Uruguay. Eutanasia: un homicidio a partir de una libertad mal entendida
Alina Tufani – Pope
“Lo que tenemos hoy en Uruguay son dos proyectos totalmente distintos para enfrentar la enfermedad y el dolor: uno lo hace cuidando y calmando y el otro quitando la vida” dice a Pope, el obispo auxiliar de Montevideo, Mons. Pablo Jourdan, quien además es médico y autor de la de la Conferencia episcopal uruguaya (CEU) presentada el pasado 20 de junio.
En el parlamento de Uruguay se estudia desde marzo un proyecto de Ley sobre eutanasia y suicidio asistido que ha sumido al país en una polémica donde no faltan declaraciones, encuestas y opiniones sobre el “derecho de morir”, la “compasión ante el sufrimiento" o la "muerte digna". Incluso, algunos defensores del proyecto de ley argumentan que la fe cristiana y la Iglesia desea que la persona sufra.
“La fe cristiana - afirma mons. Jourdan - busca cuidar integralmente a la persona y por lo tanto calmar también el dolor físico, sabiendo que la medicina actual lo hace posible. Por lo tanto, no contradice la fe calmar el sufrimiento, lo que es contrario a la fe y al catolicismo, es no promover una cultura de la vida”.
Dar muerte exentos de responsabilidad
Esta no es la primera vez que la Iglesia uruguaya abre una batalla contra la eutanasia en el país. Ya desde 2009, tras ocho años de debate, el parlamento abrió el camino de la eutanasia con la aprobación de la Ley de voluntad anticipada. Al respecto, monseñor Jourdan explica que dicha ley excluye la eutanasia, ya que está hecha para poder negarse a tratamientos que podrían prolongar la vida, no para que se haga una acción que pueda provocar la muerte. En cambio, “el proyecto de ley actual – advierte el prelado - dice en su primer artículo que el “médico que da muerte o ayuda a darse muerte queda exento de responsabilidad”.
Con buenas intenciones no deja de ser homicidio
Pero además, el primer apartado del proyecto de ley especifica que el médico que provoca la muerte, lo hace bajo la solicitud expresa de una persona “psíquicamente apta, enferma de una patología terminal, irreversible e incurable o afligida por sufrimientos insoportables”, conceptos y términos que para los obispos uruguayos son de “carácter claramente subjetivos”, utilizados en la ley para “delimitar actos objetivos”.
“La eutanasia y el suicidio asistido, en tanto que implican poner fin a la vida de los pacientes por motivos de sus sufrimientos físicos o emocionales, constituyen una forma de homicidio y cooperación al suicidio. La intención buena, no quita la gravedad moral del hecho objetivo que consiste, efectivamente, en que un ser humano de manera directa o indirecta pone fin a la vida de otra persona”, advierte monseñor Jourdan.
En la Declaración de la CEU se habla de la propensión en algunos países de presentar leyes de despenalización de la eutanasia con conceptos vagos y engañosos como lo son también “vida indigna de ser vivida”, “mala calidad de vida”, “muerte digna”, “autonomía absoluta”, usados para argumentar la aplicación de la eutanasia como panacea de la libertad y la dignidad humana. En este sentido, monseñor Jourdan afirma que de este modo se trata de “abrir camino a una ‘cultura de la muerte’, a través de una libertad mal entendida”.
Una pendiente resbaladiza que puede caer en el abuso
Lo cierto es que en Uruguay, el 15% de la población supera los 65 años y tiene tasas de suicidio elevadísimas, entre las primeras causas de muerte en el país. Tendencias que - como señalan los obispos - más bien podrían ser estimuladas con la legalización de la eutanasia o el suicidio asistido, y caer en una “pendiente resbaladiza" que podría dar lugar incluso a abusos.
“Es la experiencia que se está dando en los países que han legalizado la eutanasia y el suicidio medicamente asistido – advierte monseñor Jourdan-. Abren una puerta que lleva al aumento de muertes de las personas ancianas o que están sufriendo. Se discierne que tienen una vida que ‘no merece ser vivida’ y esto trae más presión sobre el mismo paciente que se percibe como una carga y lo hace más vulnerable”.
Por otra parte, el prelado subraya que la experiencia muestra que la “voluntad de decidir” no se reduce al enfermo sino que pasa al personal médico y/o familia, donde se mezcla con otros intereses. “Se toma esta manera de relacionarse como 'normalidad' en la sociedad, perdiendo el valor incondicional de la vida humana y cambiando el rol de cuidador de la salud de la profesión médica”.
Un laicismo en el que se insidia la ‘cultura de la muerte’
En Uruguay, una nación pequeña, enmarcada en una Latinoamerica, mayoritariamente católica y cristiana, temas como el aborto, el matrimonio homosexual, la legalización de la droga, la eutanasia siempre han calado fácilmente en la sociedad. Casi como estar siempre a la vanguardia en temas cercanos a la "cultura de la muerte", en honor a una falsa o errada concepción de Estado laico y sociedad laicista.
“El laicismo uruguayo – lamenta el prelado- ha dejado de lado a Dios y esto dificulta captar la dignidad última de la persona. Por este motivo, la declaración de los obispos se basó más en los argumentos de razón natural, de los que han surgido los Derechos Humanos y la legislación de nuestras sociedades y que tienen como valor supremo la vida humana".
La declaración de la CEU recuerda que la vida no es algo distinto de la persona, sino que se identifica con ella, por lo tanto toda vida humana es digna, es lo más valioso de la sociedad y, como tal, debe ser reconocida y respetada por todos, y tutelada por el Estado. A lo que monseñor Jourdan agrega: “Cuando se vive en sociedad las decisiones siempre tienen repercusión para los demás y deben buscar el bien común” concluye.
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