Francisco: ?Buscamos a nuestro alrededor la luz del amor de Dios?
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
¿En qué consiste la belleza como Hijo de Dios con la que Jesús se revela en el monte, junto a Pedro, Santiago y Juan? ¿Qué ven los discípulos? Son preguntas que el Papa Francisco planteó a los miles de fieles y peregrinos reunidos en una soleada y fresca Plaza de San Pedro este segundo domingo de Cuaresma para la oración mariana del Ángelus. El Pontífice los invitó a detenerse un momento en la escena del Evangelio del día (Mt 17, 1-9) que narra la Transfiguración de Cristo.
¿Acaso los discípulos ven un efecto espectacular? “No, no es eso”, dijo el Pontífice, aclarando que “ven la luz de la santidad de Dios brillando en el rostro y en los vestidos de Jesús, imagen perfecta del Padre. Se revela la majestad de Dios, la belleza de Dios”.
“Pero Dios es Amor, continuó, y así los discípulos han visto con sus propios ojos la belleza y el esplendor del Amor divino encarnado en Cristo. Un anticipo del paraíso”. “¡Qué sorpresa para los discípulos!”, aseveró Bergoglio, acotando: “Hacía tanto tiempo que tenían ante sus ojos el rostro del Amor, ¡y nunca se habían dado cuenta de su belleza! Solo ahora se dan cuenta, con inmensa alegría”.
Cristo, luz que ilumina el camino
El Santo Padre observó que, “en realidad, Jesús les está formando con esta experiencia, los está preparando para un paso aún más importante”. “En efecto -añadió el Papa-, de pronto tendrán que saber reconocer en Él la misma belleza cuando suba a la cruz y su rostro quede desfigurado”.
“Pedro se esfuerza por comprender: le gustaría detener el tiempo, poner la escena en "pausa", quedarse allí y prolongar esta maravillosa experiencia; pero Jesús no se lo permite”, prosiguió. “Su luz, en efecto, no puede reducirse a un ‘momento mágico’. Se convertiría, entonces, en algo falso, artificial, que se disolvería en la niebla de los sentimientos pasajeros. Al contrario, Cristo es la luz que guía el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto (cf. Ex 13,21). La belleza de Jesús no aleja a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da fuerza para seguirle hasta Jerusalén, hasta la cruz”. "La belleza de Cristo no es alienante, te lleva siempre adelante, no te hace esconderte: ¡ve adelante!", puntualizó el Pontífice, apartándose del texto escrito.
Llevemos a los demás la luz que hemos recibido
Para el Santo Padre, “este Evangelio también nos traza un camino: nos enseña lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil comprender todo lo que dice y hace por nosotros”. “Estando con Él, en efecto, aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz”.
“Y es en su escuela donde aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que caminan a nuestro lado cada día: familiares, amigos, compañeros, aquellos que de las formas más diversas nos cuidan”.
“¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor a nuestro alrededor!”, exclamó el Papa, invitando a aprender a reconocerlos y llenarnos nuestro corazón de ellos. También nos anima a ponernos en camino para llevar a los demás la luz que hemos recibido, con las obras concretas del amor (cf. 1 Jn 3, 18), sumergiéndonos más generosamente en nuestras ocupaciones cotidianas, amando, sirviendo y perdonando con más entusiasmo y disponibilidad. "La contemplación de las maravillas de Dios, la contemplación del rostro de Dios, de la cara del Señor, nos debe empujar al servicio a los demás", comentó Bergoglio.
Entre la luz del Señor y la luz falsa
De ahí la invitación del Pontífice a interrogarnos: “¿Reconocemos la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿Lo reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos aman? ¿Buscamos a nuestro alrededor signos de esta luz, que llena nuestros corazones y los abre al amor y al servicio? ¿O preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alejan y nos encierran en nosotros mismos? ¿La gran luz del Señor y la luz falsa, artificial de los ídolos. ¿Qué prefiero yo?”.
Y, como es costumbre al final de sus alocuciones previas al Ángelus, el Santo Padre invocó a la Virgen María, para que Ella, “que conservó la luz de su Hijo en su corazón, incluso en la oscuridad del Calvario, nos acompañe siempre en el camino del amor”.
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