17 de octubre. Evangelio: El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir
Ciudad del Vaticano
Por:
“Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber el trago amargo que yo voy a beber y recibir el bautismo que yo voy a recibir?”
Jesús acababa de anunciar por tercera vez a sus discípulos su pasión y resurrección, pero ellos no habían entendido nada. Imaginaban su resurrección como una vuelta a la vida terrena para restablecer el poder político que había tenido Israel en otros tiempos. De ahí la petición de Santiago y Juan: estar junto a su trono para ser así los más importantes en su Reino.
Después de decirles lo equivocados que están, Jesús les pregunta si son capaces de beber el cáliz que Él va a beber y recibir el bautismo con que Él va a ser bautizado. La imagen de beber la copa significa pasar un trance difícil –un trago amargo– y la del bautismo significa la inmersión para renacer a una vida nueva. Para los cristianos, este rito es un signo del misterio pascual de Jesús, quien se sumergió en la experiencia de la pasión y muerte de la cruz para pasar a la vida eterna y hacer posible este paso a toda persona que quiera identificarse con Él.
“El que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás”
El relato que nos presentan los Evangelios de Marcos y Mateo es situado por Lucas al comenzar la última cena, cuando se presenta una discusión entre los discípulos sobre cuál de ellos es el más importante. Jesús entonces les dice: “El que manda tiene que hacerse como el que sirve. Pues
¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que le sirve? ¿Acaso no lo es el que se sienta a la mesa? En cambio, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22, 24- 27). Y en el Evangelio de Juan encontramos la misma enseñanza: después de lavarles los pies a sus discípulos, Jesús les explica el significado de ese gesto, diciéndoles: “Si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, para que ustedes hagan unos con otros lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Juan 13, 13-15).
Esta enseñanza es diametralmente opuesta a la mentalidad de quienes conciben el poder como estar por encima de los demás para someterlos a su servicio. Por eso, a la luz del ejemplo de Jesús, quienquiera que tenga una posición de autoridad, sea como padre o madre de familia, como educador o educadora, como jefe en una organización o como líder de un grupo, de una comunidad o de una colectividad, debe preguntarse si está ejerciendo esa autoridad con una auténtica disposición de servicio para el bien de todos, o con la actitud egoísta de quien sólo busca su propio interés y provecho personal.
“El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida…”
Jesús se refiere a los “jefes que se creen con derecho a gobernar como tiranos a sus súbditos”, para señalar el contraste entre quienes buscan ser servidos como dueños de los demás y quienes quieran seguirlo a Él dispuestos a servir y a dar su vida en aras de un futuro mejor para todos. Este contraste resulta muy significativo en nuestra situación actual, cuando no pocos líderes se dejan llevar por la ambición y la embriaguez arrogante del poder.
Contrario a esa actitud, Jesús anuncia que Él ha venido a servir y a entregar su propia vida para la redención de muchos. Se cumplen así las profecías del libro de Isaías contenidas en los “poemas del siervo –o servidor– de Yahvé”. En la primera lectura, que corresponde a uno de esos poemas (Isaías 53, 10-11), leemos que “su siervo (…) se entregó en reparación por los pecados”. Este es el sentido del misterio pascual de Cristo que se actualiza en el sacrificio de la Misa.
Por otra parte, el verdadero servidor se identifica con la situación y las necesidades de los demás, haciéndolas suyas, y en este sentido, el Evangelio de hoy guarda también una estrecha relación con lo que dice la segunda lectura (Carta a los Hebreos 4, 14-16): Jesús no es insensible al sufrimiento humano; al contrario, se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado, dando su vida para rescatarnos, liberándonos de las cadenas del mal y abriéndonos así la puerta hacia una vida eternamente feliz. Que María santísima, la servidora del Señor por excelencia, nos alcance de su Hijo la disposición constante a en todo amar y servir a nuestros prójimos, a imagen y semejanza suya y del mismo Jesús.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí