Una esperanza para los refugiados de La Pista en Colombia
Valerio Palombaro - Ciudad del Vaticano
El polvo y la salinidad levantados por los vientos del Atlántico corroen todo en La Pista. Empezando por las cubiertas de láminas y materiales de desecho al borde de la pista del antiguo aeropuerto de Maicao, en Colombia, que hoy conforman el asentamiento informal más grande de América Latina. Un pueblo de chabolas que se extiende por casi 4 km y es el hogar de más de 14.000 personas. En su mayoría refugiados que llegan de Venezuela, pero también colombianos pobres que han regresado a su tierra natal o nativos Wayuu.
Los refugiados de La Pista
“El impacto con La Pista es una bofetada muy fuerte: el aire que se respira es precisamente el de emergencia”, dice, en conversación telefónica con medios vaticanos, Eleonora Gastaldello, representante de la Fundación Marista para la Solidaridad Internacional (FMSI), no nueva en experiencias en contextos difíciles y recién regresada de una misión en Maicao. En La Pista todo remite a una condición precaria. Familias, a menudo de más de 10 personas, viven en condiciones extremas en pequeñas chozas, en medio de un calor sofocante, viento y lluvias torrenciales. Además, el asentamiento no cuenta con agua potable, ni sistema de alcantarillado, acceso a servicios y los sistemas eléctricos son ilegales.
El Proyecto del Instituto Marista
Desde 2019, el Instituto Marista, a través de la Provincia Norandina, impulsa el proyecto Corazón sin Fronteras en Maicao. «El lugar donde se encuentra la comunidad es emblemático —dice Gastaldello—: una puerta da a una calle asfaltada con casas normales, que pertenece a la ciudad de Maicao; la otra puerta en cambio da a “La Pista”, un mar de humanidad mezclado con desechos, viento, polvo y arena que corroen todo dando una auténtica sensación de precariedad estructural».
Refugiados de todo el mundo
Maicao es una ciudad que acoge a los migrantes. Además de La Pista, hay otros 39 albergues donde viven familias pobres. A lo largo de los años también han llegado refugiados del Líbano, Siria y Palestina, como lo demuestra la presencia en la ciudad de una de las mezquitas más grandes de América Latina. Pero la mayoría de los refugiados son venezolanos, que llegan a Maicao desde el cercano cruce fronterizo de Paraguachón. Aquí, confirma Gastaldello, hay flujos migratorios constantes "en un ambiente de fuertes contrastes, entre la música que acompaña todo como búsqueda de escape y esta realidad de desesperación que corta el aire con tanta gente con bolsos en lugar de maletas haciendo cola para entrar a Colombia por falta de otras posibilidades".
Un entorno seguro para los niños
Y hoy en día estas personas corren el riesgo de no encontrar la ayuda adecuada. En La Pista, también por la influencia que ha ejercido el ascenso de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, muchas ONG y organismos internacionales se han ido y sólo queda la presencia marista. «El proyecto Corazón sin Fronteras ofrece un entorno seguro para niños y niñas de 5 a 14 años. “Tiene un enfoque particular en apoyar la educación a través de actividades recreativas y talleres”, explica Gastaldello, indicando que 160 niños están involucrados en el proyecto. «El objetivo, al final de los trámites migratorios, es poder incluirlos en la educación pública». La Provincia Norandina prevé involucrar a más niños ampliando el proyecto y construyendo un segundo piso en la instalación, gracias a intervenciones apoyadas por la Fundación Marista. Y para compensar la escasez crónica de agua, de dudosa calidad, que llega a La Pista en carretas tiradas por burros llamadas aguayburro, Fmsi ha apoyado, gracias a la búsqueda de financiadores, el inicio de las obras para construir un pozo.
El sentido de comunidad
La presencia Marista es una de las pocas certezas en el corazón del campo de refugiados y, incluso en las emergencias, ayuda a tener una perspectiva a largo plazo. Al igual que durante las inundaciones provocadas por El Niño, entre 2023 y 2024, cuando la asistencia de emergencia estuvo acompañada de coordinación con la comunidad local. “Nace una suerte de organización de la sociedad civil al interior de La Pista, con la elección de 12 representantes por cada uno de los barrios del asentamiento, de los cuales 11 son mujeres y sólo un hombre”, comenta Gastaldello. Una organización interna que no supone ningún reconocimiento formal por parte del Estado colombiano, pero que forma parte de un “régimen de tolerancia” que se vive desde hace años en este campo de refugiados en la zona del antiguo aeropuerto abandonado. “La gran fortaleza de Corazón sin Fronteras fue poder tejer un diálogo constructivo con estas mujeres, basando las intervenciones en el sentido de comunidad y el protagonismo de los habitantes de La Pista que ayudaron a identificar las prioridades, también respecto a las familias a atender”, insiste la representante de FMSI.
Los peligros persisten a pesar de los esfuerzos
Maicao está ubicada en el Departamento de la Guajira, uno de los más pobres de Colombia. La violencia también está muy extendida. Muchas personas que viven en campos de refugiados corren el riesgo de convertirse en víctimas de trata. “Muchos niños que conocimos nos dijeron que lo primero que les gustaría cambiar es la violencia”, comenta Gastaldello, quien cuenta que en otros campamentos de refugiados de Maicao tuvieron que adelantar el fin de clases porque regresar a casa al atardecer era sumamente peligroso y se habían encontrado cuerpos de niños sin órganos. «Si no es tráfico de órganos, es narcotráfico: los niños de Maicao son constantemente blanco de organizaciones criminales, mientras sus padres viven en su mayoría de trabajos relacionados con el reciclaje de materiales». «En este contexto – concluye – aunque el apoyo educativo se vuelve lúdico, es decir simplemente un espacio que acoge a los niños para dejarles jugar y darles de comer, se convierte en mucho para hacerlos escapar de un contexto que corre el riesgo de acercarlos a realidades realmente peligrosas».
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