Ჹí. Arzobispo de Puerto Príncipe: Impotencia ante la violencia
Myriam Sandouno y Francesca Sabatinelli - Ciudad del Vaticano
"Haití está viviendo una situación crítica en estos momentos. Es vivir un calvario, como si no se pudiera encontrar el camino correcto. No me parece que las organizaciones internacionales hayan entendido cómo hacerlo". Su dolor por el país devastado por la violencia de las bandas armadas, dijo Francisco a los miembros de la Compañía de Jesús de Canadá, con los que se reunió el pasado 29 de julio en el arzobispado de Quebec. El Papa, que está constantemente informado de la situación por sacerdotes amigos, confió a sus hermanos el temor de que ese país pueda caer "en un pozo de desesperación", preguntándose cómo podría ayudar a Haití y a su noble pueblo "a crecer en la esperanza" e invitando a la Iglesia a la oración y a la penitencia.
En pocos días, la guerra de bandas que estalló el 8 de julio en Cité Soleil, un suburbio de la capital, Puerto Príncipe, ha dejado cientos de muertos y ha desplazado a miles de personas. Desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse, el 7 de julio del año pasado, el país se enfrenta a un aumento de la violencia de las bandas criminales por el control de la barriada. El 27 de julio, un incendio provocado dañó gravemente la catedral de Notre Dame de l'Assomption, situada en el corazón de la zona de confrontación.
Pero ante todo esto, la propia policía es impotente, es la amarga conclusión del arzobispo de Puerto Príncipe, Max Leroy Mesidor:
Excelencia, ¿cuáles son las causas de estos enfrentamientos entre bandas armadas en Puerto Príncipe?
Parecen ser de naturaleza política y económica. Política porque los grupos tienen vínculos con sectores y líderes políticos. También se cree que intentan controlar zonas sensibles de cara a las elecciones. Sin embargo, las causas también son económicas, ya que estos grupos armados organizan secuestros para pedir rescate y extorsionar a los comerciantes y habitantes de estas zonas. ¿Quién podría creer que hoy estamos seguros en Haití, especialmente en Puerto Príncipe? Seamos cuidadosos, mantengamos la cautela, recemos y confiemos en Dios, esperando un mañana mejor, porque sabemos que con su gracia el país se recuperará.
¿Cómo está reaccionando el gobierno haitiano ante esta situación?
La reacción del gobierno es débil y está lejos de tranquilizar a la población. Permítanme dar un ejemplo: no se ha emitido ninguna nota oficial sobre la situación en Cité Soleil, el mayor barrio marginal de la capital, donde los enfrentamientos entre grupos de bandas armadas causaron cientos de muertos entre el 8 y el 15 de julio. La policía, por su parte, parece impotente. La opinión general es que está mal equipada para hacer frente a las bandas fuertemente armadas, que gozan de un sólido y poderoso apoyo político y económico. La población tiene la sensación de que las autoridades no tienen ninguna voluntad real de poner fin a esta situación. Esto explica los puntos planteados por la Conferencia Episcopal de Haití en su mensaje del 29 de julio: ¿por qué el Estado no actúa con el rigor necesario, en el marco de la justicia, para acabar con los delincuentes? ¿Es imposible cortar las fuentes que suministran armas y municiones a los grupos? ¿Beneficia esta situación a los intocables? Esperamos una reacción más enérgica y decidida de las autoridades.
En su mensaje, la Conferencia Episcopal de Haití pide una acción inmediata para desarmar a las bandas. ¿Cómo creen los obispos que debe hacerse?
Hay demasiadas armas que entran en el país. Los controles aduaneros deben reforzarse, arrojando luz sobre los envíos de armas incautados en las aduanas. Entonces, debería llevarse a cabo un desarme serio, los países amigos de Haití podrían ayudarnos. No somos los primeros en encontrarnos en esta situación y podríamos inspirarnos en el trabajo realizado en otros lugares en este campo, para poder vivir en paz y movernos libremente de acuerdo con las leyes y los principios. Pero me gustaría añadir que es necesario trabajar en la mejora de las condiciones de vida de las personas en general y de los habitantes de los barrios marginales en particular. No puede haber paz cuando una gran parte de la población se ve obligada a vivir en condiciones desastrosas, sin agua potable ni electricidad, sin letrinas ni alcantarillado. Hoy, basta un cuarto de hora de lluvia para que los barrios se inunden y la gente salga a la calle, a los campos de deporte y a las plazas. Hay que tener en cuenta la situación de la gente de los barrios obreros, pero parece que no cuentan para el Estado. En mi opinión, necesitamos una conciencia colectiva; un verdadero diálogo nacional y un mínimo de consenso para encontrar una salida a esta crisis que afecta a todos.
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