Volver al sue?o de los Padres Fundadores
Alessandro Gisotti
El próximo 9 de mayo, como se viene haciendo desde hace 35 años, se celebrará el Día de Europa. Inevitablemente, este año se vivirá con un espíritu especial. De hecho, para algunos países de la Unión Europea, este aniversario coincidirá con los primeros intentos de volver a la "normalidad", mientras que otros probablemente seguirán luchando con medidas restrictivas para contrarrestar la propagación del contagio del Covid-19. Ciertamente, esta celebración, que cae en el período más dramático para Europa después de la Segunda Guerra Mundial, puede representar una oportunidad para detenerse y reflexionar sobre la identidad y la misión de la Casa Común Europea. A partir de este Día, el 9 de mayo, que pocos ciudadanos europeos sienten como propio, probablemente, saben por qué fue elegido esta fecha para este evento.
El 9 de mayo de 1950, estamos en el 70º aniversario, el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Robert Schuman, pronunciaba un memorable discurso con el cual proponía la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), primer paso en un camino que, a través de una serie de instituciones continentales, conduciría cuarenta años más tarde al nacimiento de la Unión Europea. La relevancia de esa declaración es sorprendente. Schuman, de hecho, aún con las imágenes de la devastación causada por la guerra fratricida que había asolado Europa y el mundo, advirtió que la paz no podía ser salvaguardada "si no es con esfuerzos creativos, proporcionales a los peligros que la amenazan". Paz y solidaridad. “Europa – afirmaba Schuman vislumbrando el camino que se desarrollaría en los decenios siguientes – no puede hacerse de una vez, ni se construirá de una sola vez: surgirá de logros concretos que crearán en primer lugar una solidaridad de hecho”. Y hablando del objetivo primordial de la CECA: la fusión de la producción de carbón y acero – en primer lugar de Francia y Alemania – subrayaba que "esta producción se ofrecerá al mundo entero sin distinción ni exclusión para contribuir a elevar el nivel de vida y al progreso de las obras de paz". La fuerza profética de esas palabras fue tal que, incluso muchos años después, en el Consejo Europeo de Milán en junio de 1985, fueron tomadas como punto de referencia para la institución de Fiesta de Europa, que coincide con la fecha en que Schuman pronunció su célebre discurso.
La proximidad de tal aniversario, en una situación que pone a dura prueba la construcción europea, nos recuerda que todavía podemos aprender mucho de la forma en que los "Padres Fundadores" han respondido a emergencias diferentes pero no menos graves que la que enfrentan los líderes de la Unión Europea hoy en día. "Hombres políticos objetivos y realistas", recordando las palabras de Joseph Ratzinger, para quien "la política no era puro pragmatismo, ya que estaba relacionada con la moral". Volver a las raíces, a los valores fundadores de Europa es precisamente el llamado que Francisco – el primer Papa no europeo después de siglos – ha constantemente puesto la atención de los líderes y pueblos europeos y por último, de una manera que impresionó a muchos y no sólo a los creyentes, en el Mensaje de Pascua Urbi et Orbi. "Después de la Segunda Guerra Mundial – amonestó Francisco en aquella ocasión – este continente pudo resurgir gracias a un espíritu concreto de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado". El antiguo virus de las divisiones y el egoísmo, que regresa, y la siempre eficaz vacuna de la solidaridad o, para decirlo en una expresión aún más querida por el Papa, de la "fraternidad humana".
Se necesita la memoria para afrontar el presente y planificar el futuro, más aún en un momento en el que faltan tantas certezas. El Papa que vino del fin del mundo, pero hijo de inmigrantes del Viejo Continente, lo ha recordado muchas veces y en diferentes contextos: en el Vaticano como en Estrasburgo. Y en sus Viajes Apostólicos por Europa casi siempre en países alejados del centro político y económico, desde el primero en Albania hasta el último en Rumania. Quizás la forma más sorprendente en que nos exhortó a volver a nuestras raíces – siguiendo las huellas de otro gran Papa europeísta como Juan Pablo II – fue al recibir el Premio Carlomagno. El 6 de mayo de 2016, dirigiéndose a los jefes de las instituciones europeas, recordó, en palabras de Elie Wiesel, que necesitamos una "transfusión de memoria" en Europa. Esto, subrayaba, retomando las palabras del superviviente de los campos de concentración nazis, "no sólo nos permitirá no cometer los mismos errores del pasado, sino que nos dará acceso a aquellas adquisiciones que han ayudado a nuestros pueblos a cruzar las encrucijadas históricas que encontraban de forma positiva".
El sueño de Francisco para Europa es el de los Padres Fundadores. Un sueño al que debemos "volver", como dijo durante la conferencia de prensa en el avión de regreso de su visita a Rumania, el 2 de junio. Un sueño llamado "solidaridad" que hoy más que nunca es necesario para "actualizar la idea de Europa". Con ocasión del 60º aniversario de los Tratados de Roma, al recibir a los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, Francisco ha subrayado que "Europa encuentra la esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra el populismo moderno". La solidaridad, advirtió, "no es una buena intención: se caracteriza por hechos y gestos concretos" y recordó que, partiendo de la solidaridad, hay que "volver a pensar de manera europea". Era el 24 de marzo de 2017 cuando Francisco pronunciaba estas palabras. Sólo han pasado tres años y, sin embargo, los últimos tres meses – con su carga de sufrimiento, muerte y angustia – hacen que ese discurso parezca mucho más lejano en el tiempo. Sin embargo, es precisamente la crisis que estamos viviendo la que la hace más urgente, porque – como se afirmó justamente tres años después, en la conmovedora Statio Orbis del 27 de marzo pasado – este es, en efecto, el momento de la solidaridad en el que "nadie se salva solo".
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