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Peregrinos: el Camino de la Cruz me invita a ver la situación de cada país

Peregrinos centroamericanos comparten con Pope la experiencia vivida durante el Via Crucis (Camino de la cruz). Declaran que se trata de tener presente los males que aquejan a nuestras sociedades

Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano

Para los miles de jóvenes asistentes a la Jornada Mundial de la Juventud Panamá 2019, cada día se trata de recoger las experiencias vividas y reflexionar cómo esos momentos los van marcando, de manera que cuando regresen a sus países de origen, lleven la mochila llena de momentos importantes, y eso sea abono que ayude a fructificar la vida personal y la de sus comunidades.

Vivencias compartidas

Tania y Teresa Fuentes, ambas peregrinas venidas desde Guatemala comparten sus vivencias sobre la experiencia del Camino de la Cruz, celebrado el viernes junto con el Papa Francisco. Tania considera que lo central de su vivencia es “recordar a todas las personas que son discriminadas por género, raza o condición económica, así como los migrantes. Recordó la situación que se vive en los diferentes países de Centro América”.

Teresa Fuentes consideró que el Via Crucis ha estado muy organizado. “Como jóvenes nos ha ayudado un montón. Nos ayuda a ser mejores personas, para que reflexionemos sobre problemas como la violencia en nuestros países y sobre la discriminación”.

Para ambas peregrinas, el tema de la paz en los países del mundo es fundamental para poder convivir como hermanos.

Dios ha cambiado mi vida

Alfredo Martínez Andrión, de veinte años de edad, compartió, con este medio de comunicación, la manera en que la experiencia de Dios ha cambiado su vida:

“Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo.  Comencé a consumir drogas.  Ya no asistía a la Iglesia.  Con el tiempo el mundo de la droga me llevó a la cárcel, donde cumplí una pena de 12 meses. Una vez salí traté de mejorar, pero sin la ayuda profesional era imposible. Recaí nuevamente en la marihuana y los problemas continuaron. Parte de mi familia me rechazaba. Traté de buscar una salida con el crucifijo en la mano. Llegué a la Fundación San Juan Pablo II, donde encontré un hogar, un apoyo y algo muy importante: hermanos que me animaron en mi camino de resocialización. Me enseñaron a confiar en Dios y, a través de él, a confiar en los demás.  Esa fe me ayuda hoy en día a seguir mi camino y a no perder la esperanza.

Y aquí estoy, luchando por mi familia, ya que soy el único sustento económico para ella.  Quiero decirles a los jóvenes del mundo que Dios nos ama y nunca nos abandona. Somos dueños de nuestros propios actos, pero si estamos con Dios todo va a salir bien”.

 

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26 enero 2019, 16:39