Presidente de °ä¨¢°ù¾±³Ù²¹²õ Ecuador: Trabajemos por los Âᨮ±¹±ð²Ô±ð²õ
Marie Duhamel y Alessandro Di Bussolo - Ciudad del Vaticano
En un Ecuador que sigue lidiando con la espiral de violencia que se desató a inicios de este 2024, justo después de que el presidente Daniel Noboa anunciara el llamado "Plan Fénix", para retomar el control de las cárceles, la Iglesia local sigue haciendo oír su voz, llamando al rechazo total de la violencia "venga de donde venga". Una violencia que desde las cárceles, a menudo controladas internamente por grupos criminales, cuyas rivalidades han causado el asesinato de más de 450 reclusos desde 2020, se ha desbordado también a las calles, convirtiendo a Ecuador en uno de los países más violentos del mundo, con 45 homicidios dolosos por cada 100.000 habitantes en 2023.
Crameri: la violencia no se combate con más violencia
El Ministerio del Interior ecuatoriano informa de que acaba de destruir 21,5 toneladas de cocaína halladas en un almacén subterráneo de una plantación bananera de Vinces, en la provincia costera de Los Ríos, y de que desde el 9 de enero ha incautado casi 1.300 armas de fuego y detenido a más de 3.600 personas, la mayoría pertenecientes a los 22 grupos de delincuencia organizada transnacional clasificados "como organizaciones terroristas" y "actores no estatales beligerantes". En este preocupante panorama de 'conflicto armado interno' declarado por el propio Gobierno, Pope recoge el testimonio de monseñor Antonio Crameri, obispo del Vicariato Apostólico de Esmeraldas y presidente de Cáritas Ecuador.
¿Qué significa para el pueblo ecuatoriano, para sus familias y para los fieles, el aumento progresivo de la violencia relacionada con el narcotráfico, hasta los acontecimientos de las últimas semanas? ¿Hay miedo?
Desde hace tres años, en todo el país, pero especialmente en la costa, particularmente en Esmeraldas, Manabí, Guayas y Los Ríos, la violencia se ha incrementado drásticamente con muertes, extorsiones, secuestros, asaltos a mano armada y amenazas de todo tipo, sembrando un gran terror por doquier. La inseguridad ha aumentado exponencialmente y muchas familias han tenido que abandonar estas provincias, refugiándose en otras provincias de Ecuador o incluso emigrando al extranjero, especialmente a Estados Unidos y algunos países europeos. Las bandas criminales también provocan terror psicológico lanzando en redes ejecuciones en directo como decapitaciones y haciendo encontrar las cabezas en plazas públicas o frente a instituciones públicas y colgando los cadáveres en los pasos elevados de las ciudades. Un estilo similar al de las mafias mexicanas. Si al principio los asesinatos se producían de noche y a cara cubierta, con el paso del tiempo tienen lugar a plena luz del día e incluso se puede asistir a ejecuciones llevadas a cabo por sicarios a cara descubierta. Yo mismo, a mi regreso de la misa del año pasado en Cena Domini, me topé con un sicario que casi mata en directo a un joven de una banda rival.
"Hasta hace unas semanas también existía el temor a la no presencia del Estado, especialmente en estas provincias del extrarradio. Un Estado que ahora se ha hecho presente con mano dura y quizás, en mi opinión, cayendo en el peligro contrario. De no hacer nada o poco para contrarrestar la delincuencia, ahora está respondiendo con la mano dura que sí, era necesaria, pero creo que con equilibrio".
