Franja de Gaza. Sor Nabila pide paz y respeto de los derechos humanos
Federico Piana - Ciudad del Vaticano
Es difícil conectar con el infierno de Gaza. Casi imposible. Las líneas telefónicas son prácticamente un espejismo, internet funciona de forma intermitente, cuando la electricidad no se pone caprichosa y vuelve a funcionar por solo unas horas al día. En el momento en que la hermana Nabila Saleh confía a Pope su llamamiento desesperado al mundo entero, su voz se desgarra.
No hay más tiempo que perder
Sin embargo, parece un milagro que su grito aún pueda salir de una ciudad asediada y destruida, donde nada entra y nada sale. Ni siquiera un alfiler. "Al mundo le pido paz, respeto por los derechos humanos. Pido a todos que ayuden a Gaza porque la población está sufriendo", increpa la monja. Y para dejar claro que no hay más tiempo que perder, explica que "las casas ya no existen, la comida está casi acabada y lo poco que hay cuesta cinco veces más de lo normal". Es imposible seguir sobreviviendo si algo no cambia pronto.
Heridos que deben ser salvados
En la parroquia latina de la Sagrada Familia, donde la monja de la Congregación del Rosario de Jerusalén está atrincherada con la mayoría de los cristianos de la Franja de Gaza desde que comenzó la guerra entre Israel y Hamás, aún permanecen los siete heridos del tiroteo que el pasado diciembre costó la vida a una madre y su hija que eran huéspedes de la iglesia. A pesar de todos los intentos, no pudieron ser trasladadas a un hospital que pudiera recibirlas: "Sólo pudimos darles atención primaria. Dos de ellas necesitarían una intervención quirúrgica urgente, mientras que las otras aún tienen mucha metralla en el cuerpo". Y más que eso, en la parroquia no pueden hacer: entre las cosas que les faltan, la medicación es la número uno. Y menos mal, revela la hermana Nabila, que 'el rey de Jordania nos hizo tirar comida y medicinas de los aviones. Dos veces". Pero, por supuesto, eso no basta.
Terror sin fin
Lo que no falta es terror. Los tanques israelíes han vuelto a las calles de la ciudad. "Después de tres o cuatro días de calma", se lamenta la monja, "la guerra ha vuelto tan violenta como antes. Los tanques están en el barrio, incluso cerca de nuestra escuela. Oímos disparos, pero gracias a Dios no ha pasado nada en nuestra parroquia". ¿Sigue viva la esperanza? "Ciertamente. Esperamos en el Señor. Si no tuviéramos fe aquí ya estaríamos todos muertos".
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