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Jesucristo crucificado, foto de archivo Jesucristo crucificado, foto de archivo 

Serretti: la Cruz, signo de unidad para Europa, quebrada por la guerra

El teólogo P. Massimo Serretti reflexiona sobre la meditación de la 13ª estación preparada para el Vía Crucis del Coliseo y dedicada al conflicto actual: el cristianismo está en el origen de los Estados europeos, en esta identidad el continente herido puede reencontrarse a sí mismo

por Don Massimo Serretti

Dos imágenes de dos realidades de peso aparentemente desigual y desproporcionado se colocan una al lado de la otra: una es la de la ofensiva militar de un Estado contra un pueblo, la otra es la de dos miembros, de los dos pueblos, de pie juntos bajo la cruz. En ambos hay sangre y muerte. En la primera está la sangre de otros hombres que son asesinados, en la segunda está la Sangre que se derrama por todos los hombres.

En la cruz, bajo la cual los dos miembros de los dos pueblos caminan a lo largo de una estación (XIII), hay una tabla (titulus crucis) en la que hay una inscripción "en hebreo, en latín y en griego" (Jn 19, 20). La pluralidad y extensión de las tres lenguas indica la pluralidad de los pueblos implicados en el acontecimiento que tuvo lugar en la cruz. En efecto, de aquel en la cruz está escrito: "vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas" (Is 66,18) y " la raíz de Jesé se erigirá como emblema para los pueblos" (Is 11,10). Un antiguo himno dice de Aquel que está clavado en esa cruz que reinó desde el madero de la cruz y se lo llama "Rey. Porque el reino es del Señor, Él domina todas las naciones". Él es el Cordero 'el Señor de los señores y Rey de los reyes' (Ap 17:14), En su manto y en su muslo lleva escrito este nombre: Rey de los reyes y Señor de los señores' (Ap 19:16). Y el anuncio final es que todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor, todas las familias de los pueblos se inclinarán ante Él.

Mientras la sangre que fluye de la opresión de la guerra aumenta las divisiones, la Sangre ofrecida por el Cordero une y pacifica. Toda la historia de los pueblos de Europa está incluida en este drama. Para los cristianos no se trata de la dialéctica tolstoiana entre "guerra y paz", la paz, de hecho, para los judíos y los cristianos es un nombre y un atributo divino, y como tal no puede ponerse legítimamente en relación de igualdad (dialéctica) con la acción humana. Pero volvamos a Europa. 

Todas las naciones europeas nacieron históricamente de diferentes entidades étnicas e incluso lingüísticas que encontraron su unidad en el Bautismo. El bautismo fue el factor que fomentó la formación de las unidades e identidades nacionales. Pero hasta cierto punto de la historia europea, la génesis cristiana de las naciones les permitió reconocerse en una realidad que trascendía sus diferentes identidades: la Iglesia como lugar de unidad supranacional y compuesta, desde el principio, por todos los pueblos, según el plan divino y el mandato de Cristo: " Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). San Agustín, junto con otros Padres, reconoció con gran asombro que la adhesión de los distintos pueblos, lenguas y culturas a la única Iglesia era un indicio irrefutable de su singularidad, su verdad y su origen trascendente.

El cisma de Oriente y la división de la cristiandad europea en el siglo XVI provocaron, por tanto, una correlativa "crisis de la conciencia europea" en sí misma. De ahí surgió la ideología, a la que tanto se opuso John Henry Newman, que trasladó el punto de la unidad más amplia al poder político, ya que la religión había demostrado ser un factor de división. Hasta hoy, Europa no ha encontrado y no ha querido encontrar su verdadero punto de unidad, el único punto de unidad posible: aquel del que nació.

Si volvemos de este macroescenario a la crónica de la que partimos, nos encontramos con que el hecho de que dos miembros de dos pueblos enfrentados (uno agredido y otro agresor) estén juntos bajo la Cruz de Cristo, aunque parezca irrelevante desde el punto de vista del juego de poderes, resulta ser decisivo como indicación del camino a seguir. Es siempre bajo la cruz que se nos muestra el camino y el secreto de una calidad de unidad que no está sujeta a la fractura.

Precisamente en la cruz, según nos cuentan los Evangelios, Jesús reza un salmo (21) en el que, además de profetizar el dominio del Señor sobre todos los pueblos y todas las naciones (vv. 28-29), se anuncia el nacimiento de un "nuevo pueblo" (32). El grano que muere "da mucho fruto" (Jn 12, 24) y en este "pueblo que va a nacer" los pueblos definidos por sus historias, sus culturas, sus diferentes lenguas encuentran un punto de unidad superior y, al mismo tiempo, capaz de invertir incluso sus propias especificidades. Esto se debe al punto genético del "pueblo por nacer" mencionado en la oración que Jesús pronunció en la cruz. San Pablo VI decía que el pueblo de Dios es "un pueblo sui generis", y 'sui generis' significa literalmente que se distingue y se define en relación con su génesis, con aquello, o mejor dicho, con Aquel que lo genera. Ahora bien, aquí el "nuevo pueblo" (Sal 101, 19) es generado por la cruz de Cristo, por el Cordero que se ofrece derramando su sangre con un Espíritu eterno... sin mancha a Dios, al Padre (cf. Heb 9,14). El Padre lo genera de nuevo según el Espíritu de santificación por la resurrección de entre los muertos (Rm 1,4) y todos los hombres, de todos los pueblos, están llamados a participar en esta generación del Hijo en el seno virginal de la Iglesia que es el baptisterio (San León M). Puesto que el origen de este nacimiento es santo, santo es el vínculo que une a los que nacen de aquí y la calidad de este vínculo perfecto es tal que no puede romperse porque su naturaleza es divina (sacramentum) y se mantiene en el Cielo.

A partir de aquí y sólo a partir de aquí se puede reavivar la destrozada unidad de los pueblos europeos. Desde aquí y sólo desde aquí se puede afirmar una unidad de la familia humana que no sea presagio de violencia y muerte (véase la Encíclica Fratelli tutti).

Hasta que Jesús estuvo en la cruz, la acción era toda divina, entre el Hijo y el Padre y entre el Padre y el Hijo, después de su muerte, en la deposición, es el hombre quien está llamado a retomar la acción y la primera acción es la aceptación de su cuerpo. Este es el camino, Él es el camino, su unidad es el camino: "pasa por el hombre y llegarás a Dios" (Agustín).

La deposición (13ª estación) es la acogida del cuerpo de Cristo. En la Comunión recibimos ahora ese Cuerpo, en Comunión con el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y en Comunión Eucarística que es participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Ahora bien, precisamente sobre estos dos modos de acogida, entre las confesiones cristianas, no hay plena unidad. Y este es un problema europeo para la verdadera unidad de la verdadera Europa.

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11 abril 2022, 15:48