Asís, la casa del Espíritu que hace hermanos y reza por la paz
Debora Donnini – Ciudad del Vaticano
La intuición profética de San Juan Pablo II en Asís, cuando convocó una Jornada de Oración por la Paz en 1986, se ha hecho cada vez más evidente, año tras año, incluso cuando el escenario mundial ha cambiado. Cuando en la ciudad de San Francisco, el Papa Wojtyła se reunió con los líderes de las religiones del mundo para rezar por la paz, encendiendo la llama ideal del "espíritu de Asís", todavía estaba el Muro de Berlín, que caería tres años después, en 1989, "sin derramamiento de sangre", tal como señaló Benedicto XVI en 2011, de nuevo en Asís, 25 años después de la Jornada convocada por su predecesor.
El nombre de Dios nunca justifica la violencia
Treinta años después del acontecimiento de 1986, cuando , el mundo ha cambiado profundamente. Existe un tablero internacional globalizado, lo que, sin embargo, no hace menos urgente la necesidad de reunir a los representantes de las Iglesias cristianas y a los líderes de las religiones del mundo para invocar este don de Dios. Después de rezar en diferentes lugares de los distintos grupos religiosos, sin sincretismo y sin relativismo, "unos junto a otros, unos por otros", el Papa pronunció un discurso recordando las palabras expresadas en las pasadas Jornadas por sus predecesores. El núcleo de su discurso es la reafirmación de la convicción de que la violencia se opone al verdadero espíritu religioso. "No nos cansamos de repetir que el nombre de Dios nunca puede justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la guerra", subraya Francisco. Destacó la importancia del acontecimiento de 1986, motor de "una larga peregrinación que, tocando muchas ciudades del mundo, implicó a muchos creyentes en el diálogo y la oración por la paz; unió sin confundir, dando vida a sólidas amistades interreligiosas y contribuyendo a extinguir muchos conflictos".
Este es el espíritu que nos anima: propiciar el encuentro en el diálogo, oponerse a toda forma de violencia y abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Y sin embargo, en los últimos años, tantos pueblos han sido dolorosamente heridos por la guerra. No siempre se ha entendido que la guerra empeora el mundo, dejando un legado de dolor y odio. Todos son perdedores en la guerra, incluso los vencedores. Hemos dirigido nuestras oraciones a Dios para que dé paz al mundo. Reconocemos la necesidad de rezar constantemente por la paz, porque la oración protege al mundo y lo ilumina. La paz es el nombre de Dios.
Más de 500 líderes religiosos y políticos participan en el evento "Sed de Paz", organizado por la comunidad de San Egidio, junto con el Papa. El Papa volverá a Asís el 3 de octubre de 2020 para firmar su tercera encíclica, .
La peregrinación que lleva a la paz
También , subraya la importancia del primer encuentro, de 1986, celebrado cuando el mundo estaba amenazado por la división en dos grandes bloques, y del posterior cambio de escenario provocado por la caída del Muro de Berlín. "La voluntad de los pueblos de ser libres fue más fuerte que los arsenales de la violencia", señaló el Papa Benedicto en aquella ocasión, recordando entre las complejas causas de aquel derrocamiento, junto a los factores económicos y políticos, una razón más profunda de carácter espiritual: "Detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. La voluntad de ser libre fue finalmente más fuerte que el miedo a la violencia, que ya no tenía cobertura espiritual. Estamos agradecidos por esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz".
Volviendo la mirada al presente, reconoce, sin embargo, que el mundo está lleno de discordias y advierte acerca del peligro de entender la libertad como "libertad para la violencia". Habló del terrorismo y también de un segundo tipo de violencia con un aspecto multifacético, que es consecuencia de "la ausencia de Dios, su negación y la pérdida de humanidad que va unida a esto". En la reunión de la ciudad de la región italiana de Umbría, la invitación se extendió también a los no creyentes. Al día siguiente, al recibir a las delegaciones participantes en el Vaticano, el Papa Ratzinger destacó la importancia del evento:
Es sin duda significativo para la causa de la paz que tantos hombres y mujeres, inspirados por sus convicciones más profundas, se comprometan a trabajar por el bien de la familia humana. De este modo, estoy seguro de que la reunión de ayer nos dio una idea de lo genuino que es nuestro deseo de contribuir al bien de todos los seres humanos y de lo mucho que tenemos que compartir entre nosotros. Al separarnos, saquemos fuerzas de esta experiencia y, dondequiera que estemos, continuemos el renovado viaje que lleva a la verdad, la peregrinación que conduce a la paz.
Resultado de la oración
Todo comenzó en 1986 con esas imágenes que han quedado en la memoria de la historia. Juan Pablo II destacó entonces "el vínculo intrínseco entre una actitud auténticamente religiosa y el gran bien de la paz". Antes, en la basílica de Santa Maria degli Angeli, había pronunciado un enérgico discurso:
La reunión de tantos líderes religiosos para rezar es, en sí misma, una invitación al mundo actual para que tome conciencia de que existe otra dimensión de la paz y otra forma de promoverla, que no es el resultado de negociaciones, compromisos políticos o regateos económicos. Pero el resultado de la oración, que, incluso en la diversidad de las religiones, expresa una relación con un poder supremo que sobrepasa nuestras meras capacidades humanas.
La paz espera a sus artífices
No se trata, precisó el Papa Wojtyla, de negociar las propias "convicciones de fe" o el relativismo, sino de un encuentro que atestigua que "en el gran compromiso por la paz, la humanidad, en su misma diversidad, debe sacar sus recursos más profundos y vivificantes, en los que se forma su propia conciencia y en los que se funda la acción de cada pueblo". Una fuerte llamada, por tanto, a la trascendencia y, al mismo tiempo, una llamada al compromiso de cada persona: "La paz espera a sus artífices", dijo Juan Pablo II, recordando que "no hay paz sin un amor apasionado por la paz". No hay paz sin la voluntad indomable de alcanzarla".
Asís, como ciudad de San Francisco, se convierte cada vez más en un faro que ilumina la historia y en un lugar de encuentro para invocar la paz. No es casualidad que San Juan Pablo II concluyera su discurso refiriéndose a esa oración que comúnmente se atribuye al Poverello y que interpela a cada uno:
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