, si en cambio pensamos en grande iniciaremos un proceso que nos llevará a una era mejor. Por el contrario, prevalecerá el descarte, el fin de la prosperidad. En esta era de la comunicación muchas cosas que se escuchan se eliminan con la ilusión de que podemos salir de los problemas sin verlos, en cambio necesitamos observarlos y lidiar con ellos.
Entonces, ¿cuál es la mejor manera de comunicar un viaje como el de Lampedusa y hasta qué punto es importante recordar lo que ocurrió hace diez años?
Si no recordamos, ni siquiera sabemos dónde estamos. La importancia de la memoria es esencial para el futuro, no para el pasado. La memoria es esencial para el buen periodismo, cualquiera que haga comunicación -incluso en una conversación en las redes sociales- tiene el deber de compartir la memoria, de atesorar literalmente las experiencias. ¿Cómo comunicar un viaje así? No recurriendo a estereotipos, no simplificando, sino asumiendo la complejidad de la realidad. Estamos acostumbrados a pensar que hay respuestas sencillas a cuestiones complejas. ¿Está usted en contra o a favor de la inmigración? No es una pregunta. La cuestión es cómo gestionar el fenómeno migratorio que siempre ha estado ahí en la historia del mundo. Tenemos que pensar en cómo trabajar por un gobierno de los procesos migratorios que se base en el respeto de los derechos de las personas, en una integración que haga coexistir las culturas en diálogo mutuo. Son cuestiones complejas, que no pueden resolverse con eslóganes, esgrimiéndolos unos contra otros. Esto requiere más esfuerzo, pero también más belleza. Este es el encuentro, el diálogo, el relato. Cuando se cuenta Lampedusa, el viaje del Papa, si se consigue asumir esta complejidad, evitando los eslóganes, entonces se habla desde el corazón, se crea un intercambio que conduce a un cambio real.
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