Esto dio lugar a auténticos abusos, con matones golpeados hasta la muerte. Yo mismo he visto las consecuencias de estas intervenciones violentas de la Policía. Sucedió en la cárcel de Esmeraldas, donde fuimos convocados como garantes del respeto a los derechos humanos. Al final del día, lamentablemente, vimos una muerte entre los detenidos, que ciertamente no murió, como nos quieren hacer creer, de un infarto, sino de las muchas golpizas que recibió. La gente piensa que la violencia resuelve la violencia y olvida que, una vez finalizado el tiempo del toque de queda, de lo que se ha declarado estado de excepción, los militares dejarán de patrullar las calles. Me pregunto qué ocurrirá entonces. Desde hace mucho tiempo, en lo que se refiere a la vida social y laboral, nos hemos visto obligados al teletrabajo, a las escuelas virtuales. Y para colmo, a pesar de la masiva presencia militar en las calles, las ciudades, al menos en la provincia de Esmeraldas, son muchas veces ciudades fantasmas, con comercios cerrados o con horarios mínimos, lo que también causa serios problemas a los vendedores ambulantes.
¿Se ven afectadas o alteradas las celebraciones litúrgicas y la vida de fe por la renovada violencia?
La gran ola de violencia también ha provocado cambios en las actividades pastorales, como el adelanto de los horarios de misa. Si normalmente la Misa se celebraba entre las 19.00 y las 19.30, ahora incluso se adelanta a las 17.00 y me parece que después de las 18.00 no hay Misas en todas las ciudades. Incluso en las semanas más calurosas de disturbios, con amenazas de coches bomba, atentados, etc., se ha optado por celebraciones a puerta cerrada e incluso modalidades virtuales, como ocurrió durante la pandemia. También se han tenido que suspender las actividades de catequesis y los diversos grupos y movimientos laicales locales, así como las reuniones previstas para el trabajo pastoral a nivel de vicariato. Incluso muchos funerales, la mayoría de los cuales son obviamente de personas que han muerto en asesinatos, y muchos de ellos son miembros de bandas, ya no se celebran en la iglesia, debido al peligro de represalias por parte de las bandas contrarias. Así que los sacerdotes van a la casa del difunto, por razones de seguridad, y se limitan a una liturgia de la palabra.
Podemos imaginar que los narcos se aprovechan de la pobreza estructural y de la falta de democracia: ¿qué quiere decir la Iglesia a los políticos? ¿Qué puede decir a los jóvenes, que son el futuro, sobre todo a los implicados en las bandas? ¿Es posible hablar con ellos?
Ciertamente, una de las causas de la violencia es la pobreza, fruto de la injusticia. Tantos jóvenes sin futuro, porque faltan oportunidades de vida, falta trabajo. Pienso en una de las zonas más conflictivas de Esmeraldas, la Rivera del Río. Me pregunto, ¿cómo es posible que en el 2024 todavía haya situaciones no de pobreza sino de miseria? Hay carencia de servicios básicos, la gente se ve obligada a vivir en casuchas rodeadas de alcantarillas a cielo abierto, con todo lo que ello implica, empezando por la insalubridad, etc. ¿Qué pedir a los políticos ante esta situación? Que no se olviden de su pueblo, que recuerden que fueron elegidos para servir al pueblo, no para servirse a sí mismos.
"A los políticos les digo: dejen de preocuparse por llenar sus carteras con la corrupción y pónganse realmente al servicio de la gente, dando soluciones a cosas básicas como el agua, la electricidad, la sanidad, la educación. Dejad de ser corruptos e intentad crear oportunidades de vida desarrollando microempresas para nuestros jóvenes".
Esmeraldas, por cierto, es una tierra muy fértil y por eso vale la pena explotarla en un sentido positivo, para ayudar a los jóvenes que lógicamente son el futuro. A los involucrados en las pandillas, lo que les diría, y de hecho ya se los hemos dicho en reuniones, en diálogos, es que dejen las armas, porque en estas zonas de Riviera del Río hay muchos enfrentamientos entre las pandillas. Entonces logramos, a través del diálogo, detener estos tiroteos que eran diarios, y lógicamente con víctimas. A cambio intentamos como Iglesia ofrecer pequeñas propuestas de negocio a estos jóvenes, como se hizo por ejemplo en Colombia. Un alimento para la paz: aquí me garantizan la paz, y nosotros la Iglesia, por nuestra parte, les ayudamos con ayuda alimentaria o incentivos para pequeños emprendimientos. Y algo se ha conseguido, pero todavía queda mucho por hacer. Y a estos jóvenes les sigo diciendo, las veces que nos encontramos, que de ellos depende demostrar que Esmeraldas no es como la pinta el mundo o el resto del país, como el refugio de los pecadores. No, en Esmeraldas hay gente buena, gente que lucha por la paz. Por eso les pedimos que difundan la actitud de paz en la comunidad, sabiendo que la paz es un camino, es hacer nuestra una actitud de vida, un estilo de vida que es el estilo del Evangelio, de la verdad, la justicia y la paz.
