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Padre Arrupe, el carisma ignaciano en el signo del Vaticano II

En el Palacio de Letrán, concluyó la primera fase de la causa de beatificación del 28º Superior General de la Compañía de Jesús. El Vicario, Baldassare Reina, recuerda su valentía, clarividencia, humildad, celo misionero y amor a los pobres, siempre en obediencia a la Iglesia y a los Papas. Animado por un liderazgo creativo y no directivo, nunca descuidó la ǰó, «una prioridad». El Servicio Jesuita a Refugiados, presente en 58 naciones, su mayor legado.

Antonella Palermo - Ciudad del Vaticano

Un valiente profeta de la renovación conciliar. Este fue el rasgo distintivo, entre muchos, que recorrió, este jueves 14 de noviembre en el Palacio Lateranense de Roma, la memoria del Siervo de Dios Padre Pedro Arrupe Gondra, 28º Superior General de la Compañía de Jesús. En el aniversario de su nacimiento en Bilbao en 1907, más de cinco años después de la apertura de la investigación sobre la vida, virtudes, fama de santidad y signos del jesuita español, la fase diocesana ha llegado a su fin: todas las actas y documentos procesales han sido sellados, listos para ser presentados al Dicasterio para las Causas de los Santos.

Fidelidad y obediencia a la Iglesia y a los Papas

Tras las declaraciones rituales del notario actuario Marcello Terramani -en presencia del vicario monseñor Baldo Reina, de los miembros del tribunal diocesano monseñor Giuseppe D'Alonzo, delegado episcopal, y del padre Giorgio Ciucci, promotor de justicia-, la memoria de esta figura extraordinaria de la historia de la Iglesia en el largo texto leído por el vicario. Defender y poner en práctica el Concilio fue la prioridad de su misión, subrayó Reina, siempre con espíritu de lealtad y obediencia a la Iglesia y a los Papas. Reina hace suyas las palabras del padre Konvelbach, sucesor de Arrupe al frente de la Compañía, quien destacó su franqueza y audacia.

Para Arrupe, el característico cuarto voto de los jesuitas al Papa se vivía no sólo como una convicción intelectual o un elemento de la tradición, sino como una profunda adhesión afectiva. El realismo de su carácter ayudó a Arrupe en los tiempos nada fáciles de la Congregación General 32: concibió aquella etapa como una oportunidad para una mayor purificación del espíritu de los jesuitas. 


Un estilo de gobierno no "dirigista" sino creativo

El esfuerzo continuo del Padre Arrupe fue por una «comprensión actualizada de la consagración y los votos, la vida comunitaria, la misión y la vida espiritual», continúa Reina. De ello se benefició la difusión de la espiritualidad ignaciana, especialmente a través de los Ejercicios Espirituales del Fundador. El modelo ideal de Superior General que Arrupe tenía en mente era el de un hombre capaz de pasar de una actitud enjuiciadora y dirigista a otra que inspira, anima, alienta y promueve nuevas ideas. "Creía en la fuerza generadora de la confianza -continúa el vicario-, por lo que optó por dar crédito a sus hombres, valorando lo bueno de cada uno, aceptando el riesgo de ser incomprendido o engañado". 

El SJR y la opción preferencial por los pobres

Monseñor Reina se centra en la «opción preferencial» por los pobres que hizo de Arrupe un faro y un pionero. De hecho, promovió el amor por los oprimidos por la miseria, la injusticia, la ignorancia y la desesperación. Su legado más importante es el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), presente en 58 países, cuyo aniversario de fundación, en 1980, se celebró precisamente ayer, jueves 14 de noviembre.

Nacho Eguizábal, subdirector de esta obra internacional, reflexiona sobre lo urgente que es volver a la enseñanza de Arrupe en un mundo, el actual, en el que «se está imponiendo el miedo a la acogida. Si el padre Arrupe estuviera hoy con nosotros, observa, nos animaría a abrir el corazón, a practicar la hospitalidad y el compartir, que siempre hacen crecer nuestra vida. Estaría totalmente en sintonía con lo que repite el Papa Francisco sobre «cómo estar cerca de los migrantes».

Japón y la inculturación

Reina no deja de mencionar el gran celo evangelizador de Arrupe, puesto en práctica con un estilo de inculturación muy respetuoso de las especificidades locales. Así lo recuerda también una de las personas que testificó en la encuesta diocesana, Miki Hayashi, una estudiante japonesa de la Gregoriana que se convirtió del budismo al catolicismo gracias al carisma ignaciano que se respiraba en su país desde que cursaba el bachillerato. Y Japón fue uno de los lugares más deseados y queridos por Arrupe: llegó allí en 1938, permaneciendo 27 años. Era la época que siguió a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, se estaba montando un hospital de campaña en el noviciado de los jesuitas y se ayudaba a unas 200 personas. 

La oración, una prioridad

Promotor del diálogo interreligioso, el padre Arrupe bregaba por una buena relación con los no creyentes. Animó a los laicos a asumir responsabilidades, recuerda Reina, tanto en los colegios jesuitas como en asociaciones internacionales como las 'Comunidades de Vida Cristiana' o el entonces 'Apostolado de la Oración', hoy 'Red Mundial de Oración del Papa'. 

La capacidad de no perder la serenidad y el equilibrio interior ayudó mucho al Siervo de Dios jesuita a afrontar incluso los momentos más críticos de su gobierno. Sobre todo, como también subrayó conmovido el actual Prepósito General, el Padre Arturo Sosa, Arrupe es un modelo para quienes buscan coartadas en la oración: a quienes le preguntaban cómo encontraba el tiempo para retirarse a un diálogo diario, prolongado e íntimo con el Padre, respondía con franqueza: «Es simplemente un problema de prioridades». 

Esta fue la savia que le acompañó hasta el final, a partir de la cual desarrolló tal coherencia entre palabras y obras, tal capacidad de discernimiento, tal vida contemplativa en la acción, que constituyen los pilares del carisma de Ignacio de Loyola. Prueba de ello son las 150 comunidades, casas, obras apostólicas, lugares educativos, programas, premios, centros pastorales, instituciones caritativas y carreteras de todo el mundo que llevan su nombre.

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15 noviembre 2024, 07:22