³¢¨ª²ú²¹²Ô´Ç: entre fe y solidaridad, los retos de las escuelas cat¨®licas en un pa¨ªs en crisis
La situación económica del Líbano, debida a diversos factores y que ha empeorado considerablemente desde la pandemia del Covid-19 y la explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, ha sumido a la población en una pobreza sin precedentes. Más de tres de cada cuatro familias del país sufren inseguridad alimentaria. La libra libanesa ha perdido más del 90% de su valor y la inflación se acerca a los tres dígitos. En este contexto, las familias tienen que elegir entre la alimentación, la atención sanitaria, la calefacción o la escolarización de sus hijos.
Cristianos y musulmanes juntos en la escuela
La mayoría de las escuelas católicas del país han dado prioridad a la educación a toda costa. En Beit Hebbak, un pueblo maronita situado en el centro del país, las hermanas de la congregación de las Misioneras del Santísimo Sacramento dirigen un instituto educativo que acoge a 1.500 alumnos de unos 30 pueblos de los alrededores. Muchos de estos jóvenes son cristianos, pero también hay musulmanes matriculados en esta escuela. Los alumnos tienen edades comprendidas entre los 4 y los 18 años, mientras que el internado también acoge a 80 niñas huérfanas. La escuela es privada y tiene un contrato con el Estado libanés. El Estado libanés se había comprometido a pagar 40 dólares al año por cada uno de los 700 niños de la escuela primaria, pero a partir de 2019 las subvenciones no se han pagado. A las familias que podían permitírselo se les pedía que contribuyeran con 55 dólares al año a las tasas escolares, pero una vez más la situación económica hacía imposible ese pago para la mayoría de los padres.
Garantizar la educación de los niños
La hermana Maguy Adabashy, directora de la escuela, se ha negado a enviar a los niños a casa y lucha cada día por encontrar fondos. Cada mes, la escuela tiene que pagar los sueldos de 80 profesores y 15 administrativos. Al inicio del nuevo curso, los profesores también pidieron un aumento de sueldo, porque la crisis económica les ha puesto en una situación difícil. A menudo tienen que recorrer muchos kilómetros para asistir a una clase, y la gasolina es cara. Hacen lo que pueden compartiendo el coche o cogiendo el autobús escolar, pagado por la escuela, ya que de lo contrario la enseñanza no sería posible para muchos alumnos. Para reducir el coste para las familias, la Hna. Maguy anunció el abandono del uniforme, que era obligatorio hasta el año pasado.
Cada contribución, por pequeña que sea, es preciosa
Charlotte, una de las asistentes del director, explica: "La devaluación de la moneda nos ha ayudado, porque las pequeñas donaciones hechas en dólares representan una suma que nos ha permitido emprender diversas iniciativas. De hecho, debido a la pandemia, la escuela sólo abre dos días a la semana, los martes y los miércoles. Los demás días, los alumnos asisten a clases a distancia. Gracias a pequeñas donaciones en euros o dólares, las hermanas han podido equipar a varias familias con conexiones a Internet y también proporcionarles unas 50 tabletas de pantalla táctil. De este modo, se ha conseguido que todo el mundo pueda seguir los cursos a distancia.
Se necesita ayuda internacional
Pero esto no es suficiente. La hermana Maguy envía solicitudes de ayuda a organizaciones internacionales relacionadas con la Iglesia, como Ayuda a la Iglesia Necesitada, SOS Chrétiens d'Orient y diversas organizaciones de Cáritas en todo el mundo, y también presenta proyectos para obtener ayuda financiera. Hasta ahora, muchas asociaciones han respondido al llamamiento. Pero la crisis actual exige que las necesidades de la escuela se planifiquen a largo plazo, de modo que la ayuda de estas organizaciones pueda renovarse cada año mientras sea necesaria. En realidad, la escuela de Beit Hebbak, como tantas otras en el Líbano, depende totalmente de la ayuda exterior, sin la cual no hay salida viable. La única alternativa, de hecho, sería el cierre, que para muchos está fuera de toda duda.
Siempre alimentando la esperanza
Pero todo ello está alimentado por la esperanza: las dificultades no han borrado las sonrisas de los rostros de las hermanas, que se iluminan cuando se encuentran con los alumnos en los pasillos o en el patio de la escuela. En el internado, las 80 niñas, que necesitan comida y cobijo, son ayudadas por voluntarios, entre ellos Marine, una jubilada francesa que viaja al Líbano dos o tres veces al año para pasar allí un mes y medio. Profesores, monjas, personal administrativo y voluntarios se unen, en este tiempo de crisis, para dar prioridad a la educación de las futuras generaciones. Todos están cansados, agotados a veces, aunque no lo demuestren, totalmente entregados como están a su causa.
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