La audacia de la vulnerabilidad, la profec¨ªa de una visi¨®n
Ciudad del Vaticano
¡°Es bien sabido que vivimos en la era de la masificación de las imágenes. En ninguna época anterior de la historia se han producido tantas imágenes, y además ninguna otra, como la nuestra, ha sido testigo de su radical trivialización. En lugar de imágenes únicas y auténticas, tenemos productos producidos en masa, selfies fabricados en un instante y listos para ser devorados por el olvido¡± asegura el cardenal José Tolentino de Mendonça. Pero el conmovido consenso en torno a la imagen del Papa Francisco en una Plaza de San Pedro vacía ¡°es algo que da que pensar, fuera y dentro del espacio eclesiástico¡±. De hecho ¨C dice ¨C ¡°un año después, merece la pena revisar esa imagen, que en realidad nunca ha dejado de estar presente, y preguntarse de dónde procede su excepcional poder icónico: ¿Por qué esa imagen que ha quedado es la que sigue representando lo que estamos viviendo y no cualquier otra? se pregunta el cardenal, ¿qué nos revela sobre sí misma o nos enseña sobre nosotros mismos?¡± se sigue preguntando. Para responder, el cardenal indica cuatro razones:
La primera: "la audacia de habitar la vulnerabilidad como lugar de experiencia humana y creyente"
Para el padre Mendonça es cierto que la cultura dominante, la corriente principal modelada como un automatismo por nuestras sociedades consumistas, "ha hecho de la vulnerabilidad una especie de tabú" y la fragilidad "está sujeta a la ocultación". Y a fuerza de prohibirnos el encuentro con el sufrimiento humano ¨C dice ¨C ¡°sabemos reconocernos cada vez menos en él, o partimos de él para profundizar en el sentido de nuestra común humanidad¡±, pero ¡°esto no es sólo un problema de la cultura actual¡±. En este sentido, señala que el Papa Francisco se ha atrevido a habitar la vulnerabilidad: ¡°No se limitó a hablar de la vulnerabilidad del mundo, como si él estuviera exento de ella¡±.
Segunda: La audacia de abrazar y devolver el sentido al vacío.
¡°Una de las experiencias más impactantes del confinamiento fue, al principio de la pandemia, presenciar el vaciado de las ciudades¡± dice el Cardenal, y nuestra primera reacción fue ¡°leer el vacío como algo hostil que nos amenazaba¡±. Pues bien, para el cardenal ¡°Francisco tuvo la gran sabiduría de abrazar el vacío en lugar de repudiarlo, destacando su potencial simbólico y revelador¡±. Por eso ¨C asegura ¨C ¡°era muy importante el texto evangélico elegido, la escena de la tormenta calmada según Mc 4,35-41. Porque si, por un lado, se aceptó el vacío, abrazándolo como lugar existencial y teológico, por otro lado, la Palabra de Dios proporcionó la clave para devolverle su sentido. El vacío se convirtió en un barco: "Nos dimos cuenta de que estábamos en el mismo barco, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de consuelo. En este barco... estamos todos"¡±. De hecho ¡°el vacío ofrecía una nueva gramática para descubrirnos no como fragmentos aislados, sino como todos los Hermanos¡± puntualiza.
Tercera: La audacia de encontrar una metáfora
¡°Comentando el texto evangélico de Mc 4,35-41, el Papa Francisco hizo un gesto de gran alcance: re-orientó la percepción con respecto a la pandemia. Los primeros jefes de Estado que intervinieron se refirieron a la pandemia como una guerra, una metáfora comprensible hasta cierto punto, pero demasiado equívoca y con tantos peligros acechando. El Papa fue el primero en hablar de la tormenta. Este paso del estrecho nivel beligerante al nivel cosmológico ha coincidido con una ampliación de la visión¡±. Esto ha permitido ¨C subraya José Tolentino de Mendonça ¨C ¡°desmontar el impulso inicial de encontrar un culpable, aceptando en cambio que la tormenta nos muestra a todos en una vulnerabilidad que no queremos ver y que nos implica a todos en una reconstrucción que nos compromete globalmente¡±.
Cuarta: La audacia de rezar a Dios en el silencio de Dios
¡°Ante la difusión del mal y su traumática proximidad, sentimos con sufrimiento lo que parece ser el incomprensible silencio de Dios. Y la gran tentación en esos momentos es el nihilismo o la desmovilización¡±. La imagen del Papa rezando e impartiendo la bendición eucarística, en un contexto vivido universalmente como de desolación, muestra ¨C asegura el cardenal ¨C ¡°cómo lo invisible de Dios atraviesa los bloques de la historia y su silencio nos da la posibilidad de vivir, siguiendo los pasos de Jesús, situaciones de abandono como confianza y entrega en sus manos¡±.
Recuerdos de una oración que unió al mundo
El volumen LEV "¿Por qué tienes miedo? ¿No tienes todavía fe?", editado por el Dicasterio para la Comunicación, muestra imágenes de la oración del Papa en la Statio Orbis del 27 de marzo de hace un año. En las páginas del libro, Francisco retoma los pensamientos y sentimientos de aquella tarde en conversación con el secretario del Dicasterio, el padre Lucio Adrián Ruiz. A continuación, la conversación integral:
El Papa acaba de terminar una de las audiencias de los miércoles.
Se recoge en silencio y mira las imágenes del 27 de marzo reviviendo lo ocurrido ese viernes de Cuaresma. Vuelve sobre las etapas de la Statio Orbis celebrada en la Plaza de San Pedro vacía, bajo la lluvia, con las oraciones interrumpidas por el sonido de las sirenas, para él es una experiencia que va más allá del simple recuerdo. La actitud de oración aflora de nuevo en su rostro.
Le preguntamos qué sintió mientras, en silencio, subía hacia el atrio de la Basílica:
«Caminaba así, solo, pensando en la soledad de tanta gente...
un pensamiento inclusivo, un pensamiento con la cabeza y el corazón, juntos...
Sentía todo esto y caminaba...».
El mundo miraba al obispo de Roma y rezaba con él, en silencio.
Veía al Papa como intercesor entre Dios y nosotros, su pueblo. Le preguntamos a Francisco
que le dijo a Dios en esos momentos:
«Vos sabes de esto, ya en el año 1500 resolviste una situación como esta, ¡°meté mano¡±.1
Esta expresión ¡°meté mano¡± es muy mía. Muchas veces digo en la oración:
¡°¡Meté mano, por favor!¡±».
Los ojos del Papa se detienen en la Plaza de San Pedro vacía.
Le preguntamos qué pensó en ese momento, cuáles fueron sus pensamientos
sobre el pueblo y el sufrimiento de tanta gente:
«Me vinieron a la mente dos cosas: la Plaza vacía, la gente unida en la distancia,
... y de este lado, la barca de migrantes, ese monumento...
Y estamos todos en la barca, y en esta barca no sabemos cuántos podrán desembarcar ... Todo un drama ante la barca, la peste, la soledad... en silencio...».
La barca se menciona en el Evangelio de Marcos que se leyó esa noche. Y está presente en la Plaza, representada en el monumento que rinde homenaje a los migrantes. Por eso de vez en cuando los ojos del Obispo de Roma se volvían hacia la columnata de la derecha, hacia ese monumento apenas distinguible en la oscuridad.
«La barca!...», repite casi susurrando el Papa.
Le preguntamos en quién pensaba en particular en esos momentos, a quién sentía más necesitado, quién confió al Señor en la oración. Responde de nuevo en voz baja:
«Todo estaba unido: el pueblo, la barca y el dolor de todos...».
¿Qué fue lo que sostuvo al Papa?
¿Qué le dio fuerza y la esperanza en ese momento tan intenso y dramático?
Francisco permanece en silencio unos momentos, mirando esta foto:
«Besar los pies del Crucificado siempre da esperanza.
Él sabe lo que significa caminar y conoce la cuarentena porque allí le pusieron dos clavos para mantenerlo quieto. Los pies de Jesús son una brújula en la vida de las personas, cuando caminan y cuando se detienen. Los pies del Señor me conmueven mucho...».
Las imágenes pasan lentamente.
Una lo retrata con vestiduras litúrgicas en el atrio de la Basílica. En el piso hay una gran inscripción, 11 de octubre de 1962. Se lo señalamos. Inmediatamente exclama:
«¡Era el inicio del Concilio!».
Añadimos al recuerdo la cita del famoso ¡°Discurso de la Luna¡± de Juan XXIII que inesperadamente se asomó a la ventana de su estudio para bendecir a una gran multitud de fieles con antorchas y dijo: «Llevad la caricia del Papa a vuestros hijos».2
Francisco escucha en silencio...
«En ese momento no la vi¡».
Es una coincidencia... como para significar que había que llevar una nueva caricia del Papa
a casa, a cada casa, dentro del sufrimiento y la soledad de familias aisladas, a los pabellones de hospitales donde los enfermos subían su Calvario sin la cercanía y el consuelo de sus seres queridos.
Con un movimiento de la cabeza asiente «Sí¡ sí¡».
Le pedimos reanudar el flujo de los recuerdos, volver a esos momentos viendo las imágenes.
«Ahí, estaba rezando ante el Señor...
Una oración de intercesión ante Dios...».
Llama la atención la ausencia de gente en la Plaza desoladamente vacía.
Tan diferente de todas las demás ocasiones, de todas las demás celebraciones. Pero el Papa ¿sentía la presencia de los fieles, de los creyentes y de los no creyentes? ¿Sentía que muchas personas en ese momento estaban conectadas con el sucesor de Pedro y entre ellos a través de los medios de comunicación?
«Estaba en contacto con la gente. No he estado solo, en ningún momento...».
Pero sobre la Plaza vacía, dice:
«¡era muy impresionante».
La Statio Orbis tan desnuda, desprovista de todo.
Sin la presencia del pueblo de Dios, pero con presencias significativas.
Le preguntamos cómo la vivió:
«Sereno¡ Estaba la Virgen...
Lo pedí yo que estuviera la Virgen, la Salus Populi Romani, quería que estuviera...
Y el Cristo... el Cristo Milagroso...».
Hay quienes han dicho y escrito que el 27 de marzo es un evento destinado a permanecer en la historia y en la memoria de todos.
El Papa cierra el libro de la memoria y concluye:
«Fue algo original...
Todo empezó con un pobre capellán de prisión...».
a cargo de Lucio Adrián Ruiz
1 "Meté mano": expresión coloquial, informal y familiar, muy usada en Argentina, especialmente en Buenos Aires.
2 «Volviendo a casa encontraréis a vuestros hijos. Hacedles una caricia y decidles: ¡°Esta es la caricia del Papa¡±. Encontraréis también algunas lágrimas que secar, decidles alguna palabra agradable. El Papa está con nosotros especialmente en las horas de la tristeza y de la amargura» (San Juan XXIII).
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