Reclusa en Paraguay relata sus encuentros con Dios entre rejas
Mireia Bonilla y Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
Erika O’ggins lleva privada de libertad desde 2015. Ingresó en la cárcel de mujeres “con mucha tristeza y con mucha incertidumbre” y al mismo tiempo “con mucho dolor porque la situación de privación de libertad le alejó de su familia y de su hijo físicamente”. Erika empieza relatando su testimonio con uno de los momentos más duros para ella dentro de la cárcel, justo dos días después de ser recluida. Erika ingresó en la Penitenciaria El Buen Pastor un 13 de mayo, dos días antes de la celebración del Día de la Madre en Paraguay y nos cuenta que su hijo no entendía porque su mamá no había ido a la escuela para recibir el regalo que todos los niños hacen para su madre. “Para mi este momento fue muy duro. Pasaron seis años más del Día de la Madre y seguí aguantando. Si me preguntas cómo, te puedo decir que fue Dios en todo momento”.
En estos años de reclutamiento, su experiencia con Jesús ha tenido varias fases: “He tenido etapas con Jesús muy fuertes, tuve mis encuentros y mis desencuentros con Él, me alejaba, me acercaba, me enojaba” cuenta para Pope. En todos estos vaivenes, Erika se dio cuenta de una cosa: Jesús estaba con ella en todo momento. “Cuando me enojaba con Él, estaba, cuando me arregle con Él, seguía estando, y sigue estando hasta ahora; sigue estando en los ojos de mi hijo cuando me sigue esperando y me mira con amor, sigue estando en las palabras de aliento de mi mamá, en esas personas que me dan una oportunidad y que creen en mí y sigue estando en esa reinserción social que pedimos”.
“Aquí estás sólo – dice Erika – tu familia por mucho que te quiera no está presente y tú estás en un lugar que no es tu casa con gente que no es tu familia”. “Aquí – continúa – te encuentras con tu error, con tu falta, con tu miseria y te encuentras sencillamente con tu humanidad, ¿y quién es la única cosa o la única persona que sigue estando contigo? Es Dios”. “Físicamente – dice – tal vez no se baje y no te muestre su rostro, pero sientes su presencia porque te hace soportar, tú crees que no vas a poder superar todo esto y con Dios lo superas”. “Con Dios van pasando los días y los años y tú sigues de pie y tu esperanza sigue”.
En todo este proceso, nuestra entrevistada asegura que también ha aprendido a aceptar la voluntad de Dios: “Yo sentía mucha rabia y mucha impotencia, me hacía muchas preguntas, estaba enfadada con Él, pero aprendí que aún en las situaciones que no salían como yo quería, su voluntad era perfecta”. A Erika le llevó cinco años entender esto y aceptar la voluntad de Dios, pero ahora se da cuenta que “Él no le daba lo que ella creía que necesitaba en ese momento, porque le daría algo mejor”. “Me salvó de mi misma y me convirtió en una persona nueva y con mejores valores, aprendí de mi error, incluso aprendí a agradecer lo malo. Agradezco a Dios por todas las cosas que no se dan, porque Él sabe por qué no se dan”.
Al borde de la desesperación, surge un milagro: conoce a las voluntarias de Corazón Libre
Nuestra entrevistada también ha aprendido que Dios nos mira con misericordia “a través de otras personas que nos ayudan y nos dan oportunidades”. En el año 2016, un año después de ingresar en la cárcel, Erika se encontraba en un momento muy difícil en el que le surgían constantemente dudas sobre si Dios le seguía amando y sobre si merecía su misericordia. Sus dudas se despejaron gracias a Corazón Libre, un proyecto social de la Iglesia Católica en Paraguay formado por voluntarias y voluntarios que, como dice Erika, “ayudan de corazón a las reclusas”.
Ese año, Erika participó en un retiro que fue organizado en una Iglesia de la Penitenciaría. “Entré a refugiarme de una situación que yo estaba atravesando y no realmente porque buscara a Dios o porque me interesaran las chicas o el movimiento, sino más que nada como un refugio” dice para Pope, pero las chicas de Corazón Libre cambiaron su vida y la transformaron como ser humano. “Eran chicas que no solamente iban para la foto o para mostrarse, sino que iban realmente de corazón. No te miraban el rótulo por el cual tú estabas ahí y te abrazaban como si te conocieran de toda la vida con un cariño único que yo no había encontrado en otras personas”.
¿Hay una segunda oportunidad para las privadas de libertad?
Erika señala que gracias a las voluntarias de este proyecto “tuvo una segunda oportunidad” y lo más importante: la hicieron sentir persona y ser humano y no “como esa delincuente o como esa persona que falló o infringió la ley”. Pero es un “caso excepcional” pues la justicia no tiene la misma visión de las personas privadas de libertad. Nuestra entrevistada narra los momentos que ha vivido a lo largo de estos años cuando ha tenido que participar en las Audiencias Judiciales: “El Ministerio público te sigue mirando como esa misma persona que ingresó el día que fue juzgada, te sigue juzgando, parecen “audiencias de inquisición” en la que no es valorado tu cambio y no te dan una oportunidad de cambiar”. Erika se arrepiente de su error, asegura que ha aprendido, que la cárcel “no es lugar para ninguna persona” y que la experiencia vivida en la cárcel “no se le desea a nadie”.
La visita del Papa Francisco en 2015: un rayo de esperanza
Tras contarnos su experiencia con Jesús, la joven paraguaya echa la mirada hacia atrás, precisamente al primer año de su entrada en la cárcel en 2015, para contarnos “una experiencia fantástica”: La visita del Papa Francisco a Paraguay y su breve parada en la Penitenciaría Nacional El Buen Pastor. “Estando aquí privada de libertad fui partícipe del momento en el que el Papa se paró frente a la puerta de El Buen Pastor y saludó a las reclusas”. “Lamentablemente, por razones ajenas a nosotras, los portones del Buen Pastor no estaban abiertos y el Papa no ingresó, pero sí tuve la grata experiencia de estar enfrente de él”. “Nos dividían las rejas” dice, pero “fue una experiencia fantástica, en la que Jesús tocó mi vida”.
Actualmente se encuentra en régimen de semi-libertad
Hoy Erika se encuentra en régimen de semi-libertad. En agradecimiento a Jesús, ayuda a sus semejantes, a las personas que van ingresando y que tienen desesperanza y creen que no van a poder soportar la situación que están atravesando. Además, Erika no baja la cabeza y continúa luchando por la reinserción social, porque como dice “las personas que hoy están recluidas por un delito o crimen, un día van a volver a ser parte de la sociedad”.
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