Brasil: Proyectos para migrantes priorizan la atención de salud mental
Felipe Herrera-Espaliat, enviado de Pope a Brasil
El mayor dolor de Martha María Gavilán al emigrar desde Cuba en 2018 no fue dejar su tierra y su familia. Tampoco fue el interminable viaje por aire y tierra que la condujo 6.500 kilómetros desde La Habana hasta Sao Paulo, Brasil. El sufrimiento más grande para esta profesora escolar fue encontrarse a los 47 años sin un futuro tras haber llegado junto a su hijo a la megápolis. Hubiese querido radicarse en Argentina o Uruguay, pero sus pocos ahorros se desvanecieron tan rápidamente que, sin haberlo jamás imaginado, se vio obligada a pedir alojamiento en un refugio. Fue así como una noche se encontró a las puertas de la Casa del Migrante de la Missao Paz, institución gestionada por los misioneros scalabrinianos.
“Pasé tres días en el cuarto llorando y llorando, porque para mí era el final del mundo”, relata. Pero muy pronto su tristeza se transformó en esperanza. En le dieron cursos de portugués, la ayudaron a gestionar su residencia en Brasil y le consiguieron su primer trabajo como camarera en un hotel internacional. Después pasó por diversos empleos: encargada de aseo en un centro de eventos, instaladora de líneas eléctricas y hoy es vendedora en una conocida cadena de ropa. Pero fue el apoyo psicológico que recibió lo que marcó para ella un antes y un después, ya que le otorgó herramientas para superar todos los escollos del difícil proceso de adaptación que suelen vivir los migrantes, y que en promedio dura dos años.
Una terapia psicológica focalizada
Según la psicóloga de Missão Paz, Berenice Young, el arribo al destino elegido es el momento más crítico para los migrantes, porque los obliga a plantearse una serie de preguntas que no tienen una respuesta inmediata. “Tienen que aprender un nuevo idioma, a ubicarse en la ciudad, a conocer cómo funciona el Estado brasileño, cuáles son los requisitos y la documentación, tienen que saber cómo van a sobrevivir durante estos primeros tiempos, si acaso podrán trabajar”, enumera esta profesional que coordina un programa de acompañamiento psicológico para los recién llegados.
Se trata de una terapia breve, de aproximadamente doce sesiones en tres meses, tiempo suficiente para comprenderse ellos mismos y para entender las dinámicas de la adaptación a una nueva sociedad. Así se evita que la inestabilidad inicial los conduzca a la desesperación y a querer regresar a sus países de origen cuando sienten que no logran ser autónomos. Berenice Young asegura que este tipo de intervenciones son muy eficaces, aunque hay una pequeña porción que cae en depresión o manifiestan problemas psicosomáticos. Esas personas son enviadas a centros de salud especializados en migrantes, donde reciben un tratamiento más prolongado.
La fatiga psicológica y el síndrome de Ulises
Una visión muy similar a esta es la que tiene el realizador audiovisual y cantante de rap Narrador Kanhanga, que en la ciudad de Porto Alegre lidera una asociación de más de 1.500 familias angoleñas que habitan en el Estado de Rio Grande do Sul. Se asentó allí en 2005 y, como tantos de sus compatriotas, también padeció la fatiga psicológica de la inserción. Por eso hoy colabora para facilitar la ocupación laboral de quienes vienen llegando y minimizar todas las problemáticas relativas a la obtención de su documentación.
“El migrante cuando decide salir de su país ya sabe más o menos lo que va a enfrentar hasta llegar a un país distinto. Pero lo que no sabe es cómo será cuando llegue, quién lo estará esperando, quiénes son las personas que podrán ayudarlo, y eso crea un trauma, un conflicto muy grande en la salud mental”, detalla el angoleño.
El psicólogo Rodrigo Lages e Silva, investigador de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, ve en estos síntomas el llamado síndrome de Ulises, un cuadro de malestar emocional producido por una fuerte sensación de desarraigo, de no pertenencia al lugar donde se han instalado. “Vemos personas que, tras haber pasado por muchas dificultades en su tránsito, llegan buscando reconstruir sus vidas, trayendo expectativas de encontrar más facilidades, pero lo que encuentran son nuevas dificultades”, acota el académico.
Según este experto, esto se produce principalmente por las limitaciones que tienen los migrantes para movilizarse en una nueva ciudad, para conseguir una vivienda, para incorporarse en los sistemas de educación y de salud. Incluso, con tristeza, reconoce que también en Brasil persisten actitudes de racismo y xenofobia.
El trabajo en el Cibai de Porto Alegre
Kanhanga y Rodrigo Lages e Silva representan a parte de la amplia red de instituciones que colaboran con el Cibai, Centro Ítalo-Brasilero de Asistencia e Instrucción de las Migraciones. Esta institución de los religiosos scalabrinianos fue fundada en Porto Alegre en 1958 para acoger a los migrantes italianos que viajaban hasta esta región del sur de Brasil. Pero a lo largo de la historia las olas migratorias cambiaron de procedencia y, de hecho, en el Cibai han atendido personas provenientes de 52 nacionalidades. Hoy la mayor parte viene desde Venezuela, Haití, Senegal y Angola.
El director del Cibai, padre Adelmar Barilli, lidera un modelo de respuesta integral a los migrantes, enfocado especialmente en aquellos que acaban de llegar, de modo que ninguna de sus necesidades más urgentes quede desatendida: ropa, alimento, habitación, idioma, trabajo, acompañamiento psicológico, etc. “No tendría sentido proveer solo hospedaje, solo alimentación o solo documentación. Nosotros buscamos la posibilidad de que un migrante tenga toda esa atención”, puntualiza. El sacerdote advierte cómo una demora en la inserción en el nuevo país puede conllevar un aumento de problemas de salud mental, tal como ocurre en el norte de Brasil, en el sector de Boa Vista. Allí los venezolanos, tras cruzar la frontera, pueden permanecer hasta dos años antes de desplazarse hacia otra región para iniciar una vida más estable.
La eficacia de la “teleatención” psicológica
También en Porto Alegre las hermanas scalabrinianas se dedican enteramente a la causa migrante. De hecho, desde hace 23 años tienen una oficina en la estación internacional de buses, para contactar a las personas desde el primer momento en que llegan a una nueva tierra. Además, gestionan cuatro centros de salud en distintos puntos de esta ciudad de un millón y medio de habitantes. Desde allí despliegan el programa “Legame”, un eficaz sistema de “teleatención” gratuito y confidencial para quienes requieren sostén psicológico, orientado más a hacer frente al sufrimiento de la migración que a problemas mentales.
“Disponemos para ellos una línea telefónica para que puedan llamar a profesionales de la salud mental, tanto psicólogos como psiquiatras, de quienes reciben un acompañamiento, ya sea semanal, quincenal o mensual, según la necesidad de cada uno”, puntualiza la hermana Jakeline Danetti. Y si este apoyo telemático no basta, se les deriva para una atención terapéutica presencial.
La gran familia de los padres y las hermanas scalabrinianos, además, trabajan estrechamente con las entidades públicas en Brasil y con organizaciones civiles, creando redes de cooperación multidisciplinarias, que permiten que los migrantes sean cada vez más acogidos, protegidos, promovidos e integrados en la sociedad.
Reportaje realizado en colaboración con .
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