Sor Luisa Dell'Orto, una vida "ya entregada" incluso en el martirio
Benedetta Capelli - Ciudad del Vaticano
Una muerte que se ha convertido en 'altavoz' para mostrar al mundo la de tantas víctimas inocentes en un país, Haití, que parece olvidado de todos, rehén de la violencia gratuita de las bandas criminales, al borde de una catástrofe humanitaria y presa de secuestros, especialmente de religiosos, que están casi a la orden del día. Quien utiliza la expresión 'altavoz' es Maddalena Boschetti, misionera fidei donum en el país caribeño, fiel amiga de sor Luisa Dell'Orto, que ha sido para ella guía y luz sobre todo al comienzo de su misión en Haití.
"Altavoz" que choca con su temperamento apacible, con su físico menudo y, sin embargo, es un término tan apropiado cuando se mira su martirio, su muerte encontrada en la calle en Puerto Príncipe el 25 de junio de 2022 cuando los disparos de una pistola la alcanzaron y acabaron con su existencia terrena. Sólo por eso. Porque esa sangre, la sangre de los mártires, sólo alimentó aún más la bondad y el amor que ella había sembrado con perseverancia y determinación en los niños que salvó, en los futuros sacerdotes a los que enseñó, en los colaboradores cercanos que hoy, en la catástrofe general en la que se ha sumido Haití, derraman el mismo amor que recibieron en otros pequeños y otros jovencísimos a los que la violencia niega el mañana.
Un dolor compartido
Entre sus pequeños, está Falou, que hoy ha tomado las riendas de "Kay Chal", la casa renovada gracias a los fondos recaudados por Cáritas Italiana con la colecta de 2010. Es un joven reservado, llegó a Italia con Maddalena y sus compañeros el pasado diciembre, conoció al Papa y trajo de Haití algunos objetos de sor Luisa -una campana para llamar a los niños de Casa Carlo, su Biblia y algunas notas- que hoy se conservan en Roma, en la basílica de San Bartolomeo all'Isola, el Santuario de los Nuevos Mártires de los siglos XX y XXI. Fue él quien corrió al hospital nada más enterarse de la muerte de la Pequeña Hermana del Evangelio, su "punto de referencia"; fue él quien quiso mostrar el dolor de toda una comunidad, que salió a la calle -apenas unas horas después de su asesinato- para recordarla llevando camisetas con su foto y plantando una cruz en el lugar exacto donde había muerto, al borde de una carretera muy transitada. La cruz, dijo el Papa Francisco, es el camino del cristiano, de la abnegación, que no es un cambio superficial sino una verdadera conversión, no es sólo soportar las tribulaciones cotidianas, sino llevar "con fe y responsabilidad esa parte de fatiga, esa parte de sufrimiento que comporta la lucha contra el mal". Cómo no leer en esto la historia de Sor Luisa.
"Tengo el deber de amar..."
Jocelène es una madre, sabe muy bien cuánto daño hace la violencia a los niños. "Inmediatamente después de recibir el mensaje de la muerte de Sor Luisa, pensé: no hay respeto por la vida humana en Haití. Y también pensé que la causa está en que mucha gente está en la pobreza y no tiene lo necesario y se ve 'obligada' a cometer actos de violencia para conseguir lo que necesita". Es una instantánea de la realidad, una pose manchada por la injusticia, la desigualdad y la falta de respeto por la vida. Pero Jocelène, que se ha enamorado de Jesús gracias a los misioneros que nunca han abandonado a este pueblo, siente que tiene un deber: continuar la labor de Sor Luisa a través de la educación, la formación y la sensibilización de las comunidades 'para que la gente entienda que puede haber un futuro mejor, un futuro nuevo'. Jeff, que conoció a Luisa cuando tenía nueve años, también tiene el mismo sentimiento. "Crecimos juntos. Lo que ella me enseñó fue el amor. A amar, y a enseñar a amar a los demás. No quiero detenerme en este camino. Yo no puedo". Su determinación es hermosa y fuerte.
Es conmovedor ver florecer ya en esta primavera las semillas del martirio de Sor Luisa. Florece en los corazones porque la crónica cuenta con violencia otra cosa, pero es ahí donde debemos poner nuestra confianza porque la historia hay que reescribirla cada día con dedicación, constancia y amor hacia Dios y hacia los demás. Esto es lo que hacemos los cristianos y esto es lo que muy probablemente hubiera querido Sor Luisa, mártir de nuestro tiempo.
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