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Amazonas: El río que nos une

Todo está conectado. Uno de cada cinco vasos de agua que bebes, se lo debes a ella. Una de cada tres lluvias que riega los campos y renueva la atmósfera, se la debemos a ella. Ella es la Amazonía. Se merece un Sínodo. (Este artículo fue publicado en Revista 21 el pasado 1 de octubre)

Marta Isabel González

Las dimensiones descolocan. El río Amazonas es una enorme extensión de agua que a veces recuerda al mar. Para llegar a la Triple Frontera Colombia-Perú-Brasil lo mejor es ir a Bogotá y de ahí en vuelo nacional a Leticia. “Aquí solo se puede llegar por avión o por barco” nos explica un taxista nada más aterrizar, “pero claro, por barco y dependiendo desde dónde se venga la distancia es de días, por ejemplo, desde Iquitos (Perú) se tardan más de 36 horas y tienes que hacer una noche en el barco”. 

Las distancias son enormes. El aislamiento de muchas comunidades, inevitable. “Aquellas comunidades que están cercanas al río o a alguno de sus afluentes tienen más posibilidades de estar comunicadas. El río aquí une, no separa”. Esa es una de las primeras cosas que hay que entender y la primera de muchas concepciones que traemos de Europa, de otros países y zonas más desarrolladas y que aquí no nos sirven de nada. Teresa Urueña es miembro del Servicio Jesuita a la Panamazonía (SJPAM) nos explica esto y el porqué de tantas construcciones de palafitos. “El agua del Amazonas no está siempre al mismo nivel, alcanza su nivel más alto en marzo y el más bajo en septiembre, aunque el cambio climático ha afectado ya un poco a estos ritmos”. Las extensiones de la Amazonía son también descomunales: 7,5 millones de kilómetros cuadrados (catorce veces la superficie de España) que implican el 43% de la superficie de Sudamérica y que se reparten irregularmente entre 9 países: en orden alfabético, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana y Guyana Francesa, Perú, Surinam y Venezuela. Irregularmente porque, por ejemplo, Ecuador solo posee el 1,5% del total de la Amazonía, pero que supone el 43% de su superficie. 

Su población también sorprende. Más de tres millones de personas son indígenas pertenecientes a alguno de los 390 pueblos que se conocen (unos 137 pueblos no contactados). Hablan 240 lenguas pertenecientes a 49 familias lingüísticas y por supuesto sus cosmovisiones y tradiciones son muy diversas e imposibles de generalizar. Y cuando les escuchas te das cuenta de su sabiduría y de cómo, sin experimentos, han llegado a las mismas conclusiones que nuestros más reputados científicos. “El agua del río está diferente. Sus ritmos han cambiado. También el sol está diferente, antes podías trabajar horas sin camisa en la chagra y no te pasaba nada: ahora te quemas”, asegura Juan Enocaisa de El Estrecho, Reserva de Guepí, en el departamento del Alto Putumayo (Perú). Otra rotura de clichés. Otra muestra de que aquí el mundo funciona al revés y que los sabios son los más humildes. Al ver la naturaleza cuidada durante milenios gracias a estos pueblos originarios te das cuenta de cómo Dios, una vez más, ha entregado lo más valioso a los más sencillos. “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25-27). 

“De hecho, para poder conservar la naturaleza y este bioma, el más importante del planeta, en realidad muchos de estos pueblos no necesitan nada más de nosotros que, simplemente, les dejemos en paz” afirma en Atalaia do Norte (Brasil) la chilena Cristina Larraín, voluntaria y activista del CIMI (Consejo Indigenista Misionario), un organismo creado en 1972 y vinculado a la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil. Ella defiende a los pueblos del Valle del Javari, unos 6.000 habitantes desperdigados en 54 aldeas indígenas y 12 comunidades ribeirinhas a lo largo de un territorio con una extensión similar a Portugal. 

Pero no les hemos dejado en paz. Y ahora la defensa de su territorio es esencial. En muchísimas ocasiones los indígenas están siendo vulnerados en sus derechos más elementales y sus tierras, arrebatadas u ocupadas en busca de minerales o madera. Y en los peores casos están siendo asesinados o agredidos en reyertas con empresas extractivas sin escrúpulos. Peligra su estilo de vida, ese “buen vivir” propio y que se basa en una “economía de subsistencia”, o dicho más modernamente “sostenible” o incluso “minimalista”, ya que no producen, ni cazan, ni pescan más que lo que van a consumir. Pero tanto la caza como la pesca están siendo alteradas y la contaminación lo está arrasando todo poco a poco. “La selva está enferma. El río se muere”, nos repiten en las tres orillas de esta Triple Frontera.

Para Juan Enocaisa, indígena Murui (bautizados como Huitotos en las épocas del Genocidio del Caucho, a finales del s. XIX, porque se pintaban con el fruto del Huito), está claro que “lo que ocurre es fruto de un desequilibrio en el conocimiento de culturas. Nosotros conocemos las suyas, pero ustedes no conocen las nuestras”. Y no le falta razón, pues su cultura no está escrita, todo lo han ido comunicando oralmente de generación en generación, lo que es, sin duda, una de las más determinantes diferencias entre nuestras civilizaciones. 

 Un Sínodo histórico. ¿Y qué tengo yo que ver con la Amazonía? Cuando el papa Francisco convocó en 2017 el Sínodo sobre la Panamazonía que tendrá lugar próximamente en Roma, algunos se hicieron esa pregunta. 

Lo sorprendente es que aún ahora alguien se plantee lo mismo o no comprenda la audacia de Francisco y su visión profética en este momento clave que vive no solo la Iglesia, sino nuestro planeta y nuestra civilización. Si no giramos la mirada hacia esta región y logramos protegerla a nivel global con el mismo celo, o aún mayor, que protegemos en nuestros países las Reservas o Parques Naturales, la supervivencia de la humanidad está en peligro.

