Matviychuk: La ocupación es una guerra, queremos la paz
Svitlana Dukhovich – Ciudad del Vaticano
Paz no quiere decir ocupar y la guerra es un veneno: este es el testimonio de la abogada y activista de derechos humanos Oleksandra Matviychuk, fundadora en Ucrania del Centro para las libertades civiles, que se ocupa de documentar el sufrimiento causado en su país por el conflicto y que, por esta razón, en el 2022 recibió el Premio Nobel de la Paz.
Oleksandra Matviichuk, quien en días pasados participó en el II Encuentro mundial sobre la fraternidad humana, organizado por la Fundación Fratelli tutti, con los demás galardonados por este premio presentes en Roma trabajó en una declaración de paz y el sábado 11 de mayo por la mañana, con todos sus colegas, se reunió con el Papa Francisco. Su presencia en Roma fue también una ocasión para presentar su experiencia en la documentación de crímenes de guerra. Vatican Radio-Pope se reunió con ella inmediatamente después de la audiencia de los participantes en el foro con Francisco.
Оlexandra, usted asistió al Encuentro mundial sobre la fraternidad humana y estuvo presente en la audiencia con el Santo Padre. ¿Podría compartir sus impresiones?
De hecho, estoy muy contenta de estar estos días en el Vaticano para una reunión a la que han sido invitados diversos premios Nobel de la Paz y representantes de diversas organizaciones internacionales. Debatimos juntos el texto de la Declaración de la paz y sus puntos principales. Para mí es muy importante que el texto final de la Declaración de paz incluya algo que está claro para todos los ucranianos, pero que no es tan obvio para la comunidad internacional: la ocupación también es guerra.
Todos queremos la paz, y todos luchamos por la paz, pero la paz no es ocupación. Tuve la oportunidad de mantener una breve conversación con el Santo Padre y le regalé un libro de Stanislav Aseyev, un periodista de Donetsk que pasó dos años en la prisión de “Izolyatsia”. Le dije al Papa que me dedico a documentar el dolor humano y que millones de personas sufren en Ucrania. La gente necesita a Su Santidad y le pedí que viniera a Ucrania. Le dije que ahora más que nunca la gente que sufre lo necesita.
Oleksandra, ¿qué importancia tiene su participación como directora del Centro para las Libertades Civiles en un evento de este tipo?
Es importante que se hayan escuchado aquí las voces de personas de distintos continentes, personas que han vivido muchas pruebas y, en particular, guerras. Y, en realidad, todos hemos hablado de lo mismo, aunque desde perspectivas diferentes, desde puntos geográficos diferentes, desde experiencias vitales diferentes: hemos hablado de que las personas luchan por la libertad, por la dignidad humana, de que debe haber justicia y de que si el mal no se castiga, no hace más que crecer. Hemos hablado de que si queremos la paz, debemos hacer de ella nuestra práctica cotidiana.
Entre tantos participantes en la reunión, personas que atraviesan diversas dificultades en sus propios países, ¿percibió un deseo de escuchar el dolor y los problemas de los demás, un deseo de comprender y de ayudar?
Aquí hay que entender que se trata de un público especial: son personas que saben escuchar y comprender el dolor ajeno. Le pondré un ejemplo: había llegado uno de los altos funcionarios del Vaticano y en un momento dado quise acercarme a él para hablarle, pero no me vio. Entonces uno de los participantes en la conferencia, un Premio Nobel de Yemen, simplemente me llamó y me lo presentó. Vio que yo quería hablar con esa persona y, como estaba metida en la conversación, lo hizo. Es un pequeño detalle, pero es algo que observo a menudo: la gente que ha trabajado mucho sobre el dolor humano, la gente que entiende lo que es la lucha por la libertad, comprende las aspiraciones de los demás y nunca se niega a ayudar.
La misión de su Centro de Libertades Civiles es la de promover los derechos humanos, la democracia y la solidaridad en Ucrania. Desde el comienzo de la invasión rusa a gran escala, ustedes han estado documentando los crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso y exigiendo que se reconozca internacionalmente la responsabilidad de estos crímenes. ¿Hasta qué punto están consiguiendo también sensibilizar a la sociedad ucraniana y animarla a no perder de vista los derechos humanos en la vida cotidiana, en unos tiempos de guerra tan difíciles?
Es una cuestión muy complicada. Por un lado, todos luchamos por la libertad en todos los sentidos de la palabra: por la libertad de ser un país independiente, no una colonia rusa, por la libertad de preservar nuestra identidad ucraniana, no vernos obligados a reeducar a nuestros hijos para que “se conviertan en rusos”, y por la libertad de elegir democráticamente, es decir, el derecho a hacer algo cada día y a construir un país donde se protejan los derechos de todos.
Pero, por otra parte, la guerra es un veneno, es un veneno para cualquier sociedad, para cualquier pueblo, porque evidentemente pone en primer plano la necesidad de la supervivencia, pone en primer plano ciertos instintos básicos, y a veces la gente puede pensar que todo lo demás, en esas condiciones, no importa. Es una posición muy peligrosa, porque entonces corremos el riesgo de olvidar por qué estamos luchando. No tengo el derecho moral de decir nada a nadie, pero mi trabajo consiste en recordar a los ucranianos cosas importantes.
Las encuestas también muestran que un gran porcentaje de ucranianos confía en la Iglesia. De nuevo, hablamos de valores. ¿Qué papel cree que puede desempeñar la Iglesia a la hora de orientar a la gente hacia determinados valores?
De hecho, la Iglesia puede desempeñar y desempeña un papel enorme. Somos conscientes de este poder blando e intentamos cooperar con diversas Iglesias, confesiones y organizaciones religiosas. En el 2019, junto con el Instituto para la Libertad Religiosa, organizamos una mesa redonda sobre este tema, en la que nos reunimos con representantes de diversas Iglesias y confesiones, así como con representantes de organizaciones de derechos humanos, para debatir la cuestión de la libertad religiosa en los territorios ocupados. Como tenemos muchas cosas en común, podemos trabajar juntos para superar estos retos.
He documentado personalmente la persecución religiosa y nunca olvidaré la historia de un pastor protestante que contó cómo había sido torturado y por lo que había pasado. Y como nadie tiene una respuesta sencilla sobre cómo detener esto, juntos, en cooperación con diferentes Iglesias y confesiones, intentamos hacer lo que podemos: no tenemos la capacidad de detenerlo, pero trabajamos individualmente en cada caso, y eso significa ayudar a personas concretas, que no es tan poco después de todo.
¿Qué le dejará este encuentro? ¿Qué se llevará a Ucrania?
Llevaré la esperanza conmigo. Espero de verdad que Su Santidad me haya escuchado y venga a Ucrania en un futuro próximo. He venido aquí sabiendo que dos veces por semana menciona a Ucrania en sus llamamientos y que ésta es una voz poderosa en nuestro apoyo, especialmente en aquellos países con los que no tenemos contacto: América Latina, África... Hace poco que hemos recuperado nuestra independencia y no tenemos contactos humanos horizontales tan amplios, así que la voz del Papa es extremadamente importante aquí. Y agradezco que cada semana millones de personas de todo el mundo oigan que el Papa apoya a Ucrania y reza por la gente de Ucrania. Así que voy con esperanza.
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