El fuego de la Amazonía enciende el espíritu misionero por una ecología integral
German Rosa, s.j.
El enfoque de la ecología integral concibe el desarrollo integral del ser humano en el conjunto de todas sus relaciones: personales, comunitarias, sociales y ecológicas. Promueve la dignidad humana, los derechos humanos, el bien común y el cuidado ambiental. No podemos olvidar que el ser humano es parte de la creación, es parte de la naturaleza. Así lo concibió la Encíclica Laudato Si’ nº 137, afirmando que todo está íntimamente relacionado, y la ecología integral incorpora las dimensiones humanas y sociales.
El Sínodo de la Amazonía toma en serio esa realidad y plantea que, para cuidar a la Amazonía, las comunidades aborígenes son interlocutores indispensables precisamente porque son ellas quienes cuidan mejor sus territorios. Así lo formula el Intrumentum Laboris del Sínodo de la Amazonía: “Ahora bien, para promover una ecología integral es preciso también comprender la noción de justicia y comunicación inter-generacional, que comprende la trasmisión de la experiencia ancestral, cosmologías, espiritualidades y teologías de los pueblos indígenas, en torno al cuidado de la Casa Común”.
El paradigma de la ecología integral supone que se debe partir de la integralidad del ser humano de cara a la crisis ecológica que tiene graves consecuencias, cuyas víctimas son los pueblos indígenas, los empobrecidos y los excluidos; los cuales sufren injustamente los efectos de dicha crisis.
El Sínodo se suma a las iniciativas de las organizaciones, instituciones, movimientos sociales de la sociedad civil que buscan y proponen una relación justa y amigable con el medio ambiente y los ecosistemas.
Un Sínodo de la Amazonía, ¿para qué?
La Iglesia es una institución global y estratégicamente no puede estar ausente en este gran debate global que concierne a toda la humanidad. La crisis ecológica es el resultado de la aplicación de una ideología del crecimiento ilimitado. Para que surjan nuevos modelos de progreso, se requiere cambiar dicha ideología impuesta por la globalización. Además, se necesita reflexionar a fondo sobre el sentido de la economía y su finalidad. El Sínodo de la Amazonía posiciona a la Iglesia en el corazón del conflicto de los poderes económicos y financieros globales, ponderando los graves errores de la razón técnica instrumental aplicada con la ideología del crecimiento ilimitado de élites y grupos de poder, que han logrado seducir y definir la dirección del modelo global económico y financiero.
Hoy la Amazonía es una de las pocas reservas naturales que tenemos en todo el planeta, convirtiéndose en una región terriblemente atrayente para los inversionistas por sus yacimientos minerales, sus recursos renovables y no renovables. La Amazonía posee entre el 30 y el 50 por ciento de las especies animales y vegetales del planeta. Contiene el 20 por ciento del agua dulce no congelada de toda la superficie terrestre y se ha convertido en uno de los pulmones climáticos para América Latina y otras partes del mundo.
La Iglesia pretende no solo escuchar, sino que los pueblos indígenas y todas las comunidades que viven en la Amazonía se hagan escuchar. Y no es evidente que se hagan escuchar en los foros internacionales en donde los líderes políticos toman la palabra y firman grandes tratados en nombre de dichos pueblos sin haberlos escuchado.
El Sínodo de la Amazonía está orientado a pensar y ofrecer soluciones con otras instituciones y grupos conscientes ante la realidad dramática del deterioro del medio ambiente. Se busca una relación armónica que establezca formas de desarrollo del medioambiente adaptado a los distintos contextos culturales. Quiere influir desde la educación y la formación con la perspectiva de los derechos humanos de cara a las poblaciones autóctonas y los habitantes que viven en la región. El trabajo de la denuncia de los abusos va acompañado de propuestas viables de desarrollo teniendo como punto de partida el cuidado del medioambiente y de los seres humanos. Muchas personas han dado su vida en y por la Amazonía. Han sido mártires por defender proféticamente la creación de Dios. Recordemos por ejemplo a la Hermana Dorothy, a Chico Méndez, y muchas personas más. El Sínodo pretende proponer el arte de vivir bien en armonía con la naturaleza empleando los recursos que nos ofrece su gratuidad sin abusar de ella ni destruirla.
Desde la perspectiva pastoral, la Iglesia tiene un interés estratégico que apunta al anuncio y la inculturación del Evangelio descolonizándolo de un modelo impuesto por una cultura extraña a los mismos pueblos autóctonos. Dicho modelo no aprecia ni valora estas culturas o cosmovisiones. Estos pueblos pueden enseñarnos un modo distinto en el trato a nuestra Madre Tierra, un estilo del arte del buen vivir que cuida, conserva y garantiza la existencia de nuestra casa común. Esto implica un acto de conversión o cambio profundo de un ideal de vida individualista, utilitarista y materialista que destruye la naturaleza a un nuevo modo de vida que sea ecológico integral, sin la cultura del descarte, del desperdicio y de la explotación irracional e ilimitada de la naturaleza. El Sínodo vuelve su mirada al don de la creación, a la Escritura, al Concilio Vaticano II en su Constitución Pastoral Gaudium et Spes, que subraya el diálogo con las culturas, a la Encíclica Evangelii Gaudium, que destaca el diálogo que da importancia y favorece el paradigma de la ecología integral, y continua con el canto profética de la Encíclica Laudato Si’. Esta es la orientación propuesta por el Sínodo de la Amazonía.
La conversión es fundamental para cuidar nuestra casa común y promover una ecología integral
La conversión es poliédrica, así como también es la misma realidad humana de los pobres y excluidos que claman al cielo ante la crisis ecológica global. Esta conversión responde al clamor provocado por la deforestación y la destrucción extractivista de la naturaleza, pero también es resultado del encuentro con las culturas que inspiran nuevos caminos. La conversión responde a los desafíos y las esperanzas de una Iglesia que quiere ser samaritana y profética en el contexto de la crisis ecológica global.
La Amazonía nos concierne a todos porque es una reserva cuyos beneficios e impactos positivos son para toda la población del planeta, pero también porque el sistema global en el que todos estamos inmersos la está destruyendo, funciona con una lógica del progreso y del desarrollo ilimitado de la economía que explota y agota los recursos de la naturaleza en función de la maximización de los beneficios o de las utilidades de las inversiones que se realizan.
La Amazonía implica a los inversionistas, los políticos, los gobiernos, los pueblos indígenas, todos los habitantes que la pueblan, pero también a toda la humanidad porque la gratuidad de la Amazonía beneficia a la población total del planeta.
La visión de una ecología integral que propone el Sínodo de la Amazonía no es exclusiva, sino incluyente de todas las reservas ecológicas del planeta, pero también de los lugares donde existen las peores crisis ecológicas que amenazan y ponen en peligro de extinción la biodiversidad y también la existencia de la humanidad.
La tendencia y la sensibilidad expresada durante el tiempo de esta etapa sinodal celebrada en Roma, ha estado llena de mucha serenidad, paz, libertad, deseo de compromiso y espíritu misionero. Se siente el Espíritu de Dios como brisa suave, pero esa brisa suave enciende y atiza un fuego misionero al servicio de una ecología integral. Al igual que el profeta Elías que descubrió a Dios en una brisa suave (Cfr. 1Re 19,3-15), hoy vivimos una experiencia análoga del Espíritu de Dios en el contexto del Sínodo de la Amazonía.
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