Derriban el "muro de la vergüenza" de Lima después de cuatro décadas
Isabella Piro - L'Osservatore Romano
"El muro de la vergüenza": así llaman a la larga barrera que divide en dos la ciudad de Lima, capital de Perú. Una frontera de piedra y alambre de espino que separa el asentamiento urbano del acomodado barrio de Las Casuarinas, dominado por villas con piscina, y las casas pobres, chabolas de madera y hojalata sin electricidad ni agua corriente, de las zonas de Pamplona, San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo. Dos territorios -pero también podríamos decir dos hemisferios, por su valor social y humano- separados desde 1985, año en que comenzó la construcción de ese muro que con los años ha llegado a tener 10 kilómetros de longitud y 3 metros de altura.
En su momento, sus promotores justificaron su necesidad por razones de seguridad, ya que especialmente en los años ochenta y noventa se temía por la violencia perpetrada por la guerrilla de Sendero Luminoso. Pero con el paso del tiempo, esa barrera se ha convertido cada vez más en un símbolo de la grave situación de injusticia social y división de clases que viven los limeños. No en vano, los habitantes más pobres que cada día tienen que desplazarse a la zona más rica de la capital para trabajar se ven obligados a pasar por auténticos controles, mostrar sus documentos de identidad y, en ocasiones, someterse a cacheos.
Puentes, no muros
Ahora, sin embargo, llegan buenas noticias: el muro está siendo demolido. Las excavadoras ya han empezado a derribar las grandes piedras que componen la estructura, mientras los obreros, con podadoras en mano, cortan el alambre de espino que lo recubre. Las obras comenzaron a principios de septiembre, a raíz de una sentencia del Tribunal Constitucional dictada el 20 de diciembre. Según el magistrado Gustavo Gutiérrez Ticse, en efecto, el muro debe ser derribado por completo, ya que es inconstitucional no sólo porque restringe el libre tránsito de las personas, sino también y sobre todo porque atenta contra su dignidad.
Nos vienen entonces a la mente los numerosos y reiterados llamamientos del Papa Francisco a construir puentes y no muros, a sembrar la reconciliación y a promover una "cultura del encuentro". Y nos viene a la memoria un pasaje del libro de Ivo Andri?, El puente sobre el Drina: "El puente lo hace Dios con alas de ángeles para que los hombres puedan comunicarse".
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