Este es un sínodo histórico. Tal y como explicó el cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo de los obispos durante el encuentro “Ecología Integral: una respuesta Sinodal para el cuidado de nuestra casa común” organizado por la REPAM y celebrado en marzo en la universidad de Georgetown (Washington DC), “se trata del primer sínodo de carácter ordinario centrado en un territorio. Ha habido otros sínodos sobre territorios, pero fueron sínodos extraordinarios”. 

Pero también es histórico porque, aunque algunos querían que se celebrara en el continente americano, de algún modo, al celebrarse en Roma, en el Vaticano, Francisco pone en el centro de la Iglesia Católica, geográfica y simbólicamente, este territorio situado al otro lado del océano. 

 “Este Sínodo pone en el centro a la periferia”. Es una llamada de atención a los 1.300 millones de católicos de la Tierra, y también a los no católicos, sobre la importancia de esta región para la supervivencia del planeta y las dificultades que viven aquí las personas”, asegura el padre Alfredo Ferro, miembro del SJPAM. Y también una especial atención a las dificultades y retos de la Iglesia allí, que son muchos y muy variados. “Imaginad, la extensión de la Diócesis amazónica de Alto Solimoes (Brasil) es casi tan grande como Grecia, con 131.614,48 Km2 y una población de más de tres millones y medio de personas. ¿Cuántos sacerdotes creéis que la atienden toda esta región amazónica? Tan solo 18. Y para atender a las comunidades con cierta periodicidad es imprescindible desplazarse, y para desplazarse rápidamente hay que usar lanchas que son muy costosas”, asegura el orensano Adolfo Zon Pereira, obispo de esta diócesis desde 2015. 

Esas dificultades se unen a otras como la interculturalidad e inculturación, la dificultad para poder celebrar los sacramentos, la falta de sacerdotes, misioneros, religiosos, hombres y mujeres, que ayuden a que la Iglesia siga siendo una ayuda real en la zona que promociona los derechos humanos de los pueblos indígenas y que les acompaña en su desarrollo. “Nosotros no contamos con más ayuda que la de la Iglesia católica y de algunas ONG. ¿Y si no existieran los pueblos indígenas qué sería de la selva?”, asegura Elver Isidio, Huitoto de la etnia Bora que es también el presidente del Consejo de Autoridades Administrativas de la comunidad de Cusi Munilla Amena, en Leticia. “Sentimos que la Iglesia católica nos apoya en nuestros derechos y la defensa del territorio. Antiguamente el poder de la Iglesia era un poder de oposición. Pero ahora se ha producido una reconciliación respecto al pasado”.

A la iglesia soñada por la Amazonía le da forma Mauricio López como secretario general de la REPAM (Red Eclesial Panamazónica), realidad que nació en 2014, como una iniciativa pastoral para articular las acciones eclesiales en el territorio en defensa de la vida y la Madre Tierra. López nos facilita información detallada recogida en 265 informes fruto del proceso de escuchas sinodales previas a la redacción del Instrumetum Laboris que usarán las 250 personas que asistan este mes de octubre al Sínodo de la Panamazonía, titulado “Nuevos caminos para la Iglesia y para la ecología integral”, entre ellos 150 obispos que irán desde la Amazonía (101 obispos diocesanos y otros eméritos). “Esta información es fruto de otras tantas asambleas, foros temáticos y nacionales y ruedas de conversación celebrados en siete países de la Panamazonía y en los que participaron más de 87.000 personas pertenecientes a 172 pueblos o nacionalidades indígenas”, explica. 

Al leer la información nos queda claro que se ha recogido una petición muy concreta por parte de la población: que la Iglesia deje de ser una iglesia acomodada, ensimismada, encerrada en el templo; clericalizada; alienada; autoritaria; vinculada con poder político y económico; burocrática, complicada y llena de normas. Pero también, que esa misma Iglesia reconoce sus sombras y asume que en ocasiones ha perdido su contenido social, apoyando pautas e intereses que van contra las poblaciones tradicionales y comunidades, que a veces ha mantenido una práctica colonizadora de los saberes y de las religiosidades populares. “En estos procesos de escucha se deja claro que se quiere construir una Iglesia más participativa e integrada en la realidad, en la vida y luchas de los pueblos, una Iglesia más acogedora, una Iglesia en salida, descentralizada, sin privilegios y centrada en Cristo sin clericalismos, pero más mística, donde sacerdotes y religiosas fortalezcan su fe para asumir su servicio. Una Iglesia que defienda la vida de manera integral y que sea un signo de unidad en la diversidad”. 

Los informes de la fase de consulta sinodal también recogen cuestiones claves, como el apoyo a la juventud o la defensa de la dignidad de las mujeres, su voz y reconocimiento; una Iglesia pobre y con opción preferencial por los pobres, liberadora e inculturada presente en las luchas de los pueblos y de la naturaleza, comprometida con la Amazonía y todos los seres que la habitan; una Iglesia que promueva el “buen vivir” y responda a las injusticias que viven los pueblos; que se posicione contraria a los grandes intereses económicos de minería, hidroeléctricas o privatización de aguas y en la defensa de los territorios indígenas, movilizando alianzas en el combate contra el narcotráfico y toda delincuencia. 

Una Iglesia con nuevas metodologías para acompañar, conocer y proteger a los pueblos que habitan esta región del planeta y que lucha por la promoción y defensa de la Naturaleza y de los Derechos humanos de los pueblos de la Panamazonía. 

Este reportaje sobre la Triple Frontera de la Amazonía ha sido posible gracias a CIDSE y REPAM

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03 octubre 2019, 11:58