En este contexto, ¿cuáles son las prioridades pastorales de la Iglesia, incluida la suya en Esmeraldas?
La prioridad de nuestra Iglesia es, en primer lugar, tratar de traducir el sueño del papa Francisco, que podemos resumir en tres conceptos: la Iglesia "en salida", la Iglesia 'hospital de campaña' y la Iglesia sinodal. Una Iglesia en salida es aquella que va a las periferias existenciales. De ahí la importancia de una pastoral de presencia, actitud que aprendí cuando fui obispo auxiliar de Guayaquil y que ahora trato de traducir en la jurisdicción eclesiástica que el Santo Padre me ha confiado aquí en Esmeraldas. Y hacerte presente, siendo como la Iglesia la caricia de Dios, la presencia de la ternura de Dios, en las cosas sencillas, sentándote a comer con ellos, en su pobreza y dándoles algo de tu tiempo. He visto que esto es bueno para el corazón, pero es especialmente bueno para mí, porque me hace comprender lo esencial de la vida.
"Un hospital de campaña de la Iglesia es, pues, una institución que no sólo ofrece atención médica, sino que se convierte en símbolo de acogida, de cuidado, de solidaridad, de compasión y, por qué no, de salvación. De ahí la necesidad, en nuestras ciudades y provincias, de una cercanía capaz de restaurar y consolar, como efusión de la ternura de una madre Dios que se inclina ante las víctimas y busca la cultura del encuentro, para alimentar la esperanza, la vida, la reconciliación y la salvación".
Todo ello supone reforzar la pastoral de presencia, una pastoral que se traduce en actitudes concretas como la acogida y la solidaridad. La asistencia se ofrece a todas las personas, independientemente de su origen, situación o credo. La solidaridad es un principio fundamental que subraya la importancia de estar al lado de los que sufren, de las víctimas de los descartados. Una pastoral de la presencia que también se traduce en cercanía a la persona. El concepto refleja la idea de estar cerca de la gente en tiempos de crisis, mostrando empatía y apoyo. Todo ello viviendo los verbos que conocemos del Buen Samaritano: una pastoral de presencia que se convierte en compromiso con las periferias y los descartados de la sociedad. El Papa Francisco nos pide que llevemos el hospital de campaña a los márgenes de la sociedad, a los que muchas veces son olvidados y descartados. Es una invitación a trabajar con fuerza por la justicia social, la inclusión. Por último, una pastoral de presencia que testimonie la misericordia. Se insiste en la necesidad de mostrar la misericordia a través de acciones concretas, y el hospital de campaña se convierte en una experiencia tangible de este principio. Y a todo esto se añade la importancia de una Iglesia sinodal, caminando juntos. Y puedo decir que sí, que lo estamos haciendo, tratando de implicar a todos en este camino sinodal.
¿Trabajan con otros episcopados para combatir la lacra de la droga, que es un problema regional?
Estamos en contacto con algunos obispos de la vecina Colombia, por ejemplo, que han vivido y en parte siguen viviendo lo que se ha desatado en Ecuador en los últimos años. Muy útil en este sentido, por ejemplo, ha sido y es el testimonio de las víctimas de la violencia colombiana y cómo han logrado sanar sus heridas, llegando incluso a perdonar a los agresores. Estos intercambios también nos ayudan a ser portadores de la esperanza de que sí, de que otro mundo es posible, de que otra relación es posible. Es posible construir esa fraternidad universal a la que nos invita el Papa Francisco, en Fratelli tutti. Además, llevamos años organizando encuentros pastorales en la frontera, tratando de aprender de las experiencias de los demás.
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