VI aniversario de la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII
Ciudad del Vaticano
EL 27 de abril de 2014 fue un momento histórico para la Iglesia con cuatro Pontífices como protagonistas. En efecto, el Santo Padre Francisco, ante la presencia del Papa emérito Benedicto XVII, canonizaba a dos predecesores de ambos Pontífices muy amados por su pueblo: Juan XXIII y Juan Pablo II, “dos hombres valerosos, llenos de parresia del Espíritu Santo”. Así lo decía Francisco en su de la solemne Misa celebrada en la Plaza de San Pedro, aquel II Domingo de Pascua, ante más de quinientas mil personas, procedentes de numerosos países. Y recordaba que precisamente Juan Pablo II había querido dedicar ese día a la Divina Misericordia, en que se muestran de modo especial las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Las llagas de Jesús
El Papa Francisco recordaba que las llagas de Jesús son, al mismo tiempo, “un escándalo para la fe” y “la comprobación de la fe”. Por esta razón, en efecto, estas llagas de Jesús no desaparecen en su cuerpo resucitado, sino que permanecen como “signo permanente del amor de Dios por nosotros”, y son indispensables para creer que “Dios es amor, misericordia, fidelidad”.
Dos Papas santos
Francisco también afirmaba que tanto Juan XXIII como Juan Pablo II “tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado”, sin avergonzarse ni escandalizarse de la carne de Cristo y de su cruz. Sin avergonzarse asimismo “de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús”.
Dos sacerdotes, obispos y Papas del Siglo XX
El Papa Bergoglio se refirió a estos dos nuevos santos como sacerdotes, obispos y Papas del siglo XX, que “conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron”.
Dos santos Papas contemplativos
Refiriéndose a “estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia”, Francisco decía que ambos tenían “una esperanza viva” y un “gozo inefable y radiante”, que es la que el Señor resucitado da a sus discípulos, “y de los que nada ni nadie les podrá privar”. El Papa también aludía a esa esperanza y gozo pascual que fueron purificados en el “crisol de la humillación”, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, es más, “hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz”.
Dos guías guiados por el Espíritu Santo
Tras recordar que “son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia”, el Papa Francisco ponía de manifiesto los servicios prestados por los dos nuevos santos Papas, demostrando la docilidad al Espíritu Santo.
Al “Papa Bueno” y al “Papa de la Familia”, como recuerda la tradición popular a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II, el Papa Francisco pedía al final de su homilía:
Institución del Domingo de la Divina Misericordia
Juan Pablo II instituyó el Domingo de la Misericordia en 1992, teniendo en cuanta las visiones de la hermana Faustina Kowalska, la religiosa polaca que vivió a principios del Siglo XIX y que él mismo había canonizado en el año 2000, habiendo sido desde su juventud muy devoto de esta mística.
Presencia ilustre
A esta Misa de canonización asistió el Papa emérito Benedicto XVI, a quien Juan Pablo II le había pedido en 1981 que guiara la Congregación para la Doctrina de la fe. Estos dos Papas estuvieron unidos por una fuerte amistad en la fe.
Motivo de su santidad
Juan Pablo II es santo por haberse reconocido la curación de una grave lesión cerebral que había padecido Floribet Mora de Costa Rica, el 1° de mayo del año 2011, día de la Beatificación de San Juan Pablo II. Mientras la canonización de Juan XXIII fue “Pro gratia”, es decir, sin un milagro atribuido